Hoy en día es tema complicado opinar sobre asuntos femeninos si uno es un hombre cis. Es muy fácil caer en el mansplaining, o como se le diga en español a esas ganas masculinas de explicarles a las mujeres cómo funcionan las cosas. Pero bueno, la cultura de la cancelación es también un tema. Revisarse desde una perspectiva de género es urgente para todos y para todas.
Lo está haciendo la Fundación Proa con Crear Mundos, la muestra curada por Manuela Otero y Cecilia Jaime, con asesoría académica de María Laura Rosa, que reúne el trabajo de más de 50 artistas que pasaron por la institución a lo largo de sus 24 años.
El primer espacio del recorrido tiene el aspecto de una boutique, un espacio femenino según aprendimos de la vieja escuela. En un maniquí se exhibe un delantal de Delia Cancela y sobre unos estantes hay plataformas de Dalila Puzzovio y carteras de Nicola Costantino.
Sugestivas carteras con candado y pezón de Nicola Costantino en Fundación Proa.
Se ven tejidos, un ajuar mapuche y otras piezas como las que podríamos encontrar en el taller de una modista. Aunque no es lo que parece. La cartera de Nicola imita la piel humana, tiene tetillas masculinas. Las plataformas de triple altura son las que Dalila empezó a usar en los 60 cuando decretó la muerte del zapatito blanco para verano y el zapatito marrón para invierno, como tenía impuesto por mandato de clase. Y el delantal de Delia, que tiene pintada las caras de sus artistas favoritas, rinde homenaje por ejemplo, a Rita Renoir, una corista del Crazy Horse que la argentina admiraba por su dominio del striptease.
Las ansias locas de estas mujeres que con sus aportes consiguieron barrer los límites entre las artes menores (labores y artesanato) de las artes mayores (pintura, escultura) se ven intimidadas por la jaula esférica de hierro negro que está plantada entre los escaparates. Se llama Globo, es de la palestina Mona Houton, y por su materialidad y dimensiones parece capaz de “contener” el espíritu más libertario. Claro, si uno fue “bien educado” no tendrá que llegar a tanto. En una de las paredes cuelga Niñ*, un suéter infantil que Mariela Scafatti amarró con cuerdas de shibari, la técnica japonesa que se usa en BDSM para inmovilizar personas. Si la moda no incomoda, este no sería el caso.
En la segunda sala se aborda el espacio y los distintos modos de abordarlo. Hay dos paisajes hechos de carbonilla sobre papel por Ana Gallardo. Son escenas de la laguna de Zempoala, en México, donde tiró las cenizas de su madre. Al lado hay fotos de las acciones de Agnes Denes en el medio de una zona boscosa de Sullivan County, en el estado de Nueva York, donde la artista encadenó un árbol, plantó arroz en un bañado y enterró el papelito donde escribió un haiku. Agnes es pionera en el land art, aunque no tan conocida como el monumentalismo de los varones que la siguieron. Mientras Agnes solo quería dejar marcas en las conciencias, sus pares estaban movidos por la tierna pretensión de transformar el paisaje. No todas son tan modositas como Agnes, claro. Marcela Sinclair, por ejemplo, cortó una mesa con una sierra, y Gachi Hasper marcó los mapas de Buenos Aires como si fueran un campo de batalla. Es sabido que si el hombre llegó a la Luna, a la mujer no le fue tan fácil la conquista del espacio.
Un suéter infantil con amarres, de Mariela Scafatti. Foto: Fundacion Proa.
“Avispones, dos avispones zumban sobre mi cabeza…” dice la leyenda que corre por los carteles luminosos de la artista Jenny Holzer y ya estamos entrando al tercer espacio donde se aborda la dimensión del lenguaje. Hay registros de Marta Minujín –nunca menos- envuelta en papeles de diario, tirándose al Río de la Plata; y de la brasileña Lenora De Barros, con la lengua aprisionada por los martillitos de su máquina de escribir, en plena dictadura brasileña. En una pared están recortadas las frases que sobrevuelan la cabeza y las libretas de Julia Masvernat, artista lectora y recolectora de perlitas literarias. También están los grafos de Mirtha Dermisache, que prefiere la expresión de la mano a las categorías que imponen las palabras. Y un video de la artista iraní Shirin Neshat, que recrea un interrogatorio, y que si uno accede a sentarse en el banquito, es posible que lo deje sin ganas de hacer declaraciones.
En la última sala nos recibe una gigantografía de Vanessa Beecroft. Una formación de modelos flacas, altas, rubias, apenas vestidas con unas botas negras que le llegan hasta la mitad de las piernas. Una especie de utopía machista, eurocéntrica y gordofóbica, mostrada con todo el esplendor y toda la obscenidad que solo se le permite -a veces- al arte. El cinismo de Beecroft está cruzado por las esculturas de Elba Bairon y sus siluetas decimonónicas erosionadas; las fotos de Ana Mendieta que en cada toma pretende encajar en los cánones de la cosmética; los forcejeos de Elena Dahn luchando contra el látex y dos trabajos que sirven de escape: los autorretratos pre-selfies ultra-photoshopeados de Flavia Da Rin y la fotografía de un cuerpo adolescente que Guadalupe Miles le tomó a un joven wichí en las márgenes del Rio Teuco. Miles trae un cuerpo laxo, radiante, emancipado que se recorta su piel marrón sobre un cielo azul electrizante, y no es que se quiera recrear el mito del buen salvaje sino que las márgenes del Teuco, son las márgenes del mundo, así como lo conocemos.
Mapas de los barrios porteños intervenidos como si fueran campos de batalla por Gachi Hasper. Foto: Fundación Proa
Se trata de mujeres en Fundación Proa, y no puede faltar Louise Bourgeois, que en 2011 instaló esa inolvidable araña gigante en las veredas de La Boca. La francesa está presente con una venus gestante hecha de tela y medias de nylon. Con esta muñeca de trapo podría cerrar la reseña, o con esa tempera que está atrás, también de Bourgeois, que se ve como manchas de sangre.
Una observación: el ciento por ciento de las artistas expuestas son mujeres biológicas. No hay mujeres con pene en esta muestra: en el sistema del arte argentino no circulan mujeres trans. La inclusión trans es una deuda a ser considerada por el equipo de curadoras independientes -Patricia Rizzo, Cristina Schiavi, Larisa Zmud y Karina Granieri- que trabajan sobre un programa experimental que será desarrollado a lo largo de estos meses en el espacio de PROA 21.
Vista de la Sala 1 de Proa. A la derecha, “Globe”, el mundo-jaula de Mona Hatoum. A la izquierda, una obra de Delia Cancela. / Foto: Fundación ProaVale decir, no es una muestra de mujeres que habla de la mujeritud. El foco está puesto sobre todo en las criaturas que buscan liberarse de las jaulassociales, económicas, religiosas, étnicas o la que le toque en suerte. Más que un manifiesto de verdades reveladas, las obras en su interacción, funcionan como un catálogo de estrategias para que uno, una, une, pueda salir de su encierro.
Para hacer la visita
Jueves a domingo, de 11 a 18, con reserva previa en la web www.proa.org. Gratis hasta el 30 de noviembre.
Fuente: Clarín