La historia pública de los hechos no siempre coincide con la cronología en sombras de esos mismos hechos. El último capítulo de la primera historia podría empezar por acá. El 4 de diciembre, el presidente Alberto Fernández tuiteó lo siguiente: «El escritor y empresario Alejandro Roemmers me ofreció donar al Estado argentino más de 6000 libros y manuscritos de Jorge Luis Borges de su colección. Con ese aporte vamos a crear el Museo Borges, en homenaje al hombre más grande en las letras que ha tenido nuestro país. Se supo enseguida que esos objetos que Roemmers ofreció al Estado habían sido comprados a Alejandro Vaccaro.
Por detrás de la trama política (la cercanía de Vaccaro con el kirchnerismo y la pretensión del gobierno de incautar la figura de Borges para «cerrar la grieta») y de la discusión sobre la necesidad de que exista otro museo Borges (ya hay uno en la Fundación Internacional Jorge Luis Borges) hay una historia subyacente que se remonta a los últimos años de vida de Borges. Esa historia es la que le interesa a María Kodama, que fue tentada por Roemmers para aprobar la donación. La pregunta clave es: ¿cómo consiguió Vaccaro esos objetos?
«El origen siempre es el mismo: la casa de Borges -explica Fernando Soto, abogado de Kodama-. El hurto agravado, que es la figura, está prescripto, porque es de 1986. Pero el encubrimiento, que consiste en vender cosas sabiendo el origen ilícito, no está prescripto: sucede en el momento en que se vende. Estamos poniendo los acontecimientos en conocimiento de la autoridad».
¿Cuáles son esos acontecimientos? Para saberlo, hay que deshacer un ovillo que encierra las dos mitades de los hechos: la pública y la privada. La fundación de una Asociación Borgesiana, con Vaccaro y Roemmers, que aportó plata y objetos personales de Borges, hizo sonar la alarma.
«Ahí nos dimos cuenta de que había exhibiciones de cosas que Borges no había cedido -explica Soto-. Por ejemplo, las dagas que le dieron en la Universidad de Texas y las condecoraciones. Tenemos por cierto que Epifanía Uveda tenía acceso a esos objetos de Borges. Dijo Uveda: ‘Bajo mi custodia estuvieron todos los valores de la casa, incluyendo las joyas de la señora Leonor, y tuve por años la única llave de la caja donde se guardaban las condecoraciones, 160 en total del señor, y que eran de oro, plata, marfil y platino’. Nadie más que ella accedía a esto, porque Borges estaba ya en Suiza».
Fanny, la sirvienta, en acción: ayudando a Borges y cargando bolsas con objetos
Epifanía Uveda -más conocida como Fanny- fue la sirvienta de Borges durante años en el departamento de la calle Maipú.
Vaccaro contó públicamente que hacia fines de los años 80, ya muerto Borges, le dio alojamiento a Uveda. «Tenemos probado que hay un vínculo de Vaccaro con Uveda. Entonces nosotros tenemos una conjetura». Por si no fuera suficiente, en 2004, Vaccaro le había propuesto a Daniel Scioli, vicepresidente de la Nación, un homenaje a Fanny en el Senado. A instancias de Kodama, el homenaje no llegó a hacerse. Fanny murió en 2006.
Pero vayamos un poco más atrás. Cuando Borges se fue a Ginebra, solamente él sabía que ya no volvería a Buenos Aires. «Yo hablé con el médico para saber si podía volver -explica Kodama-. Y el médico me dijo que no había problema. Los editores habían estado de acuerdo en pagar el viaje. Pero Borges me dijo: si usted me quiere como dice que me quiere no puede desear que mi agonía empapele las calles como pasó con Balbín. Yo no quiero eso, le dije. Quiero que decida en libertad qué quiere hacer». Fue entonces cuando Borges decidió arreglar los papeles en Buenos Aires y le hizo un poder al abogado Osvaldo Vidaurre para despedir a Fanny, con una indemnización, y hacer un inventario. Ella no se quería ir. Y se olvidaron de revisar la baulera». Según Kodama, Borges ignoraba que su madre mandaba a la baulera todo lo que él quería quemar y romper. Él había dicho: ‘Madre, si yo encuentro aquí algo mío lo tiro’. Entonces la madre, desesperada, ponía las cosas en una bolsa y se la daba a Epifanía para que las bajara a la baulera».
Cuenta Soto: «Epifanía fue a la baulera y se llevó las cosas. Todo. Hay fotos en revistas de ella cargando las bolsas. Se llevó todo lo que quiso. Después aparecen exhibidos las dagas, el pasaporte, el reloj. Por lo tanto, la adquisición posterior de esos objetos es ilícita. Sea quien sea, va a tener que demostrar que la compra fue legítima».
Incidentalmente, Vidaurre constató además que Uveda había retirado mucho más dinero del que Borges le había permitido como pago de su salario.
Kodama no recordó inicialmente lo que había dicho doña Leonor. «Cuando Fanny empezó a hablar, me acordé -dice-. Con el tiempo, caí en la cuenta de que las cosas que estaban ahí son las que después empezaron a aparecer. Yo estaba muy mal después de la muerte de Borges». Las peripecias oscilan entre la novela psicológica y el policial. No es casual que todo el caso esté destinado
Fuente: Pablo Gianera