Ventas. El “Colchón Antifascista” de Marta de la Gente, de la galería NN, comprado por el Museo Moderno.
Nadie lo esperaba. Ni siquiera los más optimistas imaginaron que en artaBA 2023, la feria que cerró sus puertas el domingo pasado, se iban a concretar numerosas ventas y varias por grandes cifras. En una Argentina empobrecida, los más de 250.000 dólares pagados por una pintura de Antonio Berni y los más de u$s100.000 por el billete de dólar del grupo Mondongo en la galería Barro, sumados a los innumerables artistas con sus obras vendidas, parecía tan irreal como un sueño. Pero el sueño se concretó. Aunque nada hubiera podido hacerse sin las eficientes gestiones de: Larisa Andreani, Lucrecia Palacios Hidalgo y Maia Güemes, acompañadas por galeristas con criterio estético y artistas de primer nivel.
El primer factor que movilizó el mercado fue la calidad de las obras, muy coloridas, llamativas, representativas de la diversidad argentina. Luego, el acertado diseño de una feria amplia y luminosa cambió de modo rotundo desde el año pasado. El secreto del éxito fue simple pero oneroso: la exhibición resultó óptima. Pero, en este caso, el dinero que pagaron los galeristas estaba ante la vista de todos. El espacio desangelado del Centro Costa Salguero quedó irreconocible y hoy se lamenta su desaparición, debido a un emprendimiento comercial. La vuelta a los stands de La Rural ya no parece tan tentadora. En tercer lugar, el equipo de selección de galerías, lejos de limitar el número de artistas, posibilitó la inserción de muchos. El resultado de presentar alrededor de diez artistas en cada stand, o más, como se percibió en Ruth Benzacar, logró atraer un público numeroso y facilitó los encuentros entre la gente del arte. Así se generó un clima de fiesta. Sobre todo, porque los galeristas que pagaron una cifra muy alta por los stands, con el objetivo de ganar –al menos- presencia y visibilidad, terminaron por celebrar ganancias concretas, tan escasas últimamente, pero tan necesarias para afrontar el día a día. En Benzacar, parte de la alegría también le deparó para los nostálgicos, la puesta en escena de algunas obras de los años 90. Allí estaban un dibujo de Pablo Siquier en grafito y los bellos acolchados de Fabio Kacero.Informate más
En la galería Vasari estaban las pinturas de Rómulo Macció, varias de la estupenda serie que pintó en Nueva York, además de unas fotografías de la última época de Kuropatwa, las cerámicas de Alita Olivari, las abstracciones de Fabián Burgos y los dibujos maravillosos de Mauro Koliva.
Siempre resulta difícil hablar de números con los galeristas, con la excepción de Daniel Maman, que, radicado en Miami adoptó el estilo de los americanos. De este modo declaró la venta de varias obras, desde una carbonilla de Botero por 380 mil dólares, hasta una pintura de la serie “Siete últimas canciones” de Kuitca por 250.000, entre otras. Junto a los consagrados, Maman exhibió las obras contemporáneas de la cordobesa Dolores Cáceres, un nuevo ingreso al staff. Su tubo de neón presentado en 2013 en la Bienal de Paraná dibuja la fórmula del Éxtasis, una droga que provoca la distorsión del tiempo y una emoción comparable a la acumulación de los metales preciosos.
Entretanto, los colores radiantes del mendocino Julio Le Parc en la galería Del Infinito, deslumbraron a los visitantes. Su obra atrae al coleccionismo argentino. No obstante, Estela Gismero describió el perfil de los clientes: “Nuestros compradores son casi todos nuevos. Gente joven con una actitud distendida, sin pretensiones de erudito y con buena onda. Llegaron con recomendaciones, pero se llevaron lo que les gustó”. Allí mismo presentó Martín Reina unas pinturas abstractas que representan el agua. La sinestesia, la capacidad para provocar el deseo de pegarse un chapuzón en esas aguas verdes, rojas, azules y transparentes, le deparó al espectador sensible una experiencia inesperada. Andrés Paredes, el artista de las mariposas, generó con la densidad de sus flamantes pinturas, el gran éxito de la galería Cott. En Diego Obligado, los cuadros de cuentas de colores de Román Vitali convirtieron el stand en una romería. Palatina encontró su lugar entre algunos jóvenes y los consagrados, como los collages de Penalba que se expusieron por primera vez y, una pieza de museo: “Juanito pescando entre latas”.
Con valores reducidos, pero también en dólares, los artistas emergentes y algunos jóvenes del barrio Utopía, también vendieron. Faltaban en la feria los compradores y stands internacionales que, antes invitaba sin reparar en gastos, la Cancillería Argentina. No obstante, el curador brasileño de la nueva Bienal de Venecia, Adriano Pedrosa, pasó casi inadvertido hasta que sorprendió a todos con su posteo en Instagram de una pintura de Germaine Derbecq que estaba en la feria.
Entretanto, unos pocos museos extranjeros y muchos de las provincias compraron obras gracias al Programa de Adquisición de Museos, mayormente financiado por patrocinios privados. Con u$s2.500 como base, 16 instituciones sumaron los apoyos de las asociaciones de amigos para hacer sus compras. El Malba con Eduardo Costantini y su equipo de curadores, se llevó la mayor cantidad de piezas, además del merecido Premio al Coleccionista que se entregó por primera vez. Va a costar encontrar otro personaje digno del premio: Costantini ya donó un Museo valuado en 300 millones de dólares que todavía mantiene, pero que está en plena transición de su condición privada a la pública.
El Museo de Bellas Artes tiene ahora su Emilia Gutiérrez y, el Moderno, realizó sus compras con un equipo imponente. La directora, Victoria Noorthoon, la curadora Alejandra Aguado y la presidenta de la Asociación Amigos, Inés Etchebarne, escoltada por todos sus miembros, compraron “Niño del río” de Manuel Brandazza, en Pasto; unos dibujos de Porquería Mala, el “Colchón antifascista”, de Marta De la Gente en la Galería NN, y los “Ronquidos oceánicos”, de Florencia Rodríguez Giles en Ruth Benzacar.
Fuente: Ámbito