Estas construcciones en las alturas, en su mayoría de principios del siglo XX, cada vez atraen más y pasan a integrar la movida urbana; varias fueron recuperadas para vivir o trabajar, y en otras se ofrecen desde espectáculos de música o teatro hasta diferentes propuestas gastronómicas
Hay una inquietud que se repite en la ciudad. «¿Quién vivirá allí arriba, en esa maravillosa cúpula?», se preguntan los turistas mientras observan hacia lo alto. Luego, para develar el secreto, tocan con sigilo el timbre del último piso de alguno de los tantos edificios porteños coronados por una bella cúpula de principios del siglo XX. Según los libros de arquitectura, Buenos Aires es la ciudad de las 300 cúpulas, pero en realidad se cree que hay más de 2000 de variados estilos. Y si bien se trata de un tipo de construcciones que viene desde épocas de los romanos, cada vez atraen más y pasan a ser parte de la movida urbana, sitios más cerca del cielo en los que la gente vive y trabaja, y en los que también se ofrecen desde espectáculos de música o teatro hasta diferentes propuestas gastronómicas.
Entre las cúpulas tal vez no tan conocidas se destacan dos, rojizas, gemelas, habitadas por propietarios privados, quienes prefieren mantener el anonimato, pero que sin embargo este fin de semana abrieron sus puertas para un evento de arte y gastronomía llamado La Noche de las Cúpulas. Se realizó en la parte más alta del edificio La Inmobiliaria, ex Palacio Heinlein, frente a la Plaza del Congreso, tal vez una de las obras más fotografiadas del barrio de Monserrat, a pesar de que no figura en muchas guías turísticas.
«Sentimos gran orgullo de vivir y de poder disfrutar esta hermosa vista de la plaza, tanto de día como de noche», dijo a LA NACION la dueña de una de ellas mientras se asomaba a una de las tantas pequeñas ventanas circulares que posee el espacio, compuesto de varios pisos que a medida que uno sube se van reduciendo en tamaño. En tanto, las curadoras del evento, las hermanas Ana y Verónica Groch, afirmaron que jamás imaginaron que la actividad despertaría tanto interés y que continuarán haciendo otras similares en otras cúpulas porteñas.
Muchas veces, las cúpulas de La Inmobiliaria se usan como imagen de Buenos Aires junto con el Obelisco. Terminan en agujas, son de hierro y zinc, y tienen una interesante historia: en 1986 cayó un rayo sobre una de ellas pero se logró recuperarla. En cuanto al edificio, lleva el nombre de una de las primeras compañías de seguros de Buenos Aires. Su estilo es ecléctico, con influencias neoclásicas y del a rt n ouveau. Una de las características es que del último piso emergen las esculturas de las divinidades griegas Venus y Apolo. Ocupa toda la cuadra sur de la Avenida de Mayo del 1400 al 1500; las cúpulas se encuentran en ambas esquinas de esa arteria, a 68 metros de altura.
Tendencia mundial
Acorde con la tendencia mundial de ver y disfrutar las ciudades desde lo alto, a metros de este edificio, el Palacio Barolo ofrece en su histórica cúpula del piso 16 un mirador y una barra para beber tragos. El Barolo es otro ícono de la zona, construido en 1923 totalmente en hormigón. En ese momento se consagró como el edificio más alto de América del Sur. Su arquitectura ecléctica, entre gótica e islámica, atrapa a quienes transitan por la vereda, pero también a los que entran a su galería.
Además, en el trayecto hasta el último piso se atraviesan molduras y arcadas voluptuosas, escaleras y recibidores. Solo se puede subir por el elevador hasta el piso 14 y, tal como sucede con la mayor parte de las cúpulas, hay que hacer el último tramo a pie: dos pisos de trepar por enruladísimas y angostas escaleras.
Pero las cúpulas de las cúpulas, las más visitadas por turistas, son las del Edificio Bencich, en la elegante Diagonal Norte (avenida Roque Sáenz Peña), comparada con las tradicionales diagonales de París, con edificios de la misma altura que aún no han sido sustituidos por altas torres tal como sucedió en otros puntos de la Capital. En la ochava de Roque Sáenz Peña 616 se alza el edificio de oficinas Bencich, rematado con la cúpula que forma parte de la llamada esquina de las cinco cúpulas, que incluye las otras dos del Edificio de Renta Bencich, una en el Ex Banco de Boston y la quinta en el Edificio Equitativa del Plata.
Los hermanos Miguel y Massimiliano Bencich mandaron construir tres de estas cinco cúpulas y hoy, lejos de ser espacios vacíos, son lugares abiertos a festivales de arquitectura como Open House y a filmaciones de publicidades (Roque Sáenz Peña 615) o utilizados como oficinas de coworking (Roque Sáenz Peña 616).
Mientras tanto, avanza la restauración de otra cúpula emblemática: la de la Confitería del Molino, inaugurada en 1916 en Rivadavia y Callao, que supo atraer todas las miradas con su forma de aguja y sus características aspas. Su recuperación es parte del plan integral de puesta en valor del histórico inmueble, durante 22 años sumido en el abandono y la desidia, hasta que el Estado nacional lo expropió y lo compró. La inversión para limpiarla, protegerla e iluminarla asciende a $10,6 millones.
Como se dijo, desde tiempos de la antigua Roma, las cúpulas son lugares llenos de misterio, que atrapan y conmueven, lugares cerca del cielo que parecen inalcanzables. Según el arquitecto Fabio Grementieri, de la Comisión Nacional de Monumentos, son obras arquitectónicas «que remiten al Panteón de Roma, a lugares de peregrinación como la cúpula de San Pedro, espacios sacros o consagrados que van evolucionando a lo largo de la historia».
También tuvieron gran desarrollo como lugares de importancia política: los parlamentos de varias ciudades tienen cúpulas; entre ellos, el de Estados Unidos, y el nuestro, el Congreso de la Nación. «Son construcciones imponentes que se observan desde el exterior y que se transformaron en emblemas de los estados republicanos», agregó Grementieri, para quien lo interesante de las cúpulas es que primero comenzaron representando al poder religioso y luego, al político.
Pero no menos importante fue la utilización de las cúpulas para darles prestigio a galerías comerciales, como Lafayette de París o Güemes y Pacífico en Buenos Aires. Y también como marcadores de esquinas que delimitan manzanas en grandes ciudades. En territorio porteño, se renovó la pasión por este tipo de construcción influenciada por los franceses y los italianos, que los arquitectos argentinos tomaron combinándolas a veces con torres, o rematándolas con pararrayos.
Comprarse una cúpula, un sueño lejos de los estándares del mercado inmobiliario
La diseñadora Alejandra Giraud logró adquirir una en plena city porteña para estudio y galería de arte
«Cuando la gente visita mi cúpula queda impactada, se emociona. No están acostumbrados a entrar a cúpulas privadas. Por lo general, solamente se permite ingresar a las que son públicas», cuenta la diseñadora Alejandra Giraud, quien hace cinco años se enamoró tanto de una cúpula de la city porteña que termino por comprársela. El objetivo era instalar allí primero su estudio de pintura, y luego un sitio donde la gente pudiera adquirir piezas de arte y objetos únicos, de colección.
Para montar ese exclusivo reducto eligió un elegante edificio en ochava de 1920, antes utilizado como oficinas del Ferrocarril Central de Córdoba. Esta situado en San Martín 201, en la esquina con Teniente General Juan Domingo Perón. No es un edificio cualquiera, debido a que la cúpula que lo remata parece custodiar desde lo alto las casas centrales de los principales bancos públicos y privados que la rodean. Y si uno tiene acceso a ese lugar privilegiado en las alturas podrá ver -además de los bancos- un amplio horizonte, desde el Río de la Plata hasta el Cabildo, pasando por edificios emblemáticos, como el Kavanagh.
Pero comprarse una cúpula en Buenos Aires como hizo Giraud no es cosa de todos los días: nada tiene que ver con una adquisición de dos ambientes, sino que son espacios únicos, imposibles de clasificar según los estándares manejados por el mercado inmobiliario.
En ese sentido, la de la diseñadora propietaria de la marca Monogiraud, a diferencia del resto, consiste en una terraza ovalada, abierta, que no está rematada por un pararrayos, como suele suceder con la mayor parte de ellas, por ejemplo las del Edificio La Inmobiliaria y la Confitería del Molino.
«Son lugares que atrapan. Será porque no está al alcance de uno hoy mandarse a construir una cúpula como las de 1920. De ahí su misterio. Y en especial la mía, que es de una arquitectura totalmente redondeada, parecida a un útero, un espacio orgánico, femenino, que denota un alto grado de sensibilidad», explica la diseñadora sobre el espacio.
Consiste en una entrada en la que se tejen seis salones circulares, se sube por una escalera para llegar a la cúpula y de ahí se sale a una terraza privada inmersa en el azul del cielo.