ROMA.- Uno de los mayores genios de la historia de Italia, antes de que Italia recibiera todavía ese nombre, era hijo de una esclava eslava. Una supuesta princesa capturada y vendida a una familia transalpina con la que un notario florentino tuvo un hijo llamado ni más ni menos que Leonardo.
La novela La sonrisa de Caterina (Giunti, 2023), presentada hoy en Florencia, está basada en una larga investigación documental y arqueológica y deja lugar a pocas dudas sobre el origen del gran genio. Un relato que amplía los horizontes de la historia de una Italia actualmente enfrascada en debates identitarios y culturales mucho más obtusos que lo que la génesis de su cultura fue. Leonardo da Vinci era solo mitad italiano. Y su madre, visto desde la perspectiva política actual, era una inmigrante del este a la que prostituyeron y trataron como una esclava.
El libro, presentado con bombos y platillos hoy -con embargos de todo tipo incluidos- y escrito por el historiador italiano Carlo Vecce a partir del descubrimiento de un documento en los Archivos de Florencia (norte de Italia), puede representar un punto de inflexión en los estudios sobre Leonardo. Un artista alrededor del que quedaban algunas lagunas, pero que siempre que vuelve a la actualidad lo hace convertido en un best seller.
La revelación fundamental, de la que ya se tenía sospecha desde hacía al menos 15 años pero no había sido confirmada con este grado de precisión, señala que el genio del Renacimiento nació en 1452 fruto de una relación extramatrimonial entre un rico notario de la República florentina, Piero, y de Caterina, una campesina de orígenes humildes de la que no se sabía prácticamente nada y que no sabía ni leer o escribir en la lengua del país al que llegó.
Vecce, colaborador en el pasado del gran experto en Leonardo Carlo Pedretti, explicó en la presentación del libro que ha descubierto en los Archivos de Estado de Florencia un documento que confirmaría ese origen esclavo de Caterina. Se trata del “acta de liberación” por parte de su última señora, una tal Monna Ginevra, que dos años antes la había adquirido como nodriza a un caballero florentino. El documento, datado el 2 de noviembre de 1452 (seis meses después del nacimiento de Leonardo), está escrito “de puño y letra” del notario Piero da Vinci, el hombre del que antes se había quedado embarazada, el padre del futuro genio.
La historia que relata la novela se construye también alrededor del viaje que realizó Caterina para llegar hasta Florencia. Se supone que Caterina, hija del príncipe Yacob, que gobernó uno de los reinos sobre el altiplano de las montañas septentrionales del Cáucaso, vivía a las puertas del río Don, en el mar de Azov. Y que una mañana de julio fue secuestrada por un grupo de tártaros. Luego fue vendida a traficantes de seres humanos, reducida a la condición de esclava y vendida.
Vecce explica que la esclavitud también fue un sistema en las repúblicas itálicas del Medievo, sobre todo para los mercaderes venecianos y genoveses que comerciaban con seres humanos. En Florencia, alega el historiador, el mercado demandaba sobre todo mujeres jóvenes cuyo destino era servir como nodrizas, cuidadoras, concubinas o esclavas sexuales. Caterina supuestamente fue “reclutada” por Donato di Filippo di Salvestroc Nati, viejo aventurero florentino y esposo de Monna Ginevra, “que poseía esclavos en Oriente Próximo y en la región del mar Negro”.
Vecce plantea que Caterina era una circasiana (región del Cáucaso septentrional) hija de Jacob y que fue arrancada de su tierra natal, a orillas del mar de Azov, cuando era solo una niña y trasladada a Italia. La documentación recabada por el autor del libro sostiene que la vida de Leonardo, de sus padres y de los supuestos “dueños” de su madre quedaron para siempre vinculadas.
El marido de Monna Ginevra murió en 1466, pero poco antes había invertido su dinero en la construcción de un panteón familiar en el convento de San Bartolomé de Monteoliveto. El acta notarial de esta obra aparece de nuevo firmada por Piero da Vinci. Precisamente Leonardo lega a la sacristía de esta abadía una de sus obras de juventud, La Anunciación (1472-1475). Actualmente ese cuadro está en la Galería de los Uffizi de Florencia. “No es una casualidad”, sostiene el historiador.
Además, el autor señala que en Milán, detrás de San Ambrosio, en las obras para la construcción de la nueva sede de la Universidad Católica, está reapareciendo la capilla de la Inmaculada Concepción, la de la Virgen de las Rocas. El descubrimiento de posibles restos humanos hacen pensar, dice Vecce, que también podrían encontrarse ahí los de Caterina.
Fuente: Daniel Verdú, La Nación