Un sombrero negro con orejeras. Una pipa con la boquilla gastada por el uso. Una tabaquera. Un cenicero pequeño con forma de zapato. Una radio portátil que parece un libro del que salen brazos. Prismáticos para mirar los detalles de los monumentos. Un par de anteojos de marco grueso. Discos inhallables. Fotos del álbum familiar. Cartas manuscritas y mecanografiadas. Una lapicera de pluma. Casetes con mensajes y poemas. Primeras ediciones y libros de la biblioteca personal. Estos objetos nunca antes exhibidos en el país pertenecieron a Julio Cortázar y llegaron a Buenos Aires para integrar la muestra Comienzo del juego, que inaugura el próximo martes en el Centro Cultural Recoleta.
En el marco del “Año Cortázar”, impulsado por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires en conmemoración por los 110 años del nacimiento y los 40 de la muerte del escritor argentino, el Recoleta invita al público a interactuar con obras de arte e instalaciones sonoras y a conocer las historias detrás de cada pieza exhibida en las salas J, C y Cronopios. Con una propuesta lúdica para que el abordaje de la vida y la obra del autor de Rayuela resulte accesible a todo público y a cualquier edad, las salas se conectan mediante una serie de pasadizos que conducen a escenas de relatos como “Casa tomada” y “Continuidad de los parques”. A criterio de los curadores (Maximiliano Tomas, director del centro cultural; el crítico Pablo Gianera y Rodrigo Alonso, convocado para la sección artística), la biografía del escritor se presenta en dos grandes etapas: desde su infancia hasta su viaje a Francia en 1951 (sala J) y los años de consagración hasta su muerte en 1984 (en la C).
En la primera hay fotos de Cortázar bebé: sentado en un sillón de pana, vestido de blanco, con los ojos bien redondos y claros, los cachetes mullidos, un jopo lacio sobre la frente. Son imágenes del álbum familiar que su madre, María Herminia, pegó con plasticola sobre hojas negras. Justamente porque las fotos están pegadas no se ven las anotaciones de puño y letra que registró en cada una: fecha, lugar, acontecimiento. En una está el futuro escritor abrazado a una pelota de fútbol; en otra, con medias blancas, sombrero de ala y una especie de bastón en la mano.
“Son las primeras fotos de Cortázar tomadas en el país”, aseguró a LA NACION Raúl Manrique Girón, coleccionista argentino radicado hace décadas en España que fundó junto con otro argentino, Claudio Pérez Miguez, el Museo del Escritor, de Madrid. De allí provienen estas piezas únicas. “Los llamamos objetos afectivos: son cosas que pertenecieron a muchos escritores hispanos, objetos que fueron importantes para ellos, que nos cuentan historias sobre sus vidas. A esos objetos se suman primeras ediciones de sus libros, publicaciones importantes o documentos”, cuentan a dúo durante el recorrido exclusivo con LA NACION.
En el sitio www.museodelescritor.com/autores figura la lista completa de los autores homenajeados en este original museo. Además de Cortázar, conservan piezas y documentos de Aurora Bernárdez, esposa del autor y albacea de su obra hasta su muerte en 2014. Ella fue quien les donó la mayoría de los objetos que se podrán ver en el Recoleta. Entre ellos, un cartel negro con una flecha blanca, los apellidos de ambos y una frase en francés que indica: “Toque la puerta de vidrio de la derecha”.
“Es del piso que tenían en París, que fue uno de los primeros que compraron. En realidad, eran antiguas caballerizas del edificio. Al entrar, había que cruzar un patio y al fondo estaba la puerta. Como ese timbre ya no funcionaba, pusieron el cartel para indicar que golpearan en la puerta de al lado”, contó Pérez Miguez. En los álbumes familiares también hay postales y fotos que Cortázar enviaba a su madre y a su hermana desde Europa. “Todas están dedicadas y firmadas atrás por Julio como Coco, que era como lo llamaban. Y en las postales firmaba como ‘el viajero’”, agregó el coleccionista.
Un sombrero negro de abrigo llama la atención en una de las vitrinas de la sala C. “Es el típico sombrero que te dan en cuando te nombran Doctor Honoris Causa. Pero nos enteramos que, en realidad, Cortázar se lo compró cuando viajó a Toulouse en febrero de 1978 para participar de un congreso de literatura latinoamericana organizado por su amigo Jean Andreu. Resulta que Julio, que paraba en la casa de Andreu, cuando llega a la ciudad se da cuenta de que hacía mucho más frío que en París. Entonces, lo llevan a una sombrerería (que, lamentablemente, ya no existe más) y él elige este sombrero que tiene solapas que se bajan y te tapan las orejas. Andaba con este sombrero por la calle y, cuando se fue, se lo dejó de regalo a su amigo”, explica Manrique Girón.
Cerca del sombrero, hay una pipa con la boquilla mordida, una tabaquera que le regaló Aurora y un pequeño cenicero con forma de zapato “que ellos trajeron de recuerdo de la India en los años 60, cuando viajaron invitados por Octavio Paz”, detalla Pérez Miguez. Y agrega que los prismáticos que se exhiben en la misma vitrina eran imprescindibles en los paseos de Cortázar por París porque “los necesitaba para ver los detalles de los monumentos”, aunque usaba anteojos, como esos de marcos gruesos, típicos de la época, que también forman parte de la colección.
Otro objeto que atrae la atención tiene forma de libro y dos brazos. “Es una radio portátil que compró en un viaje a Nueva York. A él le gustaba mucho escuchar peleas de boxeo y es la radio que lo acompañaba en París. Se la quedó Aurora y yo, cada vez que iba a visitarla, le decía que me gustaba. Un día, me pregunta: ‘¿Tanto te gusta esa radio? Bueno, llévatela’ y me la dio”, revela Pérez Miguez.
Dentro de la gran cantidad de cintas grabadas por Cortázar (con sus textos, con música, con cartas para sus amigos, como una dedicada a Alejandra Pizarnik, de la que puede escucharse un fragmento en una instalación sonora) tal vez los más emotivos sean los de casetes del contestador automático de la casa del escritor en París. En uno de color naranja hay un texto manuscrito que dice que conserva el mensaje “de un lector argentino que me emocionó”. “Alguien, no se sabe quién, seguramente un lector anónimo argentino, le dejó grabado algo que él quiso guardar. Y en otro hay un mensaje con la voz de Carol Dunlop, su última mujer, que murió dos años antes que él”, detalla Manrique Girón. Cuando se le pregunta qué dice esa grabación, los coleccionistas responden sin dudar: “No sabemos porque nunca lo escuchamos. Sería meterse mucho en su intimidad”.
La lapicera de pluma con la que escribía el autor y una carpeta de cartas también tienen un lugar destacado en la muestra. “En la portada dice: ‘Cartas de personas que trabajan sobre mis libros y que mantienen contacto’. Eso demuestra lo organizado que era Cortázar, aunque mucha gente crea lo contrario. Es la clasificación sobre la clasificación”, explica Manrique Girón.
El coleccionista muestra un detalle especial de un ejemplar exhibido: la primera edición de Último round, de 1969. “Es uno de los libros más modernos de Cortázar porque está cortado al medio: tiene un piso arriba y otro abajo y eso lo hace interactivo porque el lector puede componer la página como quiera. Después, el título se publicó en dos volúmenes chicos y ese diseño se perdió. Pero es como un antecedente de Internet porque permite abrir distintas ‘ventanas’”. Otra de las joyas es el diccionario de inglés que usaba en sus traducciones al español. “Era su herramienta de trabajo como traductor y había quedado en la casa de Aurora. Lo ubicamos al lado del libro de cuentos de Edgar Allan Poe que tradujo Julio”.
Ese tesoro “compite” cabeza a cabeza con otro ubicado en la sala J: uno de los pocos ejemplares que existen de Presencia, el primer libro de Cortázar que firmó con el seudónimo de Julio Denis. “Es uno de los objetos de mayor valor de la muestra. Pertenece a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, que tiene dos ejemplares. Es un libro casi imposible de conseguir porque se editaron solo 200″, dice Tomas.
En un guiño a los bibliófilos, en una vitrina hay una primera edición de Ficciones, de Borges, con la firma de Cortázar garabateada en una página porque se trata de un ejemplar de su biblioteca personal. Adentro, hay un recorte de diario con una reseña que decidió conservar. “Sería la primera vez que Cortázar leyó los cuentos de Borges y lo debe haber movilizado tanto que lo llevó a guardar un artículo sobre el libro”, agrega Tomas.
Además de primeras ediciones absolutas, se exhibe también el original de la revista Los Anales de Buenos Aires, que dirigía Borges. En el número 11, de diciembre de 1946, salió el primer cuento publicado por Cortázar, “Casa tomada”. “Es el debut como cuentista con todas las letras, nada menos que publicado por Borges e ilustrado por Norah, su hermana”, acota el director del Recoleta y curador de la sala J.
En ambos espacios se proyectan en loop dos cortometrajes realizados por el cineasta Eduardo Montes-Bradley a partir de imágenes registradas por Cortázar. Y en las paredes hay fotografías y citas del autor de Rayuela.
Además de las instalaciones sonoras en el pasillo que conduce al túnel de más de 90 metros creado por Alonso para acceder a la sala Cronopios con distintas salidas donde esperan al visitante obras de León Ferrari, Marta Minujín, Edgardo Giménez, Graciela Taquini y Pablo Suárez, entre otros artistas que se inspiraron en la obra del gran Cronopio, en las dos salas hay sorpresas: en la J cuelgan dos dibujos hechos por el escritor (con una estética aniñada y surrealista) y en la C, una foto de Cortázar y Bernárdez, tomada en París, el día de su casamiento (22 de agosto de 1953).
En primer plano se ve una escalera empinada. Según cuentan los coleccionistas, “Aurora le dijo a Julio: ‘Esta escalera es para bajar, no para subir. Y ese fue el origen de ‘Instrucciones para subir una escalera’, de su emblemático libro Historias de Cronopios y de Famas”.
Para agendar
Del martes 15 de octubre al 23 de marzo de 2025, de martes a viernes de 13 a 22, sábados, domingos y feriados desde las 11. Entrada gratuita para residentes argentinos.
Fuente: Natalia Blanc, La Nación