Es parte de un circuito online organizado por 33 instituciones culturales de siete países y que recopila más de 800 piezas, fotografías personales, cartas, diarios, vestuarios y accesorios.
A 115 años del nacimiento de Frida (1907-1954) es difícil pensar en algo nuevo que decir de la artista que convirtió su accidentada vida en temática de su obra, que tuvo un tormentoso romance con el muralista Diego Rivera, que muchos años después de su muerte fue convertida en emblema feminista -hoy algo discutido- y que la actriz Salma Hayek interpretó en la pantalla grande. Pero su figura siguió ganando reconocimiento con el paso del tiempo y su imagen es celebrada hoy literalmente en todo el mundo.
«Pinto mi propia realidad», solía decir la mexicana que nació en La Casa Azul, en el barrio de Coyoacán, donde pasó gran parte de su vida, y donde debió estar postrada completamente enyesada luego del accidente de autobús que sufrió a los 18 años y que le dejó la columna hecha pedazos. Para ayudarla a pasar el tiempo, su madre le acercó un caballete portátil y una caja de pinturas, y fue entonces cuando nació la artista. Su frágil salud fue tema una y otra vez de sus lienzos considerados surrealistas.
Es conocida la vida sufrida que marcó a una de las figuras más magnéticas de la cultura mexicana: el accidente de su juventud la mantuvo postrada en cama durante largos períodos y la obligó a someterse a múltiples operaciones. Pero también fue frágil su salud de niña, cuando contrajo poliomielitis a los 6 años, por lo que pasó también mucho tiempo en cama. Frida inventaba amigos imaginarios.
La recorrida virtual por la Casa Azul en Coyoacán, a través de Street View, es sencillamente maravillosa, con la posibilidad de ver en detalle el estudio donde creaba sus pinturas, el jardín de la casa y la colorida cocina. El museo es un edificio que data de 1904 y es el lugar que Diego Rivera y Frida llamaron hogar y llenaron de color, arte popular y piezas prehispánicas, para mostrar su admiración por los pueblos y culturas de México.
La visita virtual forma parte de la colección online de la plataforma Google Arts and Culture (artsandculture.google.com) donde se abren distintas sub-ventanas de recorrida como la muestra «Caras de Frida», un repaso de sus obras, su biografía, fotografías, páginas de su diario íntimo y vestidos. Uno de los grandes temas que se desprende de su obra es la muerte, el dolor, la identidad, los recuerdos y la dualidad.
La galería virtual atesora íconos de su carrera como «Las dos Fridas», «Autorretrato dedicado a León Trosky», «La columna rota», «El venado herido», unos cuantos autorretratos sin título y la maravillosa «Viva la vida», la última obra que pintó en vida. Son gajos de una sandía fresca y tentadora, lista para ser devorada, casi como un manifiesto de su actitud pese a todo. En uno de los márgenes escribió «viva la vida» y a los pocos días murió.
«Me pinto a mí misma porque soy el sujeto que mejor conozco», decía la mexicana que se convirtió a sí misma en una obra de arte, y que fue transformada, luego, en ícono pop, símbolo de feminismo y de revolución artística, una decisión tomada más allá de si misma.
Según había dicho a Télam su sobrina nieta Cristina Kahlo, «Frida fue reconocida como artista mucho antes de lo que se cree pero el momento del boom comienza en los años 80 con la publicación de la biografía de Hayden Herrera, con la que las feministas chicanas la toman como estandarte de su lucha».
«La obra de Frida narra evidentemente su propia vida. Si tenía un problema lo reflejaba en la obra. Y todo lo que la rodea, los animales, las flores, los gatos, el perico, los peces, los monos, todo, no es que fuera una obra imaginada, los animales estaban en su casa, todo eso la rodeaba y ella lo planta dentro de su obra. Y en esa narrativa autobiográfica coinvierte al espectador en su cómplice, en su confidente, y creo que por eso nos atrapa tanto, nos hace sentir un poco cómplices, un poco confidentes, de lo que ella no está dejando ver», señalaba entonces la bisnieta de Guillermo Kahlo, el padre de Frida.
El vínculo que mantuvieron Frida y Diego los convierte probablemente en «la» pareja de la historia del arte por excelencia, dos figuras centrales de la pintura mexicana del siglo XX, un matrimonio de 25 años, unidos por el amor, el arte y la militancia política, cuya turbulenta relación amorosa acaba proyectándose en su obra plástica.
«Contrajo matrimonio el discutido pintor Diego Rivera con la señorita Frida Kahlo, una de sus discípulas», anunció el diario La Prensa sobre el enlace celebrado el 21 de agosto de 1929 en el palacio municipal de Coyoacán. El novio tenía 42 años y la novia 22. Por la diferencia de sus contexturas físicas los apodaron el elefante y la paloma.
«Ha habido dos accidentes en mi vida: el del tranvía y Diego», dijo alguna vez la artista mexicana sobre el hombre que le fue infiel de manera permanente, incluso con su propia hermana Cristina, cuyo retrato también incluyó en sus obras.
Frida fue más que elocuente en una carta que le envió a Rivera, poco antes de su muerte: «Sufrí, y mucho, la vez, todas las veces, que me pusiste el cuerno, no solo con mi hermana sino con otras tantas mujeres. ¿Cómo cayeron en tus enredos? (…) cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo, hijo de la chingada», rezaban aquellas líneas.
Su relación tempestuosa se refleja justamente en la obra latinoamericana más cara de la historia: «Diego y yo» (1949), un autorretrato donde la célebre artista mexicana llora y exhibe el rostro de Rivera pintado en su frente, como un tercer ojo, vendida en Sotheby’s por 34,9 millones de dólares.
Para algunos, es una revancha de la historia que la venta de esta pieza coloque a Kahlo por encima de Diego Rivera, quien tenía hasta entonces el récord del artista latinoamericano más caro en subastas públicas con «Los rivales».
Con el paso del tiempo, Frida excedió ampliamente su prominencia como artista, gracias a la intensidad y determinación con la que encaró una vida de sufrimiento. Su imagen es un icono reconocible en todo el mundo, extendido hoy en toda clase de merchandising.
La pieza «Diego y yo» que hoy ocupa la cima del ranking de arte latinoamericano, fue adquirida por el coleccionista argentino Eduardo Costantini por lo que será exhibida en septiembre próximo en el Malba, donde ya se puede apreciar «Autorretrato con chango y loro», de 1942. No sorprende que las dos obras que se verán juntas en Argentina son autobiográficas, al igual que el resto de su producción. Es imposible hablar de su obra sin mencionar su vida.
Fuente: Mercedes Ezquiaga, Télam.