Intervención de Peter Kogler, en la entrada
Basta abrir la puerta de Fundación Proa para iniciar la experiencia: una trama de líneas negras ondulantes que se extiende por el piso, las paredes y el techo convierte la recepción en una obra de connotaciones múltiples. Al impacto de lo tridimensional, potenciado tras un año y medio de sobreadaptación a las pantallas, se suma la admiración por estar ante un ejemplo de trabajo colaborativo que logró superar las limitaciones impuestas por la pandemia. Diseñado para este espacio por el artista austríaco Peter Kogler y realizado por un equipo local, es también el preludio de una muestra que apela al oído, sentido que quedó relegado de la atención ante el coronavirus, pero que se está haciendo escuchar en el terreno de las llamadas “artes visuales”.
Además de ser fácil de transportar en momentos de fronteras cerradas, que impidieron el viaje de los artistas como estaba previsto, “el sonido explora otras dimensiones del arte. Es menos intelectual, incorpora la dimensión del tiempo, está vinculado con la experiencia del momento, es expresivo en lo inmediato”, señala Juan Sorrentino, artista experto en el tema y cocurador junto a Sigismond de Vajay de la exposición que abrirá mañana al público.
Ambos comenzaron a revisar hace dos años 30.000 obras de las colecciones de los FRAC (Regionales de Arte Contemporáneo de Francia) para seleccionar las más de cuarenta piezas que componen La Suite, incluidas algunas realizadas por grandes figuras como Maurizio Cattelan, Philippe Parreno, Joan Jonas, Lotty Rosenfeld, Gabriel Orozco, Gordon Matta-clark, Joel-peter Witkin y Christian Marclay. En su mayoría, presentan sus proyectos por primera vez en la región.
La inesperada pandemia, por supuesto, cambió varias veces los planes. Y la mayoría de las instalaciones tuvieron que producirse in situ a distancia, sobre la base de las indicaciones de los artistas. “Fue más complejo que montar muestras como la de Ai Weiwei, porque ellos trajeron sus equipos”, dice sin dudar Pablo Zaefferer, responsable de Montaje en Fundación Proa, habituado a encarar proyectos desafiantes. Como la muestra de Anish Kapoor, en 2019, o la de Louise Bourgeois, que incluyó hace una década la colosal Maman, una araña de diez metros de alto y 22 toneladas instalada en la vereda frente al Riachuelo.
Eran otros tiempos. “Ahora viajaron las instrucciones, no las obras. Y en varios casos se hicieron versiones distintas de las originales. Es una opción extraordinaria que alienta la creación contemporánea”, opina Adriana Rosenberg, presidenta de Fundación Proa. En sintonía con la estrategia utilizada por la feria madrileña ARCO para incluir arte latinoamericano en la edición de esta semana, o con el monumental Big Ben que Marta Minujín recostó en Manchester por videollamada desde Buenos Aires, en este caso tampoco hubo gastos para cubrir fletes, seguros o viajes de artistas y curadores.
Entre esas instalaciones reformuladas, que requirieron un diálogo constante con los artistas residentes en distintos países, se cuenta La dulce utopía concebida en 1996 por Parreno y Cattelan, el polémico artista italiano que instaló hace tres años un cementerio ficticio en el corazón de Palermo y que sorprendió al mundo al vender bananas en Art Basel. El gran globo relleno de helio que flota ahora en el centro del café de Proa es rosa y no azul como el original, y parece impulsado por el calor de un candelabro comprado en Buenos Aires. También los bloques de hormigón que componen la Rueda de Vincent Ganivet son made in Argentina, y no solo por la dificultad de traerlos desde Francia.
“Para respetar el sentido de la obra, su forma tenía que ser reconocible por el público local”, explica Pablo Zaefferer, mientras lidia a último minuto con la elevación de una columna de espuma que debe alcanzar los dos metros de altura para adoptar después otras formas. “La estamos domando”, asegura, tras haber invertido mucha energía en conseguir el proveedor apropiado para recrear el Jardín de basura, de Michel Blazy.
Otras dos obras que involucran el uso de agua, elemento que atraviesa toda la muestra, se cuentan entre las pocas que viajaron desde Francia: el Canal de olas, de Carsten Nicolai, en el cual el líquido asume formas abstractas al reaccionar ante frecuencias variables de sonido, y la bellísima instalación sin título de Céleste Boursier-mougenot, que propone una experiencia de contemplación irreproducible en versión digital. En este caso se importaron los cuencos de porcelana afinados en distintas notas, pero para que pudieran sonar fue necesario construir piletas que les permitieran flotar y chocar entre sí.
Esos tonos e intensidades están reflejados en las palabras que identifican las salas: Pulso, Scherzo, Andante, Interludio y Coda. El término “Suite”, que da nombre a la muestra, explican los curadores, alude a una pieza musical con una estructura que se compone de movimientos breves. Pero también a la expresión francesa “comment vient la suite” (“qué va suceder”), que expresa incertidumbre sobre el porvenir.
En el contexto actual, pocas personas más preparadas para dirigir este coro de respuestas que De Vajay. Nacido en París en 1972 y radicado en Buenos Aires desde 2009, es artista, curador y editor, trabajó en distintos países y tiene triple nacionalidad: argentina, húngara y suiza. Impulsó y trajo a la Argentina el proyecto internacional Of Bridges & Borders -exhibido en Cceba, en Proa y en el Moderno-, y produjo las 18 obras de la Art Basel Cities Week: Buenos Aires.
“Nos pareció interesante dar cuenta del proceso, del tiempo pasado y de la idea de lo que se viene, esa nueva normalidad que aún no llega y de la que se habla globalmente”, dice De Vajay sobre esta muestra que reúne fotografías, instalaciones, esculturas, videos, pintura, arte sonoro y piezas site-specific, y que vuelve a poner el foco sobre temas de actualidad como la autoría de la obra, el original y la copia.
Para agendar.
La Suite. Hasta octubre en Fundación Proa (Av. Don Pedro de Mendoza 1929). Con reserva de turno en proa.org
Fuente: La Nación