PARIS.– Para la comunidad franco-argentina en París probablemente haya sido el acontecimiento cultural del año: La Révolte de la Ligne es la primera exposición conjunta entre dos gigantes de la plástica, Julio Le Parc y Pablo Reinoso, en la Galería Argentine de la legación diplomática.
Fue sin duda un tour de force logrado por el curador de la galería, Eduardo Carballido, quien —obligado por las agendas de los artistas— consiguió, con el apoyo incondicional del embajador Leonardo Costantino y la ministra encargada de Asuntos Culturales de la legación, Carolina Ghiggino, organizar la muestra en menos de dos meses.
“Todo empezó un día en Buenos Aires, cuando tomábamos un café con Julio Le Parc mirando una obra monumental de Pablo Reinoso. Se me ocurrió la idea loca de exponerlos juntos en la Galerie Argentine e, inesperadamente, Julio dijo que le gustaba la idea. Lo hablamos con Pablo Reinoso que también se mostró entusiasmado y comenzamos a trabajar.
“Fue una experiencia inolvidable, marcada por una colaboración y empeño fuera de serie de ambos artistas”, confesó Carballido a LA NACION, agregando que “esta ha sido una de las mejores exposiciones que en cerca de 30 años curó en la Galerie Argentine, por donde también pasaron Antonio Seguí, Yuyo Noé, Rogelio Polesello, Nicolás García Uriburu, Fernando Maza, Luis Tomasello, Gabriela López Díaz, Marie Orensanz, Marta Minujín, Marcia Schwarz y Gaby Grobo entre otros.
En una decena de obras mayores de ambos artistas y cantidad de maquetas, La Révolte de la Ligne (La rebelión de la línea) busca los puntos de coincidencia de sus trabajos creativos, justamente a través de la línea recta que termina rebelándose con curvas que parten en todos los sentidos. Uno lo consigue a través del acero, otro, a través de la madera.
Rebelión como actitud conceptual, resistencia a la rigidez de las cosas, a las reglas de juego que intentan fijar modos de concepción de la obra de arte. Cuestionamiento a ciertas utopías políticas o sociales que encierran la creación… “La rebelión también implica una tendencia a la apertura, un rechazo al encierro, a lo inmóvil”, escribe en el folleto de la exposición Virna Gvero. Es precisamente ese el eje de esta exposición. Tanto en Julio le Parc como en Pablo Reinoso, “la línea no se apoya en la superficie, sino que la activa, haciéndola dirigirse hacia otros territorios”, anota Gvero.
En la serie “Torsiones”, el mendocino -que en septiembre tendrá 95 años- sigue un movimiento ascendente que, bajo el efecto de la torsión, estalla en la cúspide provocando múltiples formas geométricas. En Pablo Reinoso -68 recién cumplidos- la línea ignora toda imposición funcional para proliferar a través del espacio colonizando objetos y sugiriendo la existencia anterior de la materia, su vida orgánica.
“En ambos casos, la línea en rebelión nace de un sistema, de una serie de elementos, de un orden que termina por arrollar: la rebelión se sitúa así entre dos polos, producto de una tensión entre el orden y el desorden, la estabilidad y la inestabilidad, el sistema y la indeterminación”, sigue Virna Gvero.
Monopolizados por una afluencia fuera de lo común, admirados como dos auténticas rock stars, ambos artistas se prestaron con gracia la noche de la inauguración a la solicitud de la gente que, hasta la una de la madrugada se hizo presente en la muestra. Al día siguiente, mientras esperaba en la sala de embarque para tomar el avión que lo conduciría a Buenos Aires, Reinoso se mostró entusiasmado con la experiencia. “Lo que me encantó fue la idea de exponer dos obras que son muy distintas y que, sin embargo, entran en una resonancia muy fuerte”, dijo a LA NACION. “Eso se consigue mirándolas a través de la línea. Entonces aparece algo muy claro para mÍ. Todo lo que hace Julio sigue un pattern de modelo matemático, mientras que yo hago lo mismo, salvo que mi pattern en vez de matemático es vegetal. Ese el gran encuentro”, explicó.
Para Reinoso, el segundo “gran regalo supremo” de este acontecimiento es haber preparado la muestra con Julio Le Parc. “Fue una aventura común, maravillosa y genial. Soy amigo de Julio, pero nunca trabajé con él. Y poder hacerlo ahora, compartir esos momentos, disfrutar de su rigor y de su ironía, intercambiar ideas… Encontrarme con un artista que admiro fue un regalo de la vida. Yo tenía diez años cuando vi en Bellas Artes su primera exposición en los años 60, cuando recién aparecía el arte cinético. Me fascinó. Fue totalmente inspirador”, relató antes de partir hacia Argentina y Uruguay, donde debe terminar una escultura monumental y ocuparse de una exposición que abre sus puertas en dos semanas.
A los 94 años, Julio Le Parc desarrolla la misma frenética actividad y sigue deslumbrando con su memoria y su simpatía, teñida de una ironía eternamente presente. Asediado por el público, dedicó sin embargo largos minutos para describir la identidad de cada uno de aquellos que se acercaban a saludarlo o solicitarle un selfie. “¿Las torsiones, una maravilla? Sin embargo, nunca las muestro”, dijo a LA NACION con modestia, señalando decenas de maquetas que integran la muestra, pequeñas joyas formadas por varillas de acero que se pliegan y se tuercen, se enroscan sobre sí mismas o se despliegan hacia el exterior.
También Le Parc viajará próximamente a Buenos Aires donde, entre julio y octubre, inaugurará una obra monumental en el aeropuerto de Ezeiza. El célebre maestro de la cinética también expondrá en mayo en Nueva York, en la galería Roesler.
Fuente: Luisa Corradini, La Nación