DOHA.- El distrito de Msheireb es apenas una muestra. Un adelanto de lo que vendrá. Hoteles, oficinas y museos conforman una escenografía que encastra a la perfección. La moderna arquitectura se inspira en el pasado para proyectar hacia un futuro sin límites. Colindante al casco histórico, Msheireb es el distrito del diseño. Un centro que alberga al talento regional e internacional y que tiene mucho de piedra basal del Qatar del mañana: tras el fútbol, la inversión apunta a la esfera cultural y a un ambicioso programa de expansión de museos.
El Mundial es la vidriera para más de un centenar de obras que cruzan el país. Desde el Souq Waqif -el laberíntico mercado antiguo- hasta el desierto. Desde la moderna bahía de Doha hasta el árido Zekreet. El arte no se limita a las galerías. Ni a las fronteras de la principal urbanización del país.
A la espera de más de un millón y medio de visitantes en los próximos días, la necesidad de mostrar otro Qatar urge a las autoridades del emirato. Y con el conocimiento de que no será sencillo cautivar a los fanáticos del fútbol -para ingresar al país se exige la compra de entradas para los partidos y un hospedaje, por lo que no habrá margen para un turismo más profundo-, el plan pasa por llamar la atención en cada esquina.
En el aeropuerto internacional Hamad, con el viral Lamp/Bear del artista plástico suizo Urs Fischer, convertido en ícono; con obras que se distinguen en las estaciones del moderno subterráneo local; con esculturas en hoteles; con nuevas instalaciones en parques. “El deporte como puerta de ingreso, pero el arte como la conexión para el después”, lanzan desde Qatar Museums, la institución responsable de la construcción de museos y galerías, la conservación del patrimonio, la organización de festivales y la puesta en escena de instalaciones a cielo abierto. “Documentar”, “preservar” y “conectar” apuntan sus autoridades. Con “cientos de experiencias” como puente para captar la atención, añaden. Mientras se animan a lanzar un potente mensaje sin temor al qué dirán: la detallada planificación de la sheikha Al-Mayassa, hermana del emir y mecenas, tiene apuntada a Doha como “la capital mundial del arte público” para después del Mundial.
El salto al futuro
La escena cultural qatarí se expande rápidamente. Lo hizo para el ayer -como antesala del Mundial-, lo piensa para el hoy -para cautivar a los millones de visitantes- y lo proyecta para el mañana -con diferentes opciones y un intenso calendario de muestras, congresos y exhibiciones-. Con la reapertura del Museo del Arte Islámico (MIA, por sus siglas en inglés), con un renovado y multimedial Museo Nacional, con distritos como Liwan, un hub de diseño para jóvenes talentos de la región que pregona “honrar al pasado para celebrar el futuro”, o con la distintiva mirada del Museo árabe de Arte Moderno Mathaf, con una oferta única del arte norafricano y del Medio Oriente. Pero también con planes como el Lusail Museum -bajo desarrollo en la futurista ciudad de Lusail, sede de la final de la Copa del Mundo- o el Art Mill Museum, que se levantará en un viejo depósito portuario y abrirá sus puertas recién en 2030. Un llamativo plan de obras que estará bajo la supervisión del arquitecto chileno Alejandro Aravena, ganador del prestigioso premio Pritzker de Arquitectura en 2016.
La variada oferta puertas adentro en los últimos tiempos sumó como coprotagonista al arte público. Si la transformación de Doha se apoyó en la arquitectura futurista de su skyline multicolor, la renovación de cara a los próximos años pasa por un circuito cultural de vanguardia a cielo abierto. Con instalaciones de diferentes tamaños, formas y materiales encargadas a destacados artistas internacionales, regionales y locales que surgen en cada rincón y pueden tomar por sorpresa a los transeúntes.
5 imperdibles de costa a costa
- Lamp/Bear. Adquirido por un miembro de la familia real qatarí en 6.8 millones de dólares, en una subasta de Christie’s, el oso y la lámpara de Urs Fischer es la postal que distingue al aeropuerto internacional de Doha. Una instalación que cautiva entre comercios, escaleras y pantallas. “Una pieza lúdica que humaniza el espacio que la rodea y recuerda a los viajeros la infancia o los objetos preciosos de su hogar”, apuntan los curadores de Qatar Museums.
- Le Peuce. Una obra de vanguardia del artista francés César Baldaccini que surge desde el piso en la calle principal del Souq Waqif. Un pulgar de oro de dos pisos de altura que se aparece entre el vapor de las shishas, los cafés y los puestos callejeros.
- Maman. La araña de bronce, acero inoxidable y mármol de Louise Bourgeois recibe al visitante camino al restaurante del Centro Nacional de Convenciones. Una araña que en estos días está rodeada de una ambientación en tono Mundial al estar ubicada en uno de los tres centros de operaciones del torneo.
- Dugong. En el tramo en el que la “Corniche” -la costanera de la bahía de la Doha- empieza a dejar atrás los barrios históricos para ingresar de lleno al distrito financiero y gubernamental asoma la última gran incorporación a la escena del arte público de Qatar. Una escultura policromada de acero inoxidable pulido con espejo de 21 metros de altura y 31 metros de ancho realizada por el estadounidense Jeff Koons. Un impactante dugongo -un mamífero marino en peligro de extinción- que se asoma frente al golfo desde el prolijo parque Al Marah.
- Arte en el desierto. Olafur Eliasson, Ernesto Neto (en las arenas de Al Zubarah) y Richard Serra (en Zekreet) son algunas de las destacadas firmas que están detrás de las instalaciones más alejadas. Sombras viajando por el mar del día es la impactante obra de Eliasson, con veinte refugios circulares espejados, tres anillos simples y dos anillos dobles que transforman el paisaje y llevan a una propuesta interactiva bajo un sol abrasador. El trabajo de Neto, por su parte, pasa por una instalación inmersiva compuesta por ocho marcos de arcos de fútbol en un anillo octogonal que le rinde un homenaje a la tierra. En el caso de Serra, Este-Oeste/Oeste-Este se extiende por más de un kilómetro y consta de cuatro placas de acero laminado, cada una de más de catorce metros de altura, que se distinguen al pie de una serie de acantilados blancos que ofrecen un entorno prehistórico.
Fuente: Javier Saúl, La Nación