Su arte telúrico pobló los hogares de los argentinos, desde los más humildes hasta los más adinerados. Desde los famosos almanaques de Alpargatas, pasando por estaciones de tren, pulperías, afiches y hasta mazos de cartas, remeras y mates, la obra de Florencio Molina Campos, que nació el 21 de agosto de 1891 –hace 130 años- es una de las más difundidas de la argentinidad en el mundo.
En 1926 realizó una gran exposición de caricaturas en la Rural, en el marco de la Exposición Nacional de Ganadería. Allí, el entonces presidente Marcelo T. de Alvear compró dos de sus obras. A partir de ese momento, se convirtió en un incansable difusor y transmisor de nuestras tradiciones.
En 1942 el mismísimo Walt Disney lo contrató como asesor y hasta fue tentado por Rockefeller. En 1950 ganó el Premio Clarín, Medalla de Oro del V Salón de Dibujantes Argentinos.
El que mira el cuadro nunca se ve a sí mismo sino a un amigo o conocido. Y eso, claro, le hace gracia…
Florencio Molina Campos
Alguna vez, Molina Campos recomendó: «Yo les diría a los escritores, a los músicos, a los pintores: vayan a la pampa, a los montes, a las sierras y recojan nuestro inmenso caudal disperso, que aún estamos a tiempo para salvar el folklore nativo. ¡Triste será que las futuras generaciones nos pidan cuentas! ¡Triste será que no podamos decirles qué fue del gaucho y qué hemos hecho por mantener la Tradición Nacional!».
A tal punto es importante el trabajo de observación que reflejan las pinturas de Molina Campos, por su minuciosidad y rigurosidad, que es tomado como referencia por los jurados en las competencias de prendas históricas campestres, conocidas como “Concursos de emprendados”.
Pero también, una de las características más salientes de sus dibujos es el humor. Una vez le preguntaron si los gauchos que él retrataba no se enojaban al verse caricaturizados. Molina Campos respondió: “Es muy sencillo. El que mira el cuadro nunca se ve a sí mismo sino a un amigo o conocido. Y eso, claro, le hace gracia…”.
Elegancia. Florencio Molina Campos pasaba mucho tiempo en los campos de Madariaga. Foto EFE/Fundación Molina Campos
Unos años antes de su muerte, ocurrida el 16 de noviembre de 1959, construyó una escuela rural en un terreno de su propiedad, en Moreno, y él y su esposa dieron clases a los chicos que hasta entonces debían recorrer grandes distancias para ir a la escuela. El artista dijo, entonces, que esa escuela era el mejor cuadro que había pintado en su vida.
Un gaucho vivo
Según la Subsecretaria de Cultura de la Municipalidad de San Isidro, Eleonora Jaureguiberry, “Molina Campos relata con humor pero también con amor un mundo que conoce, que es un mundo en el cual el gaucho original, el matrero, el salvaje de la pampa que andaba llevando y trayendo rodeos, desapareció. El gaucho que él retrata es el post alambrado, que es uno que persiste hasta el día de hoy en el sentido de que hay habilidades con el caballo, la vestimenta, algunos giros y modos de hablar”.
Gaucho. Imagen de la obra «aplicau a beyaquiar», de Florencio Molina Campos, de 1938. Foto EFE
La funcionaria también puntualizó: “Lo que pasaba con Molina Campos es que: 1. No tenía pretensión académica. 2. Era muy talentoso realmente y 3. Hablaba de algo que sabía, que conocía y quería y de lo cual tomaba distancia y también se reía. Me parece que ese es el secreto por el cual hoy su arte vale mucho y también es la razón por la cual no lo colecciona todo el mundo sino ciertos coleccionistas afines a esa sensibilidad”.
Expresividad y humor
Rostros angulosos de pieles curtidas y miradas torvas, chiripá, rastra, poncho y boleadoras, gauchos con sus caballos y chinas con sus trenzas, posadas campestres, maquinarias agrícolas y la pampa argentina. Todo eso y más pintaba Florencio Molina Campos, el hombre que, sin embargo vivió toda su vida en la ciudad de Buenos Aires y destacaba por su vestimenta elegante de dandy porteño, con su chambergo y sus zapatos lustrosos.
Es que la familia de Florencio tenía campos en la localidad de Madariaga, en la Costa Atlántica y solían pasar allí los veranos.
“Desde chico, él mostraba un tremendo respeto por los paisanos. Tanto es así, que la mayoría de sus cuadros están pintados con esa técnica que, en fotografía o en cine, se llama ‘contrapicado’ o ‘vista de hormiga’, que es como si los mirara desde el piso”, relata a Clarín Gonzalo Giménez Molina, único nieto del artista y editor de Molina Campos Ediciones.
-Los veía desde abajo…
-Claro, quien vea un cuadro de mi abuelo podría pensar que pintaba sentado en un banquito y no es así. Era la forma en que él veía al paisano, con admiración por la gente de trabajo, gente de manos grandes, de manos duras, que es la misma gente que uno encuentra trabajando hoy en el campo, más allá de que antes lo hacían con botas de potro y chiripá y hoy lo hacen en un cuatriciclo y un celular en la cintura.
«Son los mismos rasgos», asegura. «Cuando vas a saludar, te exprimen la mano y te están transmitiendo una fortaleza…»
– ¿Molina Campos fue asesor de Walt Disney?
-A mi abuelo lo convoca Walt Disney para que lo asesore en una serie de películas que quería hacer que, entre otras temáticas, tenía la del gaucho, la del paisano argentino. Cuando mi abuelo va a los Estados Unidos y se reúne con Disney, las películas ya estaban avanzadas, mi abuelo se encuentra con un Tribilín (Goofy), con una música que era una cueca chilena, la vestimenta no coincidía con lo nuestro, había una serie de elementos que él consideró que no tenían nada que ver con la idiosincrasia de nuestros gauchosPlay VideoVideo: La particular experiencia argentina de Mickey Mouse
-¿Qué hizo?
-Cuando plantea su disconformidad, Disney le dice que todo ya estaba demasiado avanzado y que no se podía volver atrás. Mi abuelo no estuvo de acuerdo en acompañar el proyecto. Por esto, sus pares de Argentina lo cuestionaron mucho.
¿Y qué pasó con David Rockefeller?
-Rockefeller llamó a mi abuelo y le dijo: “Yo quiero que usted pinte mis gauchos, mi rancho”. Mi abuelo fue, se reunió con Rockefeller, estuvo unos días observando su campo y luego dijo: “Mire, la verdad es que yo no puedo pintar esto. No puedo aceptar el trabajo porque no siento a estos paisanos como siento a los míos”. Sentía que estaba traicionando su esencia de argentino, no podía impostar una mirada de cowboy, no le salía.
-Se dice que la obra de Molina Campos es la más falsificada…
-La popularidad que tuvo mi abuelo a partir de los almanaques hizo que se convirtiera en el artista más falsificado de la Argentina, por eso en Ediciones Molina Campos hicimos un catálogo oficial donde incluimos las pinturas que fueron en vida de mi abuelo editadas y publicadas, porque hay muchísima gente que ha certificado obra falsa.
Florencio Molina Campos, en los almanaques de Alpargatas
-¿Usted intervino?
-Propicié la formación de una junta certificadora integrada por tres reconocidas eminencias para que revisaran todo, incluso las que había certificado mi madre, porque a veces le llevaban obras, lo mismo que a la segunda mujer de mi abuelo (Elvira Ponce Aguirre), se aprovechaban de que eran señoras mayores y que no veían, quizás le han hecho certificar alguna obra que no era autentica.
Dónde verlo
Actualmente, hay una muestra permanente de obras originales del artista, que formaron parte de las colecciones Alpargatas (1931-1944) y Minneapolis Moline (1944-198) en el Museo Las Lilas, de San Antonio de Areco. Allí, también se pueden ver acuarelas, pasteles, óleos y témperas así como dibujos que pertenecieron a la serie Los Picapiedras Criollos publicada en La Razón (1926–1930).
-¿Habrá un Museo Molina Campos en la ciudad?
-Ese es un proyecto que tenemos desde hace veinte años y aún no lo logramos. Creemos que es necesario que exista un espacio en la ciudad para que mucha más gente pueda acceder a ver la obra de Molina Campos. También, queremos impulsar la creación de una muestra itinerante, para llevarla a todo el país, no solo a las grandes ciudades, sino a los pueblos más alejados. La obra de mi abuelo atraviesa distintas clases sociales porque la tiene la gente rica pero todo el mundo tuvo las hojas de almanaque; en el interior y en cada ciudad a al que uno va.
En San Antonio de Areco. La Fundación Las Lilas tiene obra de Molina Campos. Foto Archivo
-¿Qué falta para que se concrete?
-Voluntad política. A lo largo de estos veinte años fueron pasando autoridades de distinto signo político y nunca se logró nada, ni por Nación ni por Ciudad. Creemos que es muy importante que la obra de mi abuelo vaya a las escuelas, a los jardines de infantes. El grado de detalle, el tipo de pintura que mi abuelo hacía, la clase que visibilizó, todo eso amerita que su obra no quede enquistada en una ciudad a la que solo puede acceder quien pueda viajar hasta allí.
Fuente: Adriana Muscillo, Clarín.