“Materiales standard, industriales y baratos para crear el mayor grado de ilusión posible”, guía la curadora María José Herrera por entre rollos de cartón corrugado, mochilas abiertas, herramientas de cortar, fibras de colores, gente en ropa de trabajo. La antesala de una muestra, el montaje, puede ser este momento único en el que Herrera apela a una máxima de Edgardo Giménez para convertir un espacio en desarrollo en una experiencia aparte.
Como si fuera 8 y ½, de Fellini, con Herrera se recorre no solo la sala central de Malba sino que es una excursión al mecanismo desbordante de Giménez, nacido en Santa Fe en 1942. ¿Y quién puede pensar que los objetos que asoman apenas son los de una persona de casi 81 años? Hay tanta vitalidad, ritmo y alegría a punto de explotar aquí que se diría que el artista nunca salió de su adolescencia.
Para la muestra que abrió al público el viernes 25, se han reconstruido partes de las escenografías que Giménez hizo para Psexoanálisis (1968) y Los Neuróticos (1971), películas con las que Héctor Olivera captó el zeitgeist de la cultura pop y la liberación sexual. Frente al altar en el que se lucía la sex-symbol Libertad Leblanc en Psexoanális hay ahora una grúa. La sala entera parece un estudio de cine a punto del “¡Corten!” y ese es el núcleo duro de la imaginación de Giménez: una sala de cine con Walt Disney y su Blancanieves como todo Louvre.
Malba promociona la retrospectiva No habrá ninguno igual (título que Giménez tomó prestado del tango “Ninguna”, de Homero Manzi) con el afiche en el que el artista se hizo fotografiar como un Tarzán beat para la muestra Las Panteras, de 1966. Siguiendo esa ficción en la que Giménez quiso ser un guitar hero, lo que sigue son siete grandes éxitos producidos entre 1963 y 2022.
La Mamouschka operada (1964)
“La gran tragedia es vivir sin humor”, lee en el texto que recibe al público. Tan pronto como su trabajo con la publicidad le permitió, Giménez se distinguió por echar las raíces de un bestiario entre pop y camp. Acorde con el paisaje del litoral como humus sentimental aparecieron criaturas que se leyeron en la época en la clave del arte-objeto. Realizada con materiales anti-artísticos, separaba a su criatura del nihilismo neo dadá de los ‘60 por una afirmación más cercana al proto-pop criollo de Molina Campos y su disparatada gauchesca. La Mamouschka operada se vio en la muestra colectiva La Muerte, de 1964, y en ¿Por qué son tan geniales?, obra en vía pública con Dalila Puzzovio y Charlie Squirru instalada en el invierno de 1965 en paralelo a La Menesunda.
Ocho estrellas negras (1967)
La obra que Giménez presentó en la legendaria muestra Experiencias Visuales 1967, en el Di Tella, tiene una nueva versión adaptada para la explanada del museo. Las estrellas de madera y esmalte negro son ahora cinco, símbolo de la excelencia. Es, acaso, una de sus obras más conceptuales. Una tautología obsesiva que terminó estampada por una fábrica de sábanas: 50.000 metros de tela reprodujeron la pieza como diseño entre 1967 y 1968. El arte pop metido en la industria textil y en los sueños y deseos de miles de argentinos.
Psexoanálisis (escenografía) (1968)
Reconstruido en un raro telgopor que parece duro pero es blando, aparece, en el medio de la sala grande, el huevo donde una Marcela López Rey semidesnuda esperaba por Norman Briski que caía luego por el tobogán también reconstruido en el reverso de este objeto que pasa así del cine al museo.
Psexoanálisis (que será proyectada en el cine de Malba) es la película que marca el encuentro de la industria argentina cinematográfica con los artistas pop. El vestuario correspondió a Dalila Puzzovio y Giménez se ocupó estos ambientes donde el mundo de Alicia, Freud y la psicodelia se entreveran. Dentro del huevo hay una cama de plush y cien globos blancos que serán activados por una pareja de performers. Una muestra temprana de la versatilidad de un artista capaz de saltar todos los alambrados. El “afichista de los intelectuales”, como lo había presentado Primera Plana era, ahora, aquel que había puesto el cine argentino en los bordes de la alucinación.
Retrato de Federico Klemm (1971)
De tan polifacético y multidisciplinario se olvida a veces que Giménez es también un pintor. El retrato que forma parte de la colección Klemm (Federico había debutado como actor poco antes en el Di Tella) tiene muchas claves del mundo Giménez. Aparece su insistencia con las nubes (que definen el eje de una de las salas), uno de sus propios muebles de artista ocupando el lugar metafísico de las torres de Roberto Aizenberg y la figura del retratado en un limbo entre la ilustración serializada y la estampa aurática.
Giménez empezó pintando la equivalencia del litoral al mundo hollywoodense de Tarzán y eso se ve en sus arcadias de naturaleza artificial. En sus primeras pinturas y tapices observa Herrera el sedimento de una estética folk. Pero menos de cierto kitsch del este (Hungría, Bulgaria) que de las expediciones de la clase media acomodada a lugares como Acapulco o Río de Janeiro cuyo exotismo parece captado para siempre en el temprano Giménez ya un consumado creativo entre los Mad Men de Buenos Aires.
Gato secretaire (1960-2016)
Con la misma ambición de un arte para la vida cotidiana de la Bauhaus pero con más humor que rigor, Giménez llevó adelante dos proyectos de arte para usar con las tiendas La Oveja Boba y Fuera de Caja, entre mediados de los ‘60 y principios de los ‘70. Con su bestiario a cuestas, encuentra el punto de desequilibrio entre la función y la forma. Sus obras de arte aplicado son desmesuradas, no aptas para ambientes neutros al mismo tiempo que introducen una dimensión onírica en la razón modernista de la arquitectura. Hay algo de la jungla (la sala que recibe al público lleva el nombre de “Selva”) resistiendo la urbanización implacable en estos diseños.
Departamento de Jorge Romero Brest (años ‘70-’80)
Uno de los mayores aciertos de esta retrospectiva es reconstruir el ambiente espejado del departamento de la calle Parera de Jorge Romero Brest (el mandarín modernista) y su pareja Martita que Giménez decoró o, mejor, convirtió en obra de arte habitable. Si bien no se reproduce todo el mobiliario se supone que aquí estará el mismo sillón Chester de lunares pop donde Romero se sentaba y los gatos de cerámica que custodiaban el lugar. Lo imposible de reconstruir es el estilo andrógino de Martita, de pelo corto y corbata, punk antes que todos. Giménez también le construyó a Romero una casa pop en las afueras de La Plata además de su propio Shangri-La de Punta Indio. Pero no es arquitecto sino que hizo arquitectura.
Mona con estrella azul (2019)
El mono es el animal elegido, acaso un alterego, en la zoología pop de Giménez. La inspiración es el chimpancé Chita que acompañaba a Tarzán en sus recorridas por la selva. Su primer mono aparece en la pintura Edgardo en la jungla (1965), otro ejercicio de autoficción, pero toma forma definitiva en el diseño del afiche para la discoteca Afrika, un par de años después. Con el tiempo sus monos salieron a la tercera dimensión como esculturas-objeto. La variante albina aparece en los ‘70 y lo acompaña hasta su producción más reciente. Hay un punto en el que Giménez nunca pudo (o no quiso) abandonar la butaca del cine de provincias donde Hollywood modeló su imaginación al punto de confundir a Eva Perón con Blancanieves. Sigue ahí, esperando que empiece, de nuevo, la película.
Fuente: Fernando García, La Nación.