Está ubicado en pleno microcentro porteño, en lo más alto de un edificio muy cerca del Obelisco. A casi 100 años de su construcción, llevada a cabo en 1926, se resolvió uno de los misterios de Buenos Aires: cómo es por dentro el mítico chalet de la 9 de Julio. Diego Sethson, el bisnieto del inmigrante español Rafael Díaz, que cumplió el sueño de tener la insólita casita en las alturas, abrió sus puertas para una recorrida de LA NACIÓN por sus habitaciones.
Se trata de una casa de estilo normando de dos plantas y altillo. “Rafael era un amante de Mar del Plata y se inspiró en los chalets de esa ciudad para realizar su casita en el cielo de Buenos Aires con el mismo estilo”, explica Sethson. Pero más allá de lo arquitectónico, el chalecito esconde la historia de superación de un hombre que llegó a la Argentina de comienzos del siglo XX.
Hacer la América
Rafael Díaz llegó de España a comienzos de siglo XX como cientos de miles de inmigrantes europeos de esa época. “Vino con una mano atrás y otra adelante, como se suele decir –cuenta su bisnieto-. Enseguida se metió en el negocio de las telas primero. Y se dio cuenta que era bueno para las ventas”.
Rafael fue ascendiendo en el negocio hasta que se pasó a trabajar en mueblerías. “En la primera que trabajó triplicó las ventas del lugar. Entonces decidió abrir su fábrica propia. Ahí nace Muebles Díaz y arranca su camino”, recuerda Sethson.
“Mi bisabuelo era un precursor del marketing. Llegó a tener una radio con música, llamada LOK Radio Mueblería Díaz, que luego se convertiría años después en Radio Rivadavia. Así construyó el edificio de 8 pisos en la calle Cuyo, hoy Sarmiento, que en ese momento era el lugar donde había muchas mueblerías”, explica el bisnieto entusiasmado.
Así con atención personalizada y muebles de calidad, Díaz armó un shopping de 8 pisos. Pero en aquella época tardaba muchísimo en volver a su casa de Banfield. Entonces decidió construir el chalet en el último piso para poder almorzar y dormir la siesta cerca de su oficina. “También aprovechaba el espacio para estar con sus hijos y ayudarlos a estudiar, según me contaba mi abuelo”, explica Sethson.
El chalet por dentro
Lo primero que se ve al entrar al chalet es un retrato de Rafael Díaz y la inscripción “Mueblería Díaz, casa de confianza” que marca que estos eran sus dominios cerca del cielo de Buenos Aires. Son 200 metros repartidos en dos plantas y un altillo que desde 2014 fueron declarados patrimonio de la Ciudad. Apenas bajar del ascensor se destacan los pisos originales de pinotea intactos como los pidió Díaz en el momento de la construcción. También quedan objetos de la vida cotidiana del inmigrante, como mesas o aparadores que eran de su propia creación. “Eso te demuestra la calidad de lo que se fabricaba. Hay aparadores y mesas con un trabajo y una madera que hoy no se consigue”, relata Sethson.
El bisnieto de Díaz va por más y lanzó una campaña en sus redes sociales para conectarse con los antiguos clientes de la mueblería. “Entre los que me escriban con fotos de los objetos que se hacían en Mueblería Díaz voy a abrirles el chalet para que hagan una visita. Pueden escribirme a mi Instagram (@puntoceroproduccionesok)”, se entusiasma Sethson.
En el techo quedan algunas arañas de principios de siglo y todos los pisos originales de cerámica en el primer piso y en el altillo. “Desde los cuatro lados del chalet tenés vistas impresionantes del centro porteño –relata Sethson-. Por ejemplo el edificio Barolo y el Congreso desde un sector o estar a la altura del Obelisco desde otra ventana. Mi bisabuelo vio crecer Buenos Aires desde su chalet”.
Las puertas, las ventanas y las escaleras también son originales y muestran la sencillez con la que pensó Rafael Díaz su lugar de descanso antes de volver al trabajo. En distintas habitaciones aparecen objetos que recuerdan a Díaz, desde máquinas de escribir -objetos innovadores en las oficinas de principios de siglo XX-, hasta un cuadro de la cuchara de albañil que se usó para construir el chalet en 1926.
El futuro de la casita del cielo
A casi 100 años de su construcción, el chalet y todo el edificio buscan un nuevo destino. La mueblería Díaz cerró en 1985 y desde ese momento la familia alquiló los 8 pisos de oficinas en pleno microcentro porteño. Tras la pandemia, eso cambió. Hoy está desocupado el 60% del edificio. “Estamos con un proyecto para reconvertir las oficinas en distintas opciones que incluyan propuestas culturales –cuenta Sethson-. Esto puede incluir desde albergues estudiantiles hasta salas de conferencias que mantengan la estructura de los estudios de radio que fundó mi bisabuelo en 1929”.
Otra opción que barajan los accionistas es vender el edificio. Aseguran que escuchan ofertas y el valor que puede tener toda la propiedad es de cerca de 8 millones de dólares.
¿Y qué pasará con el chalet? Sethson cuenta que desde que decidió mostrarlo tras tantos años de misterio recibió cientos de propuestas de todo tipo. “Me llegan mensajes desde Praga diciendo que no lo venda, inversores con ideas o proyectos culturales para concretar en la casita del cielo”, explica el bisnieto de Rafael Díaz.
Sethson se imagina el nuevo destino del chalet ligado a la cultura. “Puede ser un espacio para presentaciones, exposición de obras de arte y hasta para espectáculos de tango en sus pisos de pinotea originales –relata-. A esto se le puede agregar algún sector de gastronomía para explotar la vista de la terraza y visitas guiadas para contar la historia”. Para todo eso, Sethson explica que es necesaria una inversión para poder hacerlo cumpliendo todos los protocolos que ahora impone la pandemia de coronavirus.
Incrustado en el cielo de Buenos Aires, el chalet recuerda la casita de la película “Up”. En ese caso, su dueño le colocaba globos para hacerla volar y salvarla de las nuevas construcciones de la ciudad. En este caso, el chalet porteño quedará en las alturas del centro porteño y seguirá siendo testigo de los cambios a su alrededor.
Fuente: La Nación