Ernesto Ballesteros, con una mirada puesta en Da Vinci

La galería Ruth Benzacar inauguró la muestra «no hay principio» -así, en minúscula-, donde el prestigioso artista sigue los intentos de Leonardo de dibujar los flujos del aire y el agua

Las sutiles líneas rojas de Ballesterios crean curvas y contracurvas.

La galería Ruth Benzacar presenta la nueva exhibición de Ernesto Ballesteros (1963), “no hay principio”. Así se

La galería Ruth Benzacar presenta la nueva exhibición de Ernesto Ballesteros (1963), “no hay principio”, en minúscula. Así se denomina la extensa serie de dibujos realizados con pastel que se destaca por su evidente belleza y la estrecha relación con el imaginario visual de la ciencia.

La belleza ha ocupado lugares diversos en el devenir de la historia del arte. Desde constituir un valor esencial, cuyo atractivo colocó a las obras que la ostentan en un nivel supremo de admiración, al punto de procurar la mayor emoción de los espectadores, como ocurre con Sandro Botticelli entre otros renacentistas; hasta ser desdeñada y dejada de lado. Situación que se acentúa a partir de la vanguardia. En los tiempos de guerras y el período de entreguerras, el arte comenzó a perseguir intereses que aspiran a trascender la belleza. Desde entonces, el contenido social o político, entre otras cuestiones, apenas dejan espacio para gozar de placer de algunos momentos sublimes.

Si se analiza la producción de Ballesteros ligada al conceptualismo, es posible descubrir ese raro esplendor que regala la belleza. No obstante, también se advierte la indiferencia del artista frente a su propio don, ese inocultable virtuosismo. Resulta fácil percibir su escala de valores. En sus obras la belleza de ningún modo se exalta, pero cuando aparece, como en este caso, tampoco se esconde.

Hay en la muestra unos dibujos inspirados en las olas de Leonardo. Las líneas rojas corren fluidas trazando curvas y contracurvas, las luces y sombras parecen transportar la energía que viene a explicar el sentido del título de la exposición, “no hay principio”. Ballesteros lo aclara y habla también del deseo: “Específicamente, el deseo de realizar estos trabajos, nació de la observación concentrada de la maravillosa obra de Odilon Redon, y del intento de Leonardo Da Vinci de dibujar los flujos del aire y el agua. El resultado de estos pasteles fue, de una manera que no ofrece pruebas, que no hay principio”.

El uso del pastel como material de trabajo no puede ser más oportuno. A la belleza esplendorosa del color y la forma, el material agrega la cualidad etérea del célebre esfumado de LeonardoEl genio renacentista estudió los mecanismos de percepción directa, a partir de la anatomía del ojo y por otro lado analizó “las propiedades que son observadas debido a nuestros elementos de juicio, donde entran las emociones y sensaciones que nos generan las formas percibidas”.

Con esta última apreciación de la doble función del arte, al igual que en los dibujos ovalados y circulares, los límites del tiempo y el principio o el fin de las cosas se esfuman. Con la libertad que lo caracteriza, Ballesteros presenta los pasajes de un mundo macroscópico al microscópico, mira el universo con el telescopio y con la misma comodidad utiliza la lente del microscopio.

Estas obras traen el recuerdo de la sorprendente e inesperada muestra de fotografías de la serie “Fuente de luz tapada”, paisajes donde unos círculos negros superpuestos sobre las luminarias callejeras provocan extraños eclipses.

Realizadas a partir de 2001, las fotografías se exhibieron por primera vez en el Centro Cultural Borges recién en el 2003, en una exposición casi íntima. Más de una década después, la imagen del Planetario con sus eclipses ilustró la portada del catálogo de una gran muestra en la Maison Rouge de París.

Ballesteros describe su propia obra: “Las fuentes de luz básicamente encandilan y, cuando esto sucede, se nos hace difícil ver lo que las rodea. […] Comencé tapando las fuentes de luz en mis fotografías para que se puedan divisar las formas intrincadas y tenues de las nebulosas, de las galaxias o del polvo interestelar”. Después de analizar el fenómeno óptico, el artista se refiere a una cuestión emotiva. “La misma sensación de soledad inmensa que producía ver un cielo nocturno sin estrellas, lo producía la visión nocturna de una ciudad con todas sus fuentes de luz tapadas”.

Conocido por la rareza de sus dibujos invisibles, las extensas líneas que trazaba con un lápiz grafito ejerciendo la mínima presión sobre el soporte. Ballesteros mantuvo muchos años casi en secreto sus performances de aeromodelismo, los «Vuelos de interior». El propio artista fabrica e impulsa el vuelo de los aviones que pesan menos de un gramo. La levedad del peso determina la máxima lentitud del vuelo. Los planeadores parecen recorrer la trayectoria y el carácter errático de esos casi imperceptibles dibujos. Y la performance es una danza.

En 2015 los visitantes de la Bienal de Venecia se enamoraron de los avioncitos demorados en el aire quieto del antiguo Arsenal. El artista no pronunciaba una palabra, pero el espectador advierte el silencio y la poesía de esa gesta inmaterial. El poeta y editor Carlos Garamona describe la muestra actual y su referencia velada a los dibujos invisibles se puede leer como un homenaje.

“Solo había que concentrar la imaginación para que las más alocadas invenciones del espíritu se hicieran presentes. Al principio fue un secreto entre científicos. Y luego pasó al terreno más borroso del arte. En Argentina, Ernesto Ballesteros se sumergió en estas teorías que mezclaban viejos manuales de alquimia, con física cuántica y automatismo. La historia es por todos conocida. Él debía doblegar distancias inmensas con su lápiz…”.

La galerista Orly Benzacar anunció para el sábado por la tarde una performance de “Vuelo interior”.

Fuente: Ámbito