Corría la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento cuando se creó en la Argentina una entidad que hoy cumple 150 años: el Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades. De medallas con grabados de la historia del país a monedas de la Antigua Grecia, autógrafos de próceres o actas de la Primera Junta, pasando por objetos de platería, pinturas o mueblería antigua, la institución desarrolla la investigación y pone en valor un cuerpo de colecciones de destacada relevancia patrimonial, artística y testimonial.
El presidente del Instituto, Manuel Luis Martí, quien es también miembro titular de la Academia Nacional de Medicina, señala que se trata de la institución cultural “más antigua de nuestra ciudad”. Sobre la nomenclatura de Instituto “Bonaerense”, aclara además: “Cuando se fundó, el 16 de junio de 1872, la ciudad de Buenos Aires estaba segregada de la Confederación”.
La entidad nuclea hoy a 25 coleccionistas de fuste, siendo miembros decanos nombres como Maud De Ridder de Zemborain y Carlos Pedro Blaquier. El primer presidente del Instituto fue Aurelio Prado y Rojas, conocido coleccionista de la época, acompañado por figuras como Ángel Justiniano Carranza, Vicente Quesada, Carlos y Manuel Eguía, Julián Panelo, Gerónimo Espejo y, entre otros nombres, José Marcó del Pont. Entre sus miembros honorarios figuraron Manuel Ricardo Trelles, Bartolomé Mitre, Andrés Lamas y Juan María Gutiérrez.
“Si hay algo que demuestre fácil y exactamente el estado intelectual de un pueblo es, a no dudarlo, el número de asociaciones científicas que en él existe”, dijo Prado y Rojas en el acto inaugural del Instituto. Tras su muerte, en 1878, se suspendió durante un prolongado período la actividad de la entidad.
En los años 30, intelectuales como Enrique de Gandía, Rómulo Zabala, Alejo González Garaño, Enrique Udaondo y Ricardo Levene encabezaron una nueva etapa de gran actividad para el Instituto, que llega hasta hoy con la edición de boletines, la publicación de libros sobre temas numismáticos e históricos y la acuñación de cerca de un centenar de medallas. Entre otras acciones, la entidad también diseñó el Cenotafio a los Caídos en la Gesta de Malvinas y el Atlántico Sur situado al pie de la barranca de Plaza San Martín y editó una reproducción facsimilar del libro del Padre Nieremberg, el primero editado en América. En la actualidad, el Instituto continúa con sus tareas de investigación numismática e histórica, acuñación de medallas, edición de publicaciones y exposiciones.
En la celebración de su aniversario, el Instituto presentará este martes en el Club del Progreso su nueva medalla, una reproducción de la primera acuñada por la institución en 1872.
Medallas: de las Invasiones Inglesas a Sarmiento
Arturo Villagra, quien encabeza la Comisión de Medallística de la entidad, señala que cada una de estas insignias refiere a un determinado acontecimiento histórico del país. Es así como se aprecian medallas conmemorativas del bicentenario de las Invasiones Inglesas -en la que se rinde homenaje a Santiago de Liniers, jefe de las tropas que vencieron a Pophan y Beresford en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires en 1806-, de la Asamblea de 1813 -en la que se dictan los bandos de la creación del escudo nacional y la acuñación de la primera moneda patria-, y, entre otras, la del bicentenario del combate Naval de Montevideo de 1814, que presenta a la fragata Hércules al mando del Almirante Guillermo Brown en primer plano. Lo mismo aparecen reflejados en bronce próceres como Domingo Faustino Sarmiento o alusiones a episodios históricos más recientes como la Guerra de Malvinas, recordada en una pieza de metal con una recreación en miniatura del cenotafio en homenaje a los caídos de Plaza San Martín.
Villagra, tesorero del Instituto, es autor de gran parte de los diseños de las medallas. Respecto a la que se presentará este martes, el coleccionista cuenta que se acuñó una reproducción de la primera insignia emitida por el Instituto en el momento de su fundación. El reverso de la medalla está representado por el emblema del Instituto, presente en la mayoría de las que éste ha realizado. Todas las piezas están numeradas en el canto y se realizan en bronce.
Monedas: de la Antigua Grecia al patacón
Los ejemplares de monedas más antiguos en posesión de los coleccionistas datan de la Antigua Grecia y están fechados en torno al año 400 antes de Cristo. También se atesoran monedas del Imperio Romano, pero, por lejos, los mayores acervos en el país corresponden a piezas que circularon como objetos de cambio dentro de estos territorios del sur.
Mariano Cohen, especialista en este tipo de objetos, explica que las primeras monedas que se emitieron por estas tierras “comenzaron a acuñarse en Potosí en 1574; se llaman macuquinas y eran hechas a golpe de martillo”. A partir de 1767, siempre dentro del período colonial, adoptaron la forma circular.
“Durante la segunda ocupación patriota del Ejército del Norte en Potosí, en 1813, se produjeron las primeras monedas patrias de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hecho por el cual el día 13 de abril, fecha en que se dictó la ley para acuñarlas, se festeja el día de la Numismática Argentina”, explica el experto. Y agrega: “Más tarde, durante el período preconstitucional, se emitieron monedas en varias provincias, siendo las más importantes las riojanas en oro y plata gracias a los metales extraídos del Cerro Famatina. Todo esto terminó en 1861 y, finalmente, en 1880 se dictó la ley de unificación monetaria nacional”. Algunos ejemplos de las piezas que se conservan de los años posteriores a esta fecha son las monedas del peso argentino o patacón.
¿Cómo firmaban Rivadavia, Alvear o San Martín?
El historiador Roberto Elissalde, destacado conocedor de documentación histórica, explica que el Instituto reúne a coleccionistas de diarios antiguos, correspondencia, actas, revistas y otros escritos.
“Hay cartas firmadas por personas de relevancia o no, colecciones de autógrafos y papeles históricos” en los que se aprecian registros documentales y coloquiales de época, explica. Entre este material, figura un texto dirigido al Príncipe de la Paz publicado por la Imprenta de los Niños Expósitos y firmado el 16 de agosto de 1806, que da cuenta de lo acontecido en Buenos Aires con motivo de la invasión de los ingleses y “el gran triunfo de la ciudad sobre los extranjeros”.
Entre las colecciones de autógrafos, opina Elissalde, se destacan papeles con firmas de José de San Martín -con la rúbrica del prócer en un recibo-, hojas de memorias escritas por Mariquita Sánchez de Thomson a mano con su membrete y otros escritos de Bartolomé Mitre, Juan Martín de Pueyrredón, Dean Funes, Vélez Sarsfield o Norberto de la Riestra. Otros documentos refieren a virreyes u órganos de gobierno como la Primera Junta, así como a personajes desconocidos de la historia.
El Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades también editó cinco boletines en su primera época y 19 en la actual, junto a catálogos de exposiciones de medallas, grabados, las Invasiones Inglesas, San Martín y otros próceres o circunstancias de la historia. También es autor de la reedición facsimilar del libro De la diferencia entre lo Temporal y lo Eterno, del padre Nieremberg, y de un grueso volumen dedicado al general Manuel Belgrano en el bicentenario de la creación de la bandera.
Un autorretrato de Prilidiano Pueyrredón en la colección de Bartolomé Mitre
Las colecciones abarcan también monedas, objetos coloniales, mates de plata y sahumadores del siglo XIX, muebles, grabados, libros antiguos, pilchas criollas, imaginería, carruajes, condecoraciones y hasta juguetes infantiles que, desde su materialidad y significancias, hablan del pasado. Como ejemplo, Elissalde menciona una pintura que Bartolomé Mitre conservó en su colección “junto a otras maravillas”. El cuadro es un autorretrato de Prilidiano Pueyrredón en el que se ve al pintor cazando y en el que se pueden relacionar elementos presentes en la pintura gracias a documentos escritos, en este caso la correspondencia que el artista mantuvo con Vicente Fidel López. Por esas cartas, se deduce que el perro que acompaña al pintor “en esa aventura en los campos de Pereyra Iraola se llamaba Stop”, apunta el historiador.
Fuente: Cecilia Martinez, La Nación