Fundada en 1965 por Ruth Benzacar (que falleció en el año 2000) y continuada por su hija Orly y su nieta Mora Bacal, con sede en un enorme espacio en Villa Crespo, es una galería reconocida internacionalmente. Entrevista con las directoras.
–¿Cómo surgió en los años sesenta la idea de dedicarse al galerismo?
Orly Benzacar: –El origen es bastante ilustrativo del país en el que vivimos. La galería surgió a partir de una crisis económica y financiera. Mis padres eran muy jóvenes y mi papá había empezado una actividad profesionar en la que le iba muy bien. Parte del dinero ganado lo usaron para comprar arte. A principios de los años sesenta era una época en que había un estilo más romántico, más bohemio. El mundo del arte no estaba tan atravesado por el mercado como ahora. Entonces se establecían vínculos de amistad entre coleecionistas y artistas. Al poco tiempo, mi papá quebró y tuvo que salir a levantar la cosa. Tuvo que vender las obras de arte que había adquirido. Ese es el origen.
— ¿Y cómo aparece tu mamá al frente de una galería?
O.B.: –En aquella situación crítica, tanto mi papá como sus amigos artistas vieron en mi mamá el don que tenía para reunir gente a su alrededor. Así empezó la historia: en tertulias y encuentros con los artistas en nuestro departamento del barrio de Caballito: Un ph al fondo, simpático, pero chico, lleno de obras de arte. Fueron los artistas del entorno los que la estimularon. Y mi papá que era un entusiasta, un gran impulsor y también un loco lindo, fue el apoyo y acompañó la idea. Primero los encuentros eran los viernes a la noche, pero eso se fue ampliando hasta hacerse cada vez más grande.
—¿Ahí viene la mudanza a Talcahuano?
O.B.: –Exacto, ya en los años setenta la demanda no solo era por más tiempo, sino también por más espacio. En Talcahuano había exposiciones y muchas reuniones sociales. Todo siguió creciendo, pero como el edificio era “no apto” para profesionales, llegó un momento en el que el consorcio le dijo “basta Ruth”. Entonces llega la mudanza a Florida 1000, en los años ochenta, lugar donde la galería estuvo treinta años.
Mora Bacal: –Mis abuelos eran dos entusiastas. Y mi abuelo fue un gran feminista. Mi abuela trabajaba todo el día hasta la hora que fuera. Había que tener una pareja que te bancara así en los años sesenta y setenta.
O.B.: -Eran un poco pioneros. Y muchas cosas les salieron bien. Pero no la pasaron bien económicamente. Eran muy desordenados. Mi mamá era carismática y especial, pero no fue buena en el tema comercial.
— ¿Podría pensarse una hipótesis de la historia del arte local de las últimas décadas a través de los artistas que pasaron por la galería?
O.B.: –La historia más sólida de la galería se podría trazar a partir de Talchuano, en los años setenta. La aventura de Caballito fue el germen pero era dispar y sin rigor. Era puro amiguisimo. Es decir, estaba Berni, pero también había artistas que no tenían el menor interés. Por eso creo que lo mejor empieza en los setenta, cuando mi mamá comienza a vincularse con Luis Benedit, con el Grupo CAYC y con Jorge Glusberg. Ella va adquiriendo experiencia y madura su ojo. Comienza a viajar. La intelectualidad empieza a circular por la galería.
—Después de la etapa del amiguismo vino la etapa de la profesionalización. ¿Cómo se manejan ahora con los artistas? ¿Intervienen en las decisiones sobre qué obra mostrar?
M.B.: –Confiamos plenamente en lo que hacen los artistas con los que trabajamos. Nuestra intervención es mínima en relación con su obra, salvo cuando hay envíos puntuales para ferias. En las muestras de la galería hay un trabajo muy ambicioso por parte de los artistas, muchas veces nada comercial. Pero cuando la apuesta es fuerte, seria y comprometida, está muy buen. Después vendrá el “derrame” comercial.
— ¿Cómo trabajan con los artistas seleccionados para las bienales y con la presencia de la galería en las ferias?
M.B.: –Tanto en las ferias internacionales como en las bienales siempre hay un alto grado de conflicto, porque estamos en desventaja con el mercado del hemisferio norte. Por un tema de distancia y porque el valor de las obras de los artistas argentinos es mucho menor al de las obras de los artistas norteamericanos o europeos. La calidad de los artistas argentinos está fuera de discusión, porque es muy alta, pero a nosotros participar en una feria norteamericana o europea nos cuesta lo mismo que a los norteamericano o europeos, que tienen gastos de envío mucho menores o no los tienen. Los gastos en pasajes, entre otras cosas, son enormes, con el perjuicio de que la obra de los artistas de allá vale cinco veces más y cuando venden algo ya cubren sus costos. Nosotros tenemos que remar mucho más. En cuanto a las bienales: la mayoría no tienen presupuesto y se espera que los privados y las galería banquen la participación de los artistas. Pero nosotros no tenemos la espalda para financiar la presencia de nuestros artistas en las bienales. Por el lugar que ocupamos hoy, el mercado no nos juega a favor, sin embargo seguimos apostando por nuestros artistas, siempre. Por otra parte, hay tantas ferias internacionales por año que se diluyen.
–¿Cómo imaginan el mundo que se viene?
O.B.: –Estamos todos muy preocupados por cómo sigue, cómo se sale, cómo quedaremos. Lo que se viene es muy incierto. Tenemos que pensar mucho. En nuestro sector, esta situación se va a llevar puestos a varios. No sé si muchos de nosotros resistiremos.
M.B.: — La idea de estar amoldándonos a las urgencias no me entusiasma. A mí me da ganas de pensar en qué nos vamos a transformar en el futuro. Me encantaría salir de este momento para proyectarnos en lo que va a ser nuestra nueva normalidad y nuestra nueva forma de trabajar, de vivir y de relacionarnos.
—Si, como dice Agamben, lo que va a quedar de esta experiencia es el “distanciamiento”. ¿Cómo funcionarán las galerías de arte?
M.B.: Alguien me comentaba que en Japón las inauguraciones no son masivas como acá. En nuestras inauguraciones, hasta antes de la pandemia, circulaban 450 personas. Allá las inauguraciones son eventos que casi pasan inadvertidos y después todo se arregla por cita. La relación comercial, que allá funciona muy bien, es personalizada, están en el detalle. Me parece esperanzador suponer que ese puede ser un modelo en el que podamos funcionar. Entonces pienso que las cosas van a cambiar para pasar a ser algo más cuidado y más personal.
* La galería Ruth Benzacar queda en Ramírez de Velasco 1287, Villa Crespo. La muestra de Max Gómez Canle, Vivir así: sin palabras, continuará cuando se reanude la actividad en los museos y galerías.
Fuente: Página 12