Tucumán en Recoleta.
La fachada de la Casa Museo de Ricardo Rojas, ubicada en Charcas 2837, imita a la sede de la declaración de la independencia.
Sucede que sólo para decorar esos muros externos se usaron 130.000 ladrillos esmaltados y 300.000 piezas de cerámica importadas de Inglaterra y de Bélgica. Mármoles. Terracotas. Escudos. Cuadritos con flores. Y por dentro reinan las vigas de hierro y los tanques para más de 72 millones de litros de agua potable -aparte de un museo y de una biblioteca-.
El Palacio de Aguas Corrientes, en Córdoba al 1900, un depósito de lujo exuberante, abre bien una lista de edificios curiosos de la Ciudad de Buenos Aires. Una enumeración -caprichosa y necesariamente incompleta- de porteños «raros».
De La Boca es cada vez más conocida la torre ubicada justo en el cruce de Almirante Brown con Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós, decorada con almenas y florcitas y coronada por un tanque, también de agua, que no se ve. Otro “castillo”, de 1908, más modesto que el de la avenida Córdoba, donde esa ornamentación modernista -lo proyectó el arquitecto gallego Guillermo Álvarez (1880-1929), pionero de ese estilo acá- convive con la leyenda del fantasma de una inquilina. La historia que cuenta que la pintora Clementina se habría suicidado entre duendes y hongos alucinógenos salidos de unas plantas que habría puesto la dueña del edificio.
Pero incluso en Caminito, la sonrisa de colores del barrio, la obra eterna de Quinquela, hay joyitas para redescubrir. Por ejemplo, el edificio con forma de proa que llegó en 1954 a esa usina de arte popular, famosa en el mundo. Un homenaje a los barcos, de cemento y paleta saturada, que aún es no célebre en uno de los rincones más célebres de la Ciudad.
Facultad «gótica».
La sede de Ingeniería de la UBA, en Las Heras al 2200. / Luciano Thieberger
La Ciudad de Buenos Aires tiene también una «facultad gótica», sede de la de Ingeniería de la UBA, en Las Heras al 2200, con un mito tétrico y hace rato desarticulado, a cuestas. Se decía que su arquitecto e ingeniero, el uruguayo Arturo Prins (1877-1939), se había equivocado en los cálculos. “La tontera de que el edificio no soportaría ni el peso de los revoques”, recordó a este diario el arquitecto Eduardo Scagliotti, asesor de la UBA. Y que, con las obras iniciadas en 1912 y demoradas por el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1919), se habría suicidado. “Quizá influyó en su estado anímico, pero su deceso fue el sanatorio Podestá, rodeado por sus afectos”, aclaró la fuente.
Proa de cemento.
En Caminito, La Boca, desde 1964. /Luciano Thieberger
Y la Ciudad de Buenos Aires tiene, entre otras edificaciones asombrosas, una copia de la Casita de Tucumán, donde se declaró la independencia en 1816. En otro sentido, una obra legendaria.
Los 5 elegidos
GPS Esos “raros” porteños
Infografía: Clarín
1) El barco de Caminito. El edificio más nuevo de Caminito fue levantado en 1964. Los colores de Quinquela Martín, su inventor, convocan. Pero hay que mirar desde la ochava: como otras creaciones del pintor imita la forma de la proa de un barco.
«Para entonces, una ley ya decía que toda nueva construcción o intervención de edificios en el barrio debía ser aprobada por una comisión especial que integraba Quinquela. Es decir, la mirada y las elecciones cromáticas de Quinquela Martín pasaron a tener fuerza de ley», contó a este diario Víctor Fernández, director del Museo de Bellas Artes Quinquela Martín de La Boca. «De hecho, los muros están revestidos con piedras de colores y en uno de los laterales se encuentra ‘Regreso de la pesca’, mural hecho con cerámicas, uno de los más imponentes de Quinquela que tiene el barrio», completó en esta nota GPS.
Como todos los murales en cerámica de Quinquela, aclaró Víctor Fernández, «Regreso de la Pesca» fue realizado, en realidad, por Ricardo Sánchez sobre un diseño suyo. «Y esta edificación vino a irrumpir en la fisionomía de Caminito, a modificarla bastante, pero preservando el respeto por la tradición del color». Está en la entrada por la calle Lamadrid.
2) Depósito de lujo. El Palacio de Aguas Corrientes fue construido entre 1887-94 para proveer de agua potable a los porteños, tras devastadoras epidemias. Lo diseñó el ingeniero inglés John Bateman y se hizo bajo la lupa de su par sueco Carlos Nyströmer y del arquitecto noruego Olof Boye. El edificio combina influencias europeas. Algunos expertos destacan las del Segundo Imperio francés. Otros, el cuadro de fantasía victoriana de las fachadas. Aunque trajeron hasta hierros de Bélgica y los techos de Francia, los muros externos, hiperdecorados, son los protagonistas.
Un palacio para el agua. En avenida Córdoba al 1900./ Luciano Thieberger.
El interior fue diseñado con paredes de hasta 1,80 metro de espesor y 180 columnas para contener 12 tanques y usaron ladrillos de San Isidro, locales. En Córdoba 1950.
3) Casita de Tucumán. El frente del caserón que Ricardo Rojas -autor de «El Santo de la Espada», 1933, sobre José de San Martín- mandó a construir en Recoleta copió ese espacio, donde se proclamó la independencia en 1816. Rojas, quien nació en esa provincia, vivía a dos cuadras de la Casita y solía jugar en el fondo del predio. De ese recuerdo y de algunas fotos de su madre, nació la idea de reproducir el frente. Se dice que para una de las puestas en valor de «la casita de Tucumán» se usaron planos de la casa de Rojas.
Sirenas con charangos. En la Casa Museo de Rojas, en Recoleta. / Luciano Thieberger
El caserón tiene imanes diversos. Entre ellos, sirenas que tocan charangos, como destacó Clarín en esta nota GPS. Sí, talladas sobre el imponente frontispicio del patio, que replica al del Convento de los Dominicos edificado en el siglo XVII en Arequipa, Perú, hay representaciones de sirenas que tocan charangos.
Interior. Con influencias aborígenes y europeas. / Jorge Sanchez
Es que para Rojas las culturas precolombinas y la colonial eran los legados que había que valorar frente a las otras influencias que recibía Buenos Aires, por entonces, por los años ‘20, cuando era una metrópolis flamante, cada vez más cosmopolita. Así lo señaló en su obra Eurindia (1924, término que inventó al unir “Europa” e “Indias”).
Jardín. Con aires andaluces. / Jorge Sánchez
El gran patio encanta. Se vuelve. Es que su simbología parece infinita. Una fuente evoca ecos de la influencia musulmana en el sur de España medieval. Las columnas de la galería, herencia griega. Su decoración, con rostros del inca y maíz, legado indígena. Y los ángeles, católico.
Rojas compró el terreno para el caserón con ayuda de su hermano y financió la construcción con plata que obtuvo al ganar premios -sus ocho tomos de Historia de la literatura argentina recibieron el Nacional de Letras, por ejemplo- y con un préstamo del Banco Hipotecario. Lo habitó entre 1929 y 1957 junto a esposa Julieta Quinteros y por su pedido expreso, cuando él falleció, ella la donó al Estado, con parte de sus libros y otras pertenencias. En 1958 nacía el Museo. En Charcas 2837.
4) Facultad gótica. La actual sede de la de Ingeniería de la UBA, fue diseñada por el arquitecto uruguayo Enrique Prins entre 1912 y 1838, en estilo neogótico. Debido a problemas presupuestarios, quedó inconclusa. Su posible derrumbe por errores de diseño y el suicidio de su autor son mitos comprobados. Los vitrales y la imponente escalera, en cambio, resultan de novela. En Las Heras 2214.
Sin mitos. La sede de Ingeniería de la UBA no tuvo errores de cálculo ni se mató su arquitecto. / Luciano Thieberger.
5) El último casco de estancia. Fechado en 1838 (con posteriores reformas), es el único que queda en toda Capital. Como contó Clarín en esta nota GPS, la casona fue el centro de un predio más grande: 1.200 hectáreas, que Domingo Olivera compró en 1828 en un remate, junto con otro hacendado, Clemente Miranda -quien dejó el emprendimiento poco después-. Por eso, el lugar, hoy conocido como núcleo del espacio cultural de la Chacra de los Remedios, fue llamado desde antes la Casona de los Olivera. De hecho, la familia Olivera lo convirtió en un centro de explotación y experimentación ganadera y agrícola. Eduardo Olivera, hijo de Domingo, fue uno de los fundadores de la Sociedad Rural Argentina (1866) -y Enrique Olivera, bisnieto, ex jefe de gobierno de la Ciudad-.
Parque Avellaneda. La Chacra de los Remedios, u n caserón con historia. /Luciano Thieberger.
En 1912 el Gobierno local compró parte de ese terreno. Allí producían y vendían leche, pan y frutas, incluso a los vecinos de Flores y de un poco más lejos. Luego tuvo usos diversos. Quedó abandonado. Y en 2000, con impulso de vecinos, comenzó a ser recuperado. Está en el Parque Avellaneda.
Fuente: Clarín