Lo consigue con creaciones tan impactantes como «Las señoritas de Avignon» o el «Guernica», más allá de un corpus integrado por más de 15.000 pinturas, dibujos, bocetos, esculturas y cerámicas, o de su célebre síntesis simbólica de la «paloma de la paz» creada para el Consejo Mundial de la Paz en 1949.
Numerosas muestras recorren ciudades como París, Málaga, Madrid o Nueva York al otro lado del atlántico en este aniversario que rescata y actualiza miradas sobre el legado artístico picassiano. De este lado, el Museo Nacional de Bellas Artes acompaña esta propuesta con «Picasso en el patrimonio del Museo», que expone obras realizadas entre 1905-1959 como grabados, dibujos y cerámicas.
Si bien todo artista es producto de una época que refleja en su obra, más allá de sus intrincadas cuestiones familiares -esposas, amantes, hijos- o las más recientes denuncias por maltrato a las mujeres que lo tiene en la mira de la «cultura de la cancelación», no puede negarse el aporte de Picasso al arte moderno, ni el lugar que merecidamente ocupa en la historia del arte, y en el mercado.
«Picasso es el artista más cotizado en las subastas mundiales con ventas que sobrepasan los 4.700 millones de dólares en la última década», consigna la agencia AFP. Y en ese balance económico señala además que cinco de sus obras superaron los 100 millones de dólares en subasta, 16 más de 50 millones y 39 más de 30 millones, siendo el cuadro más caro el de «Las mujeres de Argel (Versión O)» de 1955, vendido en 2015 por 179,4 millones de dólares por Christie’s de Nueva York, todo un récord hasta ese momento, para una adquisición por 31,9 millones de dólares en 1997.
Pablo Ruiz Picasso nació el 25 de octubre de 1881 en Málaga, el sur de España y falleció el 8 de abril de 1973 en Mougins, Francia, a los 91 años, dejando un legado estimado en unos 250 millones de dólares que engloban su obra, dinero, acciones y bonos, y sus residencias.
Autor de frases como «en cada niño hay un artista, el problema es cómo seguir siendo artista al crecer» o «todo lo que se puede imaginar es real», es reconocido como uno de los artistas plásticos más importantes del siglo XX: pintor, dibujante, artista gráfico, escultor, y un investigador de temas y lenguajes que lo llevó a trabajar el collage y la cerámica, o bien incursionar en la escenografía y el vestuario.
Nombrar a Picasso implica recordar obras tan impactantes como «Las señoritas de Avignon» (1907) o el «Guernica» (1937), más allá de un cuerpo de obra compuesto por más de 15.000 pinturas, dibujos y bocetos, obras gráficas, esculturas y cerámicas, o su célebre síntesis simbólica de la «paloma de la paz» creada para el Consejo Mundial de la Paz en 1949, que pervive en el imaginario colectivo.
El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) ostenta en su colección a «Les Demoiselles d’Avignon», tal el título original de «Las señoritas de Avignon», que alude a los burdeles de Barcelona y es una obra que marca una ruptura con la composición y la perspectiva tradicional de la pintura al representar cinco mujeres desnudas compuestas por planos fragmentados, que seguirá explorando en el cubismo.
Picasso comenzó a pintar a los ocho años con su padre José Ruiz y Blasco, pintor y profesor de dibujo, siendo sus temas preferidos las palomas y las escenas taurinas. Estudió en la Coruña a donde su familia se había mudado y pintó en 1895 «La muchacha descalza» dando inicio a su tema de la «mujer sentada» que se repetirá en toda su obra. A los 14 comenzó su educación formal en la Academia de Bellas Artes de Barcelona que prosiguió en la de San Fernando de Madrid (1897). Pero, cuentan los expertos, que no le interesaba la instrucción clásica. En 1900 llega a Francia, país donde vivió la mayor parte de su vida, instalándose ya para 1904, en el barrio parisino de Montmartre: una vida jalonada de trabajo, visitas a museos, amistades y nocturnidad y «placeres», tiempos de bohemia en compañía de poetas y pintores como Guillaume Apollinaire, Amedeo Modigliani, Juan Gris y su amigo Max Jacob.
Su búsqueda exploratoria lo llevará a tener su melancólico período azul, y al que le siguió el rosa con sus mendigos, arlequines y acróbatas, algo que cambia hacia 1906 cuando comienza a experimentar con el cubismo -con figuras vistas desde múltiples puntos de vista y la geometrización de los volúmenes- influenciado por Paul Cézanne y el arte africano. Y en 1907 se encuentra con el pintor Georges Braque con quién traba amistad y trabaja sobre este abordaje interrumpido por el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914.
También conoce al promotor de las artes Serge de Diaghilev, por intermedio de Jean Cocteau en 1916, pasando Picasso a colaborar con decorados y vestuario para el ballet ruso, donde conoció a Olga Kokhlova, que fuera su primera esposa.
En los años 1920 su fama se va acrecentando. Fue una década en que se vinculó con los integrantes del grupo surrealista como André Breton y Paul Éluard, incorporándola a su trabajo a partir de 1924.
Si bien volvió a España en algunas oportunidades previas a 1936, la Guerra Civil española marcó un momento clave en su obra y compromiso: en tanto hombre de principios, Picasso no regresó a la España franquista.
«Guernica», es la obra que le encargara la Gobierno de la República en plena Guerra Civil para el Pabellón de España en la Exposición Universal de París de 1937, en la cual Picasso responde desde el arte a «los dramáticos acontecimientos políticos» como fue el bombardeo efectuado por la aviación alemana sobre la villa vasca de Guernica, el 26 de abril de ese año. Como condición, el artista pidió que el gran lienzo fuera a España recién cuando «se restablecieran las libertades públicas» una vez recuperadas las libertades políticas y democráticas del país, tal como consigna el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía que custodia este «ícono universal de denuncia de todas las catástrofes bélicas» y que reúne, según los expertos, «los principales elementos de su evolución artística». Por eso, recién en 1981, tras la muerte de Franco, es que la obra llegará a España procedente del MoMA, donde se encontraba en guarda tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939.
Durante el auge del nazismo su arte fue calificado, al igual que el de tantos otros, como «degenerado». Luego vendrá la ocupación alemana de París. Fueron tiempos difíciles para el artista, quien llegó a decir en una entrevista: «Aquellos años de terrible opresión me demostraron que tenía que luchar no sólo con mi arte, sino con mi persona», por eso, tras la liberación de la ciudad en junio de 1944 se afilió oficialmente al Partido Comunista Francés, señalan desde el Museo nacional Picasso de París, que atesora la mayor colección pública de su obra.
Finalizada la guerra, se acrecentó su vínculo con la costa mediterránea, instalándose en el sur de Francia, donde se interesó en la alfarería y la cerámica, radicándose en 1947, con Françoise Gillot y sus hijos Claude y Paloma en Vallauris, cerca de Cannes.
Entre sus trabajos de la década de 1950 destaca la relectura épica de la historia de la pintura que realizó, a través de una serie de variaciones, dedicadas a las Meninas de Diego Vélazquez, al «Déjeuner sur l’herbe» de Edouard Manet y a las «Las mujeres de Argelia» de Eugène Delacroix, entre otros.
En sus obras está presente lo erótico, los desnudos, diversos retratos femeninos, de conocidos y autorretratos, los animales y elementos cotidianos, y en su obra gráfica destacan la tauramarquía y la figura mítica del Minotauro -que surge en 1928- y se prolonga en «Guernica».
Cuestionado desde el presente, su vida amorosa fue variada. Instalado en París convivió con la modelo de artistas Fernande Olivier, luego se casó con Kokhlova, la bailarina rusa con la que tuvo su primer hijo, Paulo, que se suicidó a dos años de la muerte de su padre. Y estando aún casado, mantuvo una relación con Marie-Thérèse Walter de la que tuvo a su hija Maya. Después vendrá su convivencia con la pintora y fotógrafa Dora Maar quien registró el trabajo del Guernica, y en las últimas tres décadas vivió con la joven pintora Françoise Gilot, con la que tuvo dos hijos, Claude y Paloma, para finalmente casarse por segunda vez, con Jacqueline Roque, que lo acompañó hasta el final de su vida.
Picasso falleció en su residencia de Mougins y fue enterrado en los terrenos del castillo de Vauvenargues que había adquirido en 1958, un edificio del siglo XIV cerca de Aix-en-Provence al pie del monte Sainte-Victoire, lugar apreciado por Cézanne. Dicen que el Mediterráneo no solo fue su lugar para vivir donde pasó su última década más como ermitaño, sino un lugar de increíble producción artística, una geografía que le recordaba a su país natal.
Sin haber dejado testamento «por su superstición sobre la muerte», según las palabras del abogado citadas por el diario ABC, con el tiempo, el Estado francés obtuvo como pago de impuestos sucesorios (dación) en torno de un 20 % de su legado y la posibilidad de escoger las mejores obras de Picasso de las que el pintor no había querido desprenderse, conformándose el Museo nacional Picasso de París, entidad que abrió sus puertas en 2014 en lo que fuera el Hôtel Salé. También está el Museu Picasso de Barcelona creado según deseos del artista por su secretario personal y gran amigo Jaume Sabartés e inaugurado en 1963 junto a referentes de la sociedad de la ciudad y donaciones de obras realizadas por Picasso; y el Museo Picasso Málaga, inaugurado en 2003, también deseado por el artista en los 50 y su proyecto retomado por la familia de su hijo Paulo, a partir de la donación de obras de Christine y Bernard Ruiz-Picasso. Las tres instituciones son parte del enjambre que conmemora su memoria.
Fuente: Marina Sepúlveda, Télam.