1. Lobos: como en el Loire
No es un caso único, pero sí fue la primera estancia que abrió sus puertas al turismo rural de alto nivel en los años 90. Candelaria del Mármol, la esposa del primer dueño, recibe a los huéspedes desde un cuadro en el salón principal. Si pudiese volver vería que su morada no cambió mucho desde que su marido la hizo construir, a partir de 1894: sigue estando la mayoría de los muebles, todos traídos desde Francia, Inglaterra o Italia, y en particular el conjunto gótico del comedor.
«A mediados del siglo XIX esto era aún frontera con el territorio indígena», comenta Francisco Soler, el alma pater de la reconversión de la estancia en hotel. «El castillo fue diseñado por un arquitecto francés, Favre, construido con materiales que vinieron desde Europa por barco. Fue como un gran rompecabezas que armaron en medio de la nada. El parque lo diseñó Carlos Thays. Y en esos tiempos estaba de moda tener un detalle, un distintivo: ellos encargaron un molino de viento. Es lo que se llamaba un caprice, un capricho.».
La Candelaria abre todos los días. Tiene varias opciones de alojamiento: habitaciones dentro del castillo, una suite dentro del molino holandés, o en las casas del casco, al lado del restaurante, de la pulpería y de la carpa donde se organizan los almuerzos-show de los fines de semana. Ofrece también clases y demostraciones de polo. Es posible pasar un día de campo sin alojarse y poder visitar el castillo y la capilla, almorzar en 5to Chukker resto y pasear en sulky.
2. Castelli: el legado de los Guerrero
Es La Raquel, otra mansión de la familia Guerrero. Fue bautizada con el nombre de la madre de Valeria Guerrero, cuyo nombre a su vez fue dado al balneario Valeria del Mar. Del otro lado de la ruta hay otro casco que perteneció a la misma dinastía pampeana. Bella Vista forma parte de esta red de mansiones señoriales de la Argentina dorada reconvertida hoy al turismo rural. Felicitas recibió esas tierras en herencia de su esposo Martín de Alzaga en 1870.
Así empezó la inmensa fortuna familiar. Aunque ella no conoció el actual casco de Bella Vista, que fue construido en 1916, su recuerdo está presente con retratos y libros en varias salas. Los actuales dueños armaron 17 habitaciones en la propiedad, todas decoradas con un refinamiento que hubieran aprobados los ricos estancieros de principios de siglo XX. La estancia-hotel está a orillas del Salado, en medio de un campo donde viven manadas de ciervos dama en semilibertad.
Se accede por un camino consolidado de 7 km que arranca en el km 168 de la Autovía 2 en dirección a Dolores. La casona principal tiene 13 habitaciones y hay cuatro más en un anexo. La estancia tiene una pileta e instalaciones deportivas y se ofrecen actividades como paseos en carruajes, salidas de pesca al río, caminatas autoguiadas y bicicleteadas.
3. Egaña: una cáscara vacía
Según los cazafantasmas el lugar más embrujado del país es el hotel Viena en Miramar de Ansenuza (Córdoba), donde se mezclan historias de ectoplasmas y de nazis escondidos. Pero el Castillo de Egaña tiene también lo suyo, dicen los rumores. Es una gran cáscara vacía, con aberturas sin ventanas y paredes cubiertas por graffitis.
Como los demás castillos de la provincia, fue construido por una familia patricia en los tiempos de la Argentina próspera, cuando cualquier rincón de la pampa, por más aislado que fuese, quería tener su pedazo de lustre a la europea. En el caso del castillo San Francisco fue construido por un descendiente del prócer Díaz Vélez a partir de 1918. No había nada demasiado caro e inalcanzable para su dueño y terminó siendo uno de los más grandes de la época, con más de 70 habitaciones, 14 baños y dos cocinas.
La magnificencia de su planos contrasta con la silueta lúgubre que muestra hoy. Las historias paranormales tuvieron con qué sustentarse, desde la velada misma de la no-inauguración del castillo. Fue en 1930, una noche durante la cual los invitados de Eugenio Díaz Vélez lo esperaron en el comedor del castillo. Fue en vano porque acaba de morir de un infarto en su casa de Buenos Aires. Su viuda dejó todo tal como estaba para empezar la fiesta y abandonó la mansión a su suerte durante más de 30 años.
El castillo y sus tesoros fueron saqueados por los vecinos y luego fue expropiado en los años 70. San Francisco fue transformado en reformatorio por unos pocos años, donde ocurrieron hechos violentos que alimentaron las historias paranormales.
Desde hace unos años, un grupo de vecinos trata de salvar el castillo de la ruina y organiza visitas los domingos a partir de las 10. Se accede por caminos rurales de tierra hasta la antigua estación de ferrocarril de Egaña a unos 15 km del centro de Rauch.
4. Máximo Paz: la mano de Bustillo
El arquitecto Alejandro Bustillo está asociado generalmente con el centro cívico de Bariloche, el edificio del Llao Llao y un cierto aspecto patagónico que él mismo creó al reciclar inspiraciones alpinas en edificios hechos de piedra y madera.
Pero su obra no se resume solamente a este estilo, como lo demuestra el casco de la estancia Villa María, entre Cañuelas y Ezeiza. Las líneas son claramente de inspiración Tudor y en esta ocasión el castillo no parece haber sido transplantado desde Francia sino desde Inglaterra. Es otro ejemplo de la magnificencia que los hacendados argentinos ostentaban a principios de siglo XX. Recreaban en su rincón de pampa lo que habían conocido durante sus estadas en Europa.
En este caso, Bustillo construyó el casco de la estancia Villa María en los años 20 para Celedonio Pereda (el otro castillo de la familia, en Buenos Aires, es la actual sede de la Embajada de Brasil). Las habitaciones se reparten entre los tres pisos del edificio y los huéspedes pueden disfrutar del parque (diseñado por. Carlos Thays, ¿quién si no?) y de muchas actividades deportivas que van desde clases de polo hasta golf y tenis.
Villa María está sobre la Ruta 205 km 47,5. Es posible pasar días de campo o alojarse en el casco de la estancia. El hotel cuenta con 11 habitaciones, una cava de vinos, un salón de habanos y el restaurante Celedonio
5. Domselaar: Recuerdos de Felicitas
La familia Guerrero y el trágico destino de Felicitas forman una historia recurrente en la provincia de Buenos Aires. Su inmensa fortuna y su gran infortunio marcaron varios lugares, entre Barracas y la costa Atlántica. Domselaar es uno de ellos. Este pueblito rural, entre Alejandro Korn y Coronel Brandsen, vio llegar a los Guerrero luego del asesinato de su hija, a partir de 1870 . Hicieron construir una opulenta mansión de dos plantas que tomó enseguida aires de castillo frente a las humildes casitas del pueblo.
En la actualidad es un museo que abre sus puertas los fines de semana. Se trata de otra posibilidad de acercarse a un mundo de lujos increíbles para la época, en medio de un ámbito rústico que apenas empezaba a ser poblado por los inmigrantes. Puertas adentro, el castillo es un laberinto de 24 habitaciones donde se conservan obras de artes y objetos. Algunos pertenecen a una historia que va más allá del círculo familiar de los Guerrero, como la pistola con la cual Enrique Ocampo mató a Felicitas.
Las visitas son guiadas por una sobrina nieta de quien fue considerada en sus tiempos como la «mujer más hermosa de la República»: Josefina Guerrero recibe a los visitantes y va desandando su historia pasando de pieza en pieza, como la biblioteca o la cocina, hasta llegar al cuarto colonial donde se conservan ropas de Felicitas.
Las visitas del castillo y del parque (con cedros libaneses centenarios) se realizan los domingos a las 15.30. Los grupos son limitados y se conforman por orden de llegada (se recomienda por lo tanto llegar un poco antes). Es posible reservar visitas privadas grupales con almuerzo incluido. El Castillo Guerrero está en la ruta 210 km 58, a un costado de Domselaar.