El Teatro Colón (1908) es majestuoso por donde se lo mire. Grandes mármoles, cristales, pinceladas doradas. La cúpula pintada por Raúl Soldi. El telón de terciopelo bordado, del pintor Guillermo Kiutca y la escenógrafa Julieta Ascar. Columnas, escalinatas, esculturas. Y, entre otras maravillas, vitrales realizados en 1907 en París.
Un vitral imponente -de unos 4 metros de diámetro- corona el hall central del Teatro Colón. Se abre en ocho gajos y, entre flores y más flores, muestra figuras femeninas de aires neoclásicos tocando instrumentos musicales, bailando o con plumas para escribir. Es que representan a las musas de Apolo, el dios de las artes de los griegos antiguos. Por la forma, se lo llama “sombrilla” o “mandala”. “Para mí, es el Olimpo, monte de los dioses en la mitología griega, ya que se impone visual y conceptualmente en ese espacio”, dice a Clarín Pablo Subirats, restaurador de los vitrales durante la puesta en valor del Teatro entre 2003 y 2010. Y agrega: “Aunque su decoración es abigarrada, los tonos pastel lo hacen ver liviano”.
Saludos a Cupido. Durante una visita escolar, frente al vitral que muestra a Cupido en su medallón central. /AP
Zoom. Una musa, de la música, parte del gran vitral que corona el vestíbulo./ Constanza Niscovolos
Escena. Homero recita fragmentos de la guerra de Troya, La Ilíada, ante guerreros y gente común. / Constanza Niscovolos
Firma. En los vitrales, de la Casa Gaudin de París./ Constanza Niscovolos
Ese rompecabezas deslumbrante y todos los vitrales del Teatro Colón fueron creados en la Casa Gaudin de Francia, con vidrio artesanal. Se puede leer “Gaudin”, la firma, en los trabajos que se exhiben camino al Salón Dorado, como indican los documentos sobre la restauración y ensayos -hay muy pocos sobre de los vitrales- que acercó a Clarín Alejandra Balussi, bibliotecaria del Teatro. Y, según Subirats, todos recrean con “preciosismo” obras de los franceses Hubert Gravelot y Charles Cochin, los grabadores del Iluminismo -dado que, a grandes rasgos, en el siglo XVIII, el del apogeo de la “diosa razón”, el de la Revolución Francesa, ellos reemplazaron las alegorías religiosas por motivos con significados claros, que se pudieran deducir, sin resignar belleza-.
Público. En uno de los vitrales del Colón que da a la calle de Tucumán: el dedicado a la poetisa Safo. / Constanza Niscovolos
Los vitrales del Teatro Colón incluyen otras influencias variadas. En las flores y más flores, curvas y más curvas, por ejemplo, ecos del Art Nouveau. Y en el césped del vitral donde se representa a La Fecundidad -del lado de la calle Viamonte-, Subirats evoca las pinceladas espesas de Van Gogh. Sucede que el propio Teatro Colón, obra de tres arquitectos –Francisco Tamburini, luego Víctor Meano y luego el belga Jules Dormal, quien le dio la impronta francesa- es un monumento al eclecticismo, además de a la cultura occidental (y aparte de la casa de ópera mejor reconocida en el mundo). De hecho, en las visitas guiadas por sus salones resaltan los rasgos de solidez neorrenacentistas y la sobriedad alemana de las fachadas; la gran sala en forma de herradura, a la italiana, y la decoración con estilos franceses.
Primavera. Detalle del vitral que la representa, en el Teatro Colón. / Constanza Niscovolos
Como el propio Teatro Colón, sus vitrales son testimonios de una Argentina rica y de «Buenos Aires, la París latinoamericana«. Y no siempre lucieron así. «A Cupido lo encontré destruido», cuenta Subirats. «Sin hombros y sin una pierna. Y al vitral en el que aparece, dedicado a La Primavera -situado frente al de La Fecundidad, del lado de la calle Tucumán-, le habían hecho desastres: tenía vidrios superpuestos, pegados con una especie de silicona, para lograr tonalidades. No es todo: el plomo, que es clave para el soporte de estas piezas tan frágiles, se había cristalizado por falta de mantenimiento. Estas obras requieren limpieza y refuerzos de las soldaduras de manera periódica».
Fachada. El Colón y delante, público de una de sus funciones al aire libre. / Archivo Clarín.
Sala. El escenario del Colón, deslumbrante. / Archivo Clarín
Cupido. Está en el medallón del centro del vitral. En la textura del verde, el restaurador Subirats evoca las pinceladas de Van Gogh. / Constanza Niscovolos.
Para reconstruir a Cupido, sigue Subirats, tenían la pigmentación pero faltaban la texturas y las pinceladas. Así que hubo que investigar. Y entonces pidieron los originales a la Casa Gaudin. «Ahí vi la maestría de sus artesanos, su fidelidad respecto de los grabados de Gravelot y Cochin», subraya el experto. «Sabía que los vitrales franceses son como su vino: lo máximo. Pero igual me sorprendió».
Los vitales aportan calidez a los grandes espacios del Teatro (sólo el edificio central ocupa 5.006 metros cuadrados y hay más de 3.000 de espacio subterráneo). Y, como sugiere el restaurador Subirats, a través de sus escenas y de sus luces, esas obras pueden transportar. Ahora que el sol del mediodía se retira, el de La fecundidad ofrece -con largavistas- más que una panorámica, la sensación de estar en la campiña francesa que inspiró a Van Gogh, brillante y tupida, justo antes de empezar a apagarse.
Cuatro elegidos:
1) “Olimpo”. Así, como el monte de los dioses según la mitología griega, bautizó el restaurador Pablo Subirats a esta maravilla, ubicada en el hall central del Teatro Colón. La obra está repleta de flores. En ramitos. En coronas. Y en ocho gajos representa a las musas de Apolo, el dios de las artes, enmarcadas en rombos y círculos. Deslumbra pero, dice el experto, los tonos pastel le dan un aire de liviandad necesario.
Panorámica. Del gran vitral del hall central, que mide unos 4 metros de diámetro. / Constanza Niscovolos.
Maravilla. Mandala, sombrilla y para el restaurador Subirats, el Olimpo de los dioses griegos en el Teatro Colón. / Constanza Niscovolos.
2) “Fecundidad”. Esta obra mide 9 x 2,80 metros y está a 12,5 metros del suelo. Amerita más que ninguna un largavista: en el campo que muestra el medallón central, el restaurador Subirats evoca las pinceladas espesas de Van Gogh. «Los vitrales ofrecen una profundidad que los cuadros, en general no tienen. Y estos reproducen obras magistrales del iluminismo más ciertos rasgos del impresionismo. Son impresionantes», dice el restaurador Subirats.
3) Homero. El poeta -con la lira- recita los versos de La Ilíada, la historia de la guerra de Troya, ante guerreros, mujeres y chicos. Este vitral, de 8 m2, está subiendo al Salón Dorado por la escalera del lado de Viamonte. Los gestos impactan.
Poeta. Homero, con una lira, frente a un guerrero, recitando memorias de la guerra de Troya, La Ilíada. / Constanza Niscovolos
5) Safo. Este vitral muestra a la gran poetisa griega antigua, recitando un homenaje a Apolo -lo evoca una estatua que aparece en la escena-, acompañada por músicos, en una especie de ceremonia sacra. Está subiendo la escalera, como la del ítem 3, pero del lado de Tucumán.
Safo. En un homenaje a Apolo, en una de las maravillas que decora el Colón. / Constanza Niscovolos.
Fuente: Clarín.