Hay perfume a canela, clavo de olor y café en el laberinto creado con 23 toneladas de tierra en el subsuelo del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Una matriz con paredes de más de dos metros de altura, construida a modo de útero maternal y “homenaje a la Pachamama” por la artista colombiana Delcy Morelos para su primera exposición individual en la Argentina.
Similar a la que realizó para lamuestra curada por Cecilia Alemani en la actual edición de la Bienal de Venecia, esta imponente instalación tiene que ver con nuestro origen: desde Tierra del Fuego viajó la turba que compone El lugar del alma, estructura creada con la misma técnica milenaria que se usa para construir casas de adobe, que el año próximo se utilizará para fertilizar una huerta.
“Los invito a que vengan y estén a solas con la madre Tierra; hay que hacer silencio para entenderla en profundidad. Cuando estamos en diálogo con la naturaleza, podemos acceder a sus secretos”, aconsejó la artista durante la visita de prensa. “Nací en Tierralta, un pequeño pueblo donde se vive la violencia en todas sus formas –explicó-. La Tierra está en el origen de esa violencia, por la ambición: nos alimentamos de ella sin agradecerle, como hacen los pueblos originarios. Yo la elevé del suelo, como un gesto de rebeldía. Está en un lugar de honor, y exhibida en un museo”.
Se completaba así, con la presentación del proyecto que inspiró la idea, la primera etapa de del programa Un día en la Tierra. El ciclo anual impulsado por el Moderno, dedicado a la reflexión sobre el presente de la humanidad y su relación con el planeta, iniciado con más de una decena de muestras que integran y actualizan el patrimonio del museo. Algunas de ellas se renovarán a lo largo de 2022, mientras que otras permanecerán hasta el año próximo.
Entre estas últimas se cuentan la de Morelos y Pupila, de Eduardo Basualdo, abierta también desde el sábado último y ubicada en el otro extremo de la antigua tabacalera de San Telmo. “Hay un recorrido sugerido, una invitación a recorrer todas las exposiciones desde el segundo subsuelo hasta acá, que abordan temas como la armonía de la humanidad con el planeta y la reivindicación de los cuerpos; todo lo que nos pasó durante la pandemia”, aclara a LA NACION Victoria Noorthoorn, directora del Moderno, parada junto a otra obra monumental: la que modeló Basualdo con aluminio negro.
Esa gran sombra que parece materializar el inconsciente colectivo incluye siluetas humanas, como si hubieran sido sepultadas por lava, y una enorme ola que se eleva amenazante sobre la sala del segundo piso. En una esquina hay dos paredes unidas por costuras precarias, como si fuera el vértice de estructura que cedió al desborde. “Es un síntoma de salud”, observa Basualdo.
No es fácil llegar hasta allí. Concebida como una gran instalación, Pupila invita a recorrer por etapas su diseño escenográfico. Primero hay que atravesar en zigzag un cubo blanco deconstruido, con paredes inclinadas. Se exhiben allí dibujos recientes de uno de los grandes referentes del arte contemporáneo argentino, que participa de una muestra actual en el museo Hamburger Banhoff de Berlín y ya había trabajado con Noorthoorn como curadora para las bienales de Pontevedra (2006) y Lyon (2011). Desde 2018, cuando instaló una puerta giratoria en en el muelle de la Asociación Argentina de Pescadores para la semana de Art Basel Cities, no mostraba obra nueva en Buenos Aires.
En forma secuenciada, a modo de fotogramas, se presentan imágenes de una casa amenazada y la mirada de su habitante que se vuelve hacia el interior de la mente. “Hay que cerrar el párpado y seguir mirando -dice Basualdo-. El ojo, al no poder recibir imágenes externas, empieza a avanzar hacia el interior de la cabeza”.
Como acto simbólico de ese gesto introspectivo, hay que traspasar una puerta. No como la que exhibió en la Bienal de Venecia en 2015, perforada en el centro, sino una abertura en la pared que da hacia un pasaje de color rojo y que solo permite el paso de una persona a la vez. Como en la propuesta de Morelos, la experiencia tendrá que ser individual.
Aunque en este caso, no será silenciosa. Al atravesar ese canal comienzan a escucharse golpes, como si alguien intentara entrar o salir. “El sonido te va llevando hacia el final”, dice Basualdo, misterioso, al llegar a otro espacio donde se exhiben más dibujos. Éstos representan “el espacio mental donde uno está confinado” y “el enfrentamiento con esas materias oscuras que nos habitan”.
“La idea de lo siniestro es muy fuerte en mi obra; eso que uno piensa que controla, y ya no controla más”, recuerda el artista, que exhibió en Art Basel Miami en 2017 otro objeto de aluminio negro parecido a una semilla –versión pequeña de La cabeza de Goliat que había colgado tres años antes en el parisino Palais de Tokyo, y luego en la Usina del Arte-, en cuyo interior sonaba algo que parecía vivo y a punto de salir de su crisálida.
Ahora, ese ruido suena mucho más fuerte. Proviene de un rincón del fondo, donde hay una fecha impresa sobre una columna blanca: 1977. “Es mi fecha de nacimiento, un dato de la realidad que te saca de este lugar onírico –dice Basualdo, que pronto protagonizará dos libros dedicados a su exitosa carrera-. El sonido pide que despiertes, como si no te dejara descansar. Remite al momento anterior al nacimiento, a ese límite, en esta muestra que es reversible: se puede recorrer en ambos sentidos. Para salir no tenés otra opción que volver sobre tus pasos; es como si vieras la historia de adelante hacia atrás, y de atrás hacia adelante”.
“Es un llamado de atención -agrega Noorthoorn, en referencia a esta instalación y a su vínculo con el programa anual-, una metáfora del poder del arte para ayudar a tomar conciencia sobre el estado del mundo y hacia dónde estamos yendo”.
Para agendar:
Delcy Morelos: El lugar del alma (curada por Victoria Noorthoorn, con la colaboración de Clarisa Appendino) y Eduardo Basualdo: Pupila (curada por Noorthoorn, con la colaboración de Appendino y Alejandra Aguado), en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Avenida San Juan 350, San Telmo). Lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19; sábados, domingos y feriados, de 11 a 20. Entrada general: $50; miércoles gratis.
Fuente: Celina Chatruc, La Nación