Entre las obras que se exponen en la galería The Courtauld, destacan dos cuadros que se exhiben juntos por primera vez en más de 130 años. No se habían vuelto encontrar desde que salieron de la habitación del asilo de Saint-Paul-de-Mausole, un antiguo monasterio en el sur de Francia, donde Van Gogh los pintó en menos de una semana de diferencia, entre finales de agosto y principios de septiembre de 1889.
De su corta década como artista, se atrevió con los autorretratos solo en los últimos cuatro años, entre 1886 y 1890 –muy fructíferos a pesar de sus tormentos–, antes de quitarse la vida con un tiro en el pecho a los 37 años, en la pequeña localidad de Auvers-sur-Oise, a una treintena de kilómetros de París.
Empezó a pintarse él mismo justamente en la capital francesa, donde experimentó diferentes maneras de tratar la luz con un estilo influenciado por pintores impresionistas como Claude Monet o Edgar Degas.
Sin embargo, en el segundo año, las pinceladas fundidas y uniformes impresionistas se convirtieron enseguida en trazos menos pulidos, propios del expresionismo, marcándole cada vez más su característica barba pelirroja.
De hecho, esta transformación se dio en su momento más prolífico en cuanto a autorretratos, en el año 1887 –en el que pintó más de la mitad de ellos–. En esa primavera, se aventuró con técnicas como el puntillismo, introducido por Georges Seurat, empezando a adoptar una paleta de colores más clara y a experimentar con distintos ángulos de su perfil.
Fuente: EFE