Medianeras y paredones, fachadas de locales y bares, frentes de teatros y viviendas particulares, todo vale a la hora de intervenir espacios alguna vez grises e insulsos para transformarlos en rincones a todo color. El arte urbano creció exponencialmente por estas pampas, y en la última década Buenos Aires se posicionó entre las principales capitales de América latina como un gran polo, de la mano de artistas locales e internacionales y de festivales como el Meeting of Styles.
Los circuitos son recorridos que, al igual que los muros intervenidos, se van modificando. Murales, grafitis, esténcil, paste up o pegatinas son las principales expresiones del arte callejero contemporáneo porteño. Podríamos delimitar zonas sin fronteras fijas: La Boca-Barracas- San Telmo, donde se destaca el impresionante mural El regreso de Quinquela, en la calle San Antonio, Barracas, que tiene 2 mil metros cuadrados y que fue por muchos años el más grande del mundo. Es una obra de Alfredo Segatori, quien acaba de pintar San Diego del barrio de La Boca, sobre un paredón en la calle Aristóbulo del Valle 50, un homenaje al 10 que será inaugurado el 19 de febrero. O el Pasaje Lanín, con los frentes de 35 casas intervenidos con pintura y venecita, una obra de Marino Santa María. También, los Juegos del hambre, de El Marian, que interpreta el libro llevado al cine en Venezuela y Piedras, corazón de San Telmo.
Palermo-Villa Crespo- Chacarita- Colegiales es la zona que más expande sus fronteras. Por esta zona se destacan las obras del Pasaje Rusel, completamente intervenido, y uno de los más visitados por el turismo, con obras de Darío Coronda, entre otros. También, la zona del El Mercado de Pulgas y la Plaza Mafalda, en Colegiales.
En el polo Villa Urquiza-Coghlan son las casas de los vecinos las más intervenidas en la actualidad. Por acá, podemos toparnos con la obra Los desplazados, de la australiana Magge, en Rómulo Naón y Crisólogo Larralde, el dibujo de una mujer indígena cargando un gallo.
Un circuito que le escapa a las fronteras estrictamente territoriales y ahonda en una temática es el Paseo de la Memoria, impulsado por AMIA, cuyas obras recuerdan el atentado a la mutual judía. Se destacan los murales del Hospital de Clínicas, la estación Pasteur del subte B y El Muro de la Memoria, en la fachada del edificio sobre la calle Pasteur al 600, una obra de 12 metros de ancho y 30 metros de alto. El mural es de Martín Ron, uno de los artistas más destacados de la escena actual, que a sus 39 años dejó su sello en el resto de la ciudad y más allá, interviniendo paredes de Londres a Moscú y Miami.
Los inicios, en un galpón de La Boca
Podríamos mencionar el galpón del mítico grupo de Teatro Catalinas Sur como la prehistoria del movimiento. Fue el maestro Omar Gasparini, director de escenografía de la agrupación, quien diseñó esta obra de 50 metros de alto que recrea el espíritu del barrio de La Boca. Con la colaboración de los vecinos, pintó el paredón de Benito Pérez Galdós y Gaboto, que fue una de las primeras grandes intervenciones de la ciudad, allá por 1986. “El mural trata de reflejar la historia de nuestro grupo, que no es otra cosa que la historia misma de La Boca, de nuestros abuelos e inmigrantes”, explica Gasparini, que tiene 76 años, es docente de artes visuales y también el autor de los muñecos y murales que adornan paredes y balcones de Caminito.
El inicio de este siglo marca la nueva etapa del arte urbano, que plantó la semilla de lo que vendría en estos últimos diez años en la zona de Coghlan-Villa Urquiza, la avenida Donado, y los baldíos alrededor de la estación Drago. Muchas de aquellas primeras expresiones del street art vernáculo ya no están, pero se mantiene en pie una de las fundamentales del circuito porteño: El cuento de los Loros, de Martín Ron, en Holmberg y Rivera, un gigantesco mural de 400 metros cuadrados, pintado sobre tres medianeras. “El arte urbano aparece en todos los rincones de la ciudad. Hay mucha movida y está muy descentralizado. A diferencia de otras ciudades, cualquier pared es muy fácil de pintar. Está muy aceptado, y eso hace que continuamente se estén renovando paredes.
Es un destino muy lindo para cualquier artista internacional porque siente la libertad de pintar casi cualquier pared con un clima muy especial. Buenos Aires tiene infinidad de paredes, es la capital de las medianeras, y a mi criterio hay que pintarlas todas”, sostiene Martín Ron, que define su arte como surrealismo urbano. “Lo apodé así porque se genera una situación con tinte fantástico sobre la pared que intervengo, que también es protagonista. Las figuras interactúan con la fachada, juego mucho con el hiperrealismo”, completa el artista.
“Hay varios focos de arte urbano en la ciudad, en los últimos años ha crecido muchísimo, –aporta Mariela Speranza, guía de turismo de la ciudad –. Los artistas extranjeros valoran la libertad que tenemos de pintar en la calle. Ellos trabajan en las sombras y acá trabajan a cielo a abierto. Buenos Aires está entre las principales ciudades del mundo, y en América Latina es una de las líderes junto con San Pablo y Valparaíso, porque invitamos a los artistas a trabajar”.
El eje Palermo-Villa Crespo, en auge
Esta es una de las zonas que más creció y que se ve continuamente revitalizada por este movimiento. Así, de la mano de las marcas y bares que contratan artistas para pintar sus fachadas, de las intervenciones hechas en festivales y las espontáneas, el circuito se extiende desde la Plaza Serrano y los pasajes Rusel y Santa Rosa hacia las márgenes de Villa Crespo y su zona de outlets, Chacarita y los bordes de Colegiales.
Guille Pachelo es quizás uno de los artistas más fáciles de identificar. Sus dibujos de trazos simples se replican en varios puntos de la ciudad, como el de una cara con una gorra y frases directas y coloquiales que ya son marca registrada: “Amar Garpa”, “Manija de vos”, “Activá y jugatelá”, entre otras, se leen en el frente de las gorras de sus personajes, que se ven en esta zona y también en los alrededores de la Usina Cultural en La Boca. “Busco una gestualidad simple, de fácil lectura. Mi obra está caracterizada por estar muy anclada al lenguaje, al lunfardo. Las frases que utilizo dan un mensaje positivo, las creo día a día. Yo hablo así, mi obra es autobiográfica”, dice Pachelo, que utiliza muchas técnicas, del rodillo al aerosol, aunque hoy está más anclado en el paste up o pegatina, la escritura sobre papel. “Argentina es pionera en paste up, es difícil encontrar murales de gran formato en papel, de 25 metros cuadrados en otras partes del mundo”, afirma el artista de 34 años, que se dedica al arte urbano desde los 27.
Si uno alza la cabeza en Córdoba y Malabia podrá ver un dragón de tres cabezas sobre una medianera. Se trata de la Hydra Roja, de Lean Frizzera, un diseño recurrente en su obra. “Es un dragón de la mitología griega que tenía cuatro cabezas, pero Hércules le corta una”, describe Frizzera, que tiene 38 años y también da talleres de muralismo. La pintó en el marco de un festival junto a Spok Brillor, un artista español: “Hicimos una fusión de diseños. Es un personaje que junta los mundos del comic, el humor y la mitología” .
Josefina di Nucci es una artista de 33 años que utiliza colores pasteles y montañas que resultan escenarios oníricos. En Loyola y Malabia se puede ver Los Loyolos, dos loros pintados en una ochava conocida como la esquina del sol, donde los vecinos suelen asolearse. “Me gusta transformar los espacios y trabajar con el color como herramienta para generar esos colores vivos y a la vez pasteles que remiten a la fantasía y los cuentos de niños –dice Josefina, que pinta desde que terminó la secundaria–. Aprendí a pintar en el taller, y un mural tiene que ser un trabajo fresco, un desafío creativo, donde no todo está en un boceto, que sea el puntapié para tener una creación que se vaya revelando”.
Como el arte urbano porteño, que se revela y renueva a cada paso. Que se rebela contra lo establecido.
Fuente: Guido Piotrkowski, La Nación