Una de los sectores de la galería María Calcaterra donde coinciden los dibujos de Benedit y García Uriburu.
La galería María Calcaterra presentó “Una comunidad de origen”, exhibición que reúne dos artistas cruciales para nuestra vanguardia: Nicolás García Uriburu (1937-2016) y Luis Fernando Benedit (1937-2011). La muestra relata la relación de amistad entre ambos, surgida a principios de la década del 60 en la UBA, cuando juntos estudiaban arquitectura. Luego, también indaga el despertar temprano de las afinidades estéticas, acentuadas a partir de 1961, cuando viajaron hasta Perú y se internaron en el territorio latinoamericano. En 1968 Jorge Glusberg, artista, crítico y empresario, fundó el CAYC, el Centro De Arte y Comunicación donde la hermandad de Uriburu y Benedit, finalmente se consolidó.
El 19 de junio de 1968 a las ocho de la mañana, la hora en que la pleamar del Canal Grande se expande, desde los puentes de Rialto y la Academia se divisaba en la Bienal de Venecia la inmensa mancha verde de sodio fluorescente que había derramado Uriburu. Con esta performance, el arte había superado la crisis de la imagen. La única solución a dicha crisis -según sostenía entonces el crítico Pierre Restany– consiste en conceptualizar la idea que motiva la imagen. El teórico francés percibió ese día el conceptualismo político que flotaba en las coloraciones verdes de García Uriburu y la elocuente denuncia a la contaminación.
En 1970, también en la Bienal de Venecia y apenas dos años después de la mencionada coloración, Benedit presentó su “Biotrón”, una instalación con 4.000 abejas que podían salir desde la sala de exhibiciones donde estaba la colmena, a los jardines, para libar su néctar en un prado de flores artificiales. Las abejas podían alimentarse con el contenido de los envases de acrílico de formas florales falsas pero nutritivas y volar entre las plantas que la naturaleza renueva en su ciclo vital. Además de esta obra, Benedit presentó el “Minibiotrón”, en material transparente para que lo habiten insectos o arácnidos que se podían observar con detenimiento a través de una lupa. “Los micromundos zoológicos y botánicos son sistemas de convergencia entre la razón y la sensación, entre el concepto y el hecho artístico, la creación personal y la observación empírica de la realidad”, escribió Glusberg. La complejidad y, a la vez, el atractivo de la obra, tuvieron como respuesta una gran repercusión en la prensa veneciana.
La conjunción entre lo artificial y lo natural es otro aspecto que une a los artistas, es el gran tema de Uriburu en la exitosa exposición “Prototipos para un jardín artificial” de la galería Iris Clert de París, pocas semanas antes de su primera coloración.
María Calcaterra subraya en su muestra el lugar prioritario que ocupan los animales, a partir de la graciosa silueta de un gato de acrílico transparente color rosa presentado en la muestra de París. El diseño Pop de la jirafa que se recorta sobre el edificio de Pan Am o la cabeza de una vaca delante de las Twin Towers, establecen una distancia tajante con el clima científico de la instalaciones y dibujos de Benedit, quién en 1972 expuso su “Fitotrón” que hoy pertenece a la colección de Eduardo Costantini, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Ambos coinciden en Manhattan. La instalación para cultivos hidropónicos sin tierra, es un invernadero o cámara científica. Los vegetales crecen sobre roca volcánica, regadas con una solución de nutrientes que, a su vez, se drena y recicla entre 200 litros de agua y minerales. Un conjunto de lámparas mezcladoras es la fuente de luz, que asegura la fotosíntesis. El “Fitrotón” es una máquina eficiente para el desarrollo de la producción agrícola.
Origen de las obras
Las obras de la muestra, según aclara Calcaterra, provienen del mercado secundario, pertenecen a propietarios privados y resultan escasamente conocidas. En casi todos los casos los dos artistas expresan su preocupación por la naturaleza. Si bien las obras de Uriburu han sido rastreadas y analizadas en la reciente exposición del Museo Moderno curada por Alejandra Aguado, con el estupendo artista que fue Benedit, existe una deuda pendiente. El curador neoyorquino Dan Cameron le dedicó hace años un texto y atribuye cierto “distanciamiento con la comunidad artística, a los regulares y drásticos cambios estilísticos, siempre acompañados de explicaciones racionales”.
Agrega Cameron que las primeras ambientaciones de Benedit creadas en 1968, provienen de su acercamiento de forma pionera al arte y la ecología, con la intervención o incorporación de elementos naturales en sus producciones”. Hay una obra que sorprende en Calcaterra, el “Hormiguero de pared” de 1968, un espacio de alrededor de medio metro cargado con tierra que puede ser habitado por hormigas. Pero el arte de Benedit no está debidamente valorado. Es preciso remontarse hasta la muestra de 1996 curada por Jorge Glusberg en el Museo Nacional de Bellas Artes, para tener una visión panorámica de la extensa producción con sus universos zoológicos y botánicos incluidos.
El texto de Jesu Antuña y Mercedes Claus que acompaña la muestra, informa: “A fines de los años 60, Benedit encontró un nuevo campo de interés artístico. Comenzó a construir artefactos para hospedar organismos vivos o explorar las propiedades del mundo físico. Sus obras se convirtieron, así, en microlaboratorios, proyectos de ciencia útiles para observar comportamientos y conductas. Diseñó laberintos, recipientes y circuitos para ser habitados o transitados por animales, vegetales y líquidos. Fabricó modelos que replicaban la naturaleza y puso en acción estímulos que modificaban las relaciones habituales entre los seres vivos o la materia y el medio ambiente”.
Y justamente, en la muestra no están las grandes instalaciones, sino los bocetos y explicaciones de las obras producidas que demandan ciertos conocimientos para su apreciación. Entre los dibujos de la década del 70 figuran, el “Laberinto para ratas blancas”, “Proyecto múltiple – Mini Biotrón”, “Proyecto múltiple – Pecera para peces tropicales”, “Proyecto para una langosta articulada, “Proyecto para un obelisco inflamable” y “Fernando Rufus – Vulgar Hornero” (1976).
El campo argentino, desde los ombúes de Uriburu y las pinturas con esmalte sintético de Benedit, siempre estuvo presente. El extenso friso de ritos y costumbres del campo no es meramente descriptivo. Benedit se orientó a la investigación y el análisis cultural, político y económico del campo -en exclusividad, argentino-. Sus obras revelan las referencias a la historia, los pintores viajeros, el gaucho, las pinturas de Florencio Molina Campos. Y al final de su carrera con el mismo afán trabajó otras vertientes.
Fuente: Ámbito