Marta Minujín recorre los pasillos de La Rural, ahora adaptada para ser sede de arteBA, y va juntando gente que la sigue, que se agolpa, que se suma. Bajita, delgada, de voz casi susurrada, avanza enorme en medio de un enjambre humano que no ve nada más a su paso que a ella. Es la flautista de Hamelín, una encantadora, la que lleva a todos detrás, a su ritmo pop.
En la segunda edición del ciclo de visitas guiadas por la feria, este año curado por la crítica y experta Laura Batkis y el hit son los paseos con figuras del mundo del arte. Sin lugar a dudas, comenzó con un plato fuerte porque el estribillo para corear con desenfreno fue la recorrida con Minujín. Se inscribieron para participar más de 3.500 personas, hubo cupo para 60, de los cuales solo 30 afortunados tenía audífonos para escuchar lo que la flautista comentaba a la lejanía, atrás del muro de seguidores, pero en realidad había más de 100 personas, porque a cada paso de Marta eran más. Para cuando se abrieron las puerta al público, la fila que esperaba pasear con Minujín ya era bastante larga. En su primer día, en su primera hora, arteBA ya tuvo su evento destacado. Se puede asistir hasta el domingo 14 para ver obras de más de 400 artistas representados por más de 80 galerías de diferentes ciudades del mundo. Pero ya no a Marta de Hamelín.
Colores. Minujín, en la recorrida por arteBA. / Silvana Boemo
A las 16 en punto empezó el paseo, terminó y media clavado y después durante 15 minutos la artista estuvo haciéndose fotos y selfies con tanta paciencia como humor y disposición. A las menos cinco tomó un sorbo de su gaseosa y para las 17 ya estaba camino a su casa. Sus seguidores, aún obnubilados por la magia de su flauta, se fueron dispersando desorientados y la feria volvió a su cauce habitual, algo más sosegado. Minujín fue clara. Desfachatada y graciosa, perosobre todo sincera.
Antes de empezar la recorrida, reunida en medio del corro de visitantes en el pabellón A, dijo: “A mí no me gustan las feriasporque más que de arte son de ansiedades. Los galeristas quieren vender, alguna gente quiere comprar, los artistas sienten presión. Ahora son cinco días de la feria de las ansiedades, por eso cuando terminemos la recorrida me voy y ya no vuelvo. Hoy, ahora estoy acá, y después ya no vengo más”, dijo, aunque el miércoles, en la apertura VIP, había estado a la mañana y a la tarde.
De overol turquesa de lamé, collar y pulseras en ocre, anillos y aros plateados, como sus gafas características a lo Poncharelo, botitas casi sin taco y una carterita verde triangular colgando, Minujín paseaba y las almas se sumaban. Marta seguía metiéndose entre los vericuetos de los stands y se perdía entre la multitud que la encercaba, siempre siendo el centro de ese universo de gente. Ella como un sol, con su cabeza platinada brillando.
Pop star. Marta Minujín recorre los pasillos en medio de un público entusiasta. / Silvana Boemo
“Voy a hacer lo que me surja en el momento”, había anticipado. Y así fue. Salió a pasear sin mapa, frenando cada tanto en donde sentía que había algo para comentar. “No voy a hablarles de las obras, quiero contarles anécdotas, aventuras, para que este paseo les aporte algo diferente que no pueden leer en los libros”, dijo. El público celebró encantado.
De hecho, apenas miraba las obras. Los galeristas sufrían por las potenciales marcas de carteras y mochilas contra los lienzos, sostenían esculturas aterrados de que se caigan ante el paso del malón y la multitud sacaba fotos de Minujín, miraban a la artista pop, y le daban la espalda a obras como la estrella de la feria, la pintura sin título que Jorge de la Vega de 1967, un lienzo de siete metros por dos de alto exhibido por María Calcaterra y que ya se vendió en una cifra superior al millón de dólares.
Admiración. Minujín frente a una obra de Pablo Suárez en arteBA./ Silvana Boemo
Porque la estrella en ese momento era Marta, humana, tangible, ahí a mano, mientras contaba recuerdos y se dejaba hacer fotos. Compañera de ruta de muchos grandes, Minujín fue parte del desarrollo del arte contemporáneo local a partir de la década del 60 con la mítica generación que surgió del Instituto Di Tella. La mayoría de las anécdotas fueron sobre su entrañable amigo Alberto Greco. Cuenta que lo conoció a los 16 años, cuando un día fue a tomar algo al Bar Moderno. “Entonces abandoné la carrera de Bellas Artes, gracias a él me di cuenta de que ya había aprendido lo que necesitaba saber y que era momento de romper con todo, para sacar mi propio yo», dice. “En esa época solo había galerías, en general las mejores eran las de la calle Florida. Ahora, medio siglo después, estamos en una feria en donde todos ustedes pueden sentir cómo es rodearse de arte”, dijo inspirada, pero la banda que la rodeaba quería más cuentos.
De Greco siguió recordando con afecto anécdotas dispares, como que su estudio tenía el piso lleno de pintura y orina o que fue una de las personas más generosas que conoció: “Le iba mal al principio y siempre se quería suicidar, tomaba pastillas, yo lo rescataba. Después le fue bien, tenía tanta plata que regalaba billetes por la calle. Finalmente logró matarse”.
Lo suyo. Minujín y una obra propia en arteBA. / Silvana Boemo
Alguien le preguntó al paso por Antonio Berni. “Nos empezó a copiar a los pop», dijo Minujín. «Era muy popular”. “Como vos”, le retrucaron y ella, pura sonrisa, certera, disparó: “No, menos”. Y se perdió entre las carcajadas de sus fans.
Fuente: Clarín