Gran parte de nuestra historia se oculta bajo la ciudad de Buenos Aires: en San Telmo hay sepultadas casonas de la época colonial, bajo la Casa Rosada está el antiguo Palacio de los Virreyes y en plena City porteña existe un lugar donde se escondía el búnker mandado a construir por el ex presidente Juan Domingo Perón.
Eran épocas de la Guerra Fría, cuando el exmandatario acondicionó un refugio en la calle Bouchard con las comodidades mínimas para sobrevivir frente a un posible ataque. Sin embargo, ese lugar jamás fue utilizado por Perón y más tarde fue cerrado, saqueado y olvidado.
¿En qué parte exacta de Buenos Aires se construyó el escondite? ¿Cómo era su interior? ¿Quedó algún resto arqueológico de ese lugar? ¿Qué se construyó encima? ¿Fue posible visitarlo?
El arqueólogo Daniel Schávelzon investigó el tema a partir de 1999, cuando el Gobierno porteño le comunicó que mientras una empresa privada levantaba una moderna torre en la calle Bouchard 710, esquina Viamonte, se habrían topado con una estructura secreta que parecía ser el búnker de Perón.
“Efectivamente, allí estaba el refugio antinuclear bajo el llamado en un principio edificio Alea”, contó el investigador. Hoy es un inmueble vidriado premium comprado por la empresa Dow al holding Irsa por 87,2 millones de dólares el año pasado. Tiene un gran cartel con el nombre Samsung y previamente tenía otro que decía Microsoft.
Para conocer la historia de su búnker hay que remitirse a principios de la década del 50, cuando la empresa ATLAS construyó dos edificios unidos en su parte trasera: el Alea, inaugurado en 1951, y otro que recién se terminaría en 1955, el Alas. En el primero de ellos, en el subsuelo, y conectado con el Edificio Alas en su parte posterior, se construyó un escondite. Este inmueble quedó inconcluso luego del golpe del 55: a mitad de la obra, siendo una estructura de hormigón, los trabajos fueron frenados. Antes había sido destinado al uso de grupos editoriales.
Décadas más tarde el expresidente Carlos Menem reflotó el abandonado Alea, para que pase a ser el Archivo General de la Nación. Después de ser rematado, fue comprado por la empresa Cargill que pidió la realización de un inmueble de oficinas moderno y funcional. Durante los trabajos, mientras realizaban excavaciones, hallaron el búnker pero se decidió demolerlo para construir un total de 186 cocheras, actualmente en uso. De todos modos, el espacio que ocupaba el refugio era de 10 por 11 metros, solo daba lugar a seis autos. Schávelzon no lo duda: “Deberían haberlo conservado”.
El Alas fue el edificio más alto de la ciudad por más de 30 años, en contraste con su vecino Alea. Era sede de los canales de televisión, pero luego fue entregado a la Aeronáutica. Hoy son departamentos privados del personal de esa fuerza. Por su tamaño y estilo racionalista continúa siendo un rascacielos icónico sobre Alem.
En cuanto al Alea, en 1955 se decidió abrir al público su búnker creado durante la Guerra Fría, debido a la amenaza constante de bombas nucleares desde ambos bandos, Estados Unidos y la Unión Soviética. Los países latinoamericanos no quedaron fuera de esta psicosis de refugios y se construyeron varios de este tipo, públicos y privados, hasta quedar abandonados por falta de uso. El de Buenos Aires fue uno más de ellos, de baja tecnología y pobre arquitectura, modesto, quizás ineficaz en caso de guerra nuclear o siquiera ante un bombardeo al sitio. Pero se hizo.
El refugio consistía en una caja cúbica de hormigón hecha con el sistema tradicional de vigas, lozas y columnas, de poco más de 100 metros cuadrados, pensada para solo dos personas, Eva y Juan Domingo Perón (y tal vez un secretario). En el extremo oeste estaba el núcleo que permitía salir por Bouchard o por el edificio Alas a través de un pasillo. La estructura era la de una típica casa burguesa, pero sin ventanas.
“Obvio que era un búnker del tercer mundo, mal pensado y construido, inusable y eso lo demostró el mismo Perón ya que nunca se refugió en él, ni siquiera durante los bombardeos que precedieron a su renuncia, ni tampoco el día que tuvo que salir hacia Paraguay”, señaló Schávelzon.
Mario Silveira, también arqueólogo, hoy tiene 91 años y tuvo la oportunidad de visitar el histórico sitio: “Salió en los diarios la invitación a recorrerlo. Fui solo. La cola era de dos cuadras. Me sorprendió que no fuera muy grande, era como un pequeño departamento. Claramente no era el búnker de Hitler”, recordó el hombre.
Respecto de los objetos que allí se exhibían dijo que la prensa “fantaseó bastante”. Contrariamente a crónicas de la época que señalaban que se podía ver ropa y joyas de Evita, Silveira dijo que solo había prendas masculinas. “Es decir de Perón, y unos 15 o 20 pares de zapatos. Pero también se mostraban elementos de la vida cotidiana, como lapiceras o un teléfono”.
Quien también da cuenta de la precariedad del escondite es Julio Tocco, a cargo del mantenimiento de la quinta presidencial de Olivos durante 40 años. “Un día me llamaron para decirme que fuera el búnker porque la presión de agua había abierto una zanja, una zanja que cruzaba todo el living […] los cajones habían estado flotando, había llegado el agua como a 90 centímetros […] la chapa de las paredes estaba podrida […] se veía el río moviéndose abajo de la zanja”, recuerda Tocco, en el libro de Miguel Rodríguez Ayçaguer titulado Julio Tocco, de Evita a Menem.
Luego de este inconveniente se decidió cerrarlo. Décadas más tarde fue destruido y tapado bajo cocheras. En esa oportunidad Schávelzon, sin éxito, intentó todo tipo de peripecias para conservarlo. “El resultado fue el de siempre: se eliminó hasta la más mínima evidencia, lo que hubiese habido en el interior desapareció el primer día, nadie hizo un relevamiento o tomó fotos en detalle”, dijo el arqueólogo, que al menos logró tomar algunas imágenes a escondidas.
“Debería haberse preservado para fines turísticos e histórico-culturales, tal como sucede con otros refugios del mundo”, opinó.
En la misma línea Silveira se lamentó de que “en nuestro país el pasado que tiene vínculo con el poder se destruye, tal como sucedió con el caserón de Rosas, o donde murió Evita, lugar en el cual se construyó la Biblioteca Nacional Mariano Moreno”.
Ahora solo quedan dudas, coinciden los investigadores: ¿Ofrecer esto como visita no lo hubiera multiplicado al infinito? ¿Quién, peronista o no, no hubiese ido a verlo?
Fuente: Virginia Mejía, La Nación