A pocos pasos de la Plaza del Congreso, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, se erige uno de los tesoros arquitectónicos mejor conservados de la ciudad de Buenos Aires. La Casa Fernández Blanco fue construida en 1860, cuando la provincia bonaerense era gobernada por el unitario Bartolomé Mitre. Pero en ese entonces su apariencia era completamente distinta a la actual. Era una típica casa de estilo colonial de un piso, con dos patios y habitaciones comunicadas entre sí.
El coleccionista, numismático y músico amateur Isaac Fernández Blanco se hizo cargo de la casa en 1880, después de su casamiento, con tan solo 18 años. Fueron él y su esposa quienes, después de volver de París, decidieron modernizar la propiedad. Querían que estuviera al nivel del resto de las propiedades de la zona de Monserrat y Las Piedras. La casa, entonces, fue transformada en un lujoso palacete de estilo ecléctico, con enormes vitrales, una escalera de honor y boiseries de madera con molduras doradas.
Es exactamente así como se la puede ver hoy, 162 años después de su construcción. Tanto el hall principal, con sus vitrales originales, como el comedor, donde se conserva la vajilla de la familia Fernández Blanco y un mantel bordado por la entonces dueña de casa, parecen intactos, como si los años no hubieran pasado.
Pero los años sí pasaron. Durante cinco décadas, entre 1930 y 1980, las habitaciones de la casa funcionaron como oficinas públicas del gobierno porteño. Durante aquellos años, el valor patrimonial y arquitectónico de la propiedad pasaron a un segundo plano, y la casa sufrió remodelaciones y agravios. Durante un tiempo, incluso, estuvo abandonada.
“Cuando recibimos la casa, la mayoría de los vitrales estaban desarmados, era un gigantesco rompecabezas. Las piezas estaban guardadas en cajas. Tuvimos que hacer una gran investigación para poder restaurarlas y colocarlas como estaban antes”, cuenta Jorge Cometti, director del Museo Fernández Blanco. Lo mismo sucedió con el piso y la boiserie de madera antigua que cubría gran parte de la planta baja. “Parte de la madera de la boiserie original había sido atacada por insectos. Para su conservación, tuvimos que hacer intervenciones”, suma Cometti.
La casa pasó a ser propiedad del municipio de Buenos Aires hace 100 años. En 1922, ya separado de su esposa y con hijas casadas, Issac Fernández Blanco donó sus colecciones privadas al gobierno porteño, a la vez que le vendió su casa a un precio simbólico, con la condición de que fuera convertida en un museo. Él continuó viviendo allí hasta su muerte, en 1928. En esos años, se desempeñó como director del museo, que tenía largas colecciones de instrumentos musicales y también de monedas, platería y pintura criolla. Al mismo tiempo, administraba sus dos petit hotel, ubicados a ambos lados del museo.
Pero luego de su muerte, la situación cambió. El municipio decidió trasladar las colecciones al Palacio Noel (actual Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco) y la casa del fallecido coleccionista quedó adscrita al área de Comercio del gobierno de la Ciudad. “Sufrió muchas modificaciones, muchas intervenciones poco acordes y, sobre todo, mucho deterioro”, afirma Jorge Cometti, quien se muestra orgulloso del proceso de restauración en el que se encuentra la propiedad.
Los sectores más importantes de la casa ya fueron puestos en valor, gracias al trabajo de especialistas en restauración y gracias, también, a distintas fuentes privadas de financiación. En algunas de estas habitaciones hoy se exhibe parte de las colecciones del ex propietario. Lo que se ha llegado a restaurar, hasta la fecha, es el gran comedor, el hall de ingreso, dos salones del primer piso -una era la habitación donde se reunían las damas- el salón 25 de mayo, donde originalmente se hacían los conciertos de música clásica, y el salón dorado, donde Fernández Blanco exhibía su prominente colección de instrumentos, la mayoría traídos de Europa.
“Él mismo era un buen músico, no profesional, pero muy bien formado. Los instrumentos más importantes estaban colocados dentro de una vitrina. Y, tal como se ve en las fotografías de la época, al lado, había un enorme retrato de cuerpo entero de una de sus hijas, que era música y falleció jovencita. Evidentemente, este era el rincón de la casa donde él guardaba sus tesoros más preciados.
El salón dorado fue el último en ser restaurado. La obra terminó recientemente y hace pocas semanas, el salón fue inaugurado, como parte de las salas de exhibición del museo. En este, siguiendo el espíritu original de la habitación, se exponen algunos de los instrumentos de la colección personal de Fernández Blanco, que anteriormente se encontraban en el Palacio Noel.
“Quedan pocos objetos originales de la familia Fernández Blanco. Luego de la venta de la casa a la municipalidad, los objetos que tenían que ver con la vida personal de los Fernández Blanco quedaron en el ámbito familiar. En la casa solo permanecieron sus colecciones. El servicio de mesa que hoy se exhibe en el museo hizo un largo camino hasta volver a su casa original. Llegó hace algunos años atrás, a través de Alicia Jurado, descendiente de Isaac, que quiso donarlo al museo”, explica Cometti.
“Estuvo décadas en el depósito”. Un tesoro oculto entre las colecciones
Tras la muerte de Isaac y la mudanza de todas sus colecciones al Palacio Noel, en la década del ‘50 todos sus instrumentos musicales fueron trasladados a modo de préstamo al Teatro Colón para ser expuestos en su foyer. Todos menos uno: un Guarneri del Gesù de 1732, creado por Giuseppe Guarneri, considerado uno de los mejores luthiers de la historia, cuyos violines, según los expertos, podrían competir con los del renombrado Antonio Stradivari.
“Obviamente, era el instrumento más importante de la colección. De hecho, en el retrato de Isaac que se encuentra en el Palacio Noel, pintado por el artista francés Léon Bonnat, se lo ve posando orgullosamente junto a su Guarnerius. El violín siempre permaneció en los depósitos técnicos del museo. La verdad es que no sé por qué se tomó esa decisión, si fue para resguardarlo o qué. Sabíamos que era un violín muy valioso, pero no contábamos con ningún experto”, explica Cometti.
Durante décadas, para el mundo musical, este instrumento permaneció desaparecido. Fue el violinista Pablo Saraví, concertino de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y de la Academia Bach. quien, en 2006 dio a conocer el paradero del instrumento. “Yo sabía que el coleccionista Isaac Fernández Blanco había poseído a principios del siglo XX ese Guarneri, porque figura en un escrito de su autoría. La pregunta que me formulaba entonces era: ‘¿Dónde estará hoy ese violín?’, escribió Saraví en un artículo que se publicó en LA NACION en 2011.
Fue Saraví quien le recomendó al museo que el violín fuera limpiado y puesto en punto por el luthier argentino Horacio Piñeiro, radicado en Nueva York, considerado uno de los mejores del mundo. Piñeiro se ofreció a hacer sus trabajos de restauración de manera ad honorem.
“A quien escucha este violín hoy le costaría creer que permaneció más de ochenta años durmiendo en un antiguo estuche. Es de una nobleza tal que conserva intacta su voz vibrante, poderosa, varonil y brillante”, agregó el violinista en su artículo.
Fuente: María Nöllmann, La Nación