La visita es en los salones del primer piso, conde un vestíbulo con su gran araña reciben a los visitantes.
Foto: Fernando de la Orden
Hay que apagar el celular. Hay que poner las pertenencias en una bandeja azul. Hay que pasar por un detector de metales. No estamos en un aeropuerto, sino frente a los bosques de Palermo, en una de las residencias más lujosas de la Ciudad: el palacio Bosch. Allí vive el embajador de los Estados Unidos. Y este fin de semana abre excepcionalmente sus puertas para vecinos y periodistas.
Ubicado sobre avenida Libertador, en Palermo, el Palacio Bosch es la residencia del embajador de los Estados Unidos en Buenos Aires. Foto: Fernando de la Orden
Son las 10.30 de un día soleado y en el palacio hacen fila para entrar unas 40 personas, que se inscribieron hace dos semanas para participar del programa Embajadas Abiertas, organizado por el Ente de Turismo de la Ciudad. Son parte de los 500 vecinos que en dos horas agotaron los cupos disponibles en el sitio Web del Gobierno porteño.
El vestíbulo y la escalera de honor anticipan un recorrido por salones majestuosos. Foto: Fernando de la Orden
Ya sentados en el vestíbulo del palacio, escuchan la introducción de la guía del Ente de Turismo, Florencia Solá. Hasta que un hombre de pie al costado del grupo interrumpe: “¿Y quién vive ahí arriba?”. Muchos sonríen: saben que quien pregunta es el embajador Edward Prado, un juez que se enamoró de Buenos Aires en una visita y pensó cómo podía venir a vivir acá. “Vi que hacía un año y medio que no había embajador, me postulé y aquí estoy”, cuenta el texano en un fluido español, con “r” estadounidense, acento chicano y voz distendida.
Los dueños de casa, el embajador Edward Prado y su esposa María, reciben y saludan a los visitantes. Foto: Fernando de la Orden
Tras unas bromas del embajador y sus halagos al asado y los bodegones porteños, arranca el recorrido y, con él, las miradas de asombro. “Me re suena a Downton Abbey, con la musiquita inglesa y todo”, le dice un visitante a otro mientras suben la imponente escalera de mármol, en referencia a la serie sobre una familia de la nobleza británica. Sobre ellos cuelga la araña más grande del palacio, industria nacional, de dos metros y medio de altura.
La araña es lo que más sorprende a los visitantes. Foto: Fernando de la Orden
La primera parada es en la sala de música, donde la guía destaca el mobiliario original del edificio, que fue inaugurado en 1917 para que allí viviera la familia de Elisa de Alvear y su marido, el diplomático Ernesto Bosch. Pero Solá también aclara que desde 1929 funciona allí la Embajada de los Estados Unidos, y recuerda que Elisa no supo de la operación de venta iniciada por su marido hasta que efectivamente se concretó. Descontenta, hizo desmontar una de las chimeneas del palacio para llevársela a su nueva casa. Por eso, la que hoy está en la biblioteca es una réplica de la original.
La sala de música. Foto: Fernando de la Orden
El público se sorprende con la historia y la escucha atento, sin las distracciones que los celulares representarían si se permitiera su uso. Sin embargo, fue un celular el que les permitió a Verónica (24) y Rocío (23) estar hoy aquí. “Nos enteramos de que en breve iba a abrir la inscripción y activamos las notificaciones de Twitter para que nos avisara cuándo arrancaba”, cuenta la primera. La anticipación era clave: la Embajada abre las puertas al público sólo una vez por año, si es que las abre. Y los cupos se agotan.
El escritorio es otra de las salas que se recorren. Foto: Fernando de la Orden
Es que el palacio Bosch reúne historia y belleza. La primera se nota no sólo en sus muebles originales o restaurados -se hizo una profunda renovación en 1994- sino sobre todo en lo que no se remozó, como el piso del salón de baile, cuyas marcas de tacos dicen mucho de una residencia en la que se hacen unos 250 eventos anuales.
La placa que recuerda los tres días que el presidente Roosevelt pasó en la residencia en 1936. Foto: Fernando de la Orden
Allí se hospedaron cuatro presidentes estadounidenses: Franklin Roosevelt, Dwight Eisenhower, George Bush padre y Barack Obama. El año pasado, el palacio fue declarado Monumento Histórico Nacional. Y pese a pertenecer a los Estados Unidos, la influencia francesa lo atraviesa de punta a punta: fue diseñado por el arquitecto René Sergent y sus interiores estuvieron a cargo de André Carlhian, especialista en clasicismo tradicional francés.
El comedor diario del palacio, para ocho comensales. Foto: Fernando de la Orden
La influencia gala se nota incluso en cómo se sienta el embajador a la mesa en el comedor oficial, para 30 comensales: no lo hace a la cabecera sino a la francesa, al centro de la mesa. De esa manera, tiene una vista privilegiada de las puertas del salón y de cada uno de los que ingresan por ellas. Este sábado todo está dispuesto para una cena elegante, perfumada por flores coloridas y –Clarín pudo comprobar- naturales. El comedor diario está servido en cambio para un desayuno o una merienda, pero la vajilla es igual de delicada, con detalles dorados y tazas de distintos tamaños según vayan a contener té o café.
En el comedor principal, reservado para las comidas de gala, hay lugar para 30 comensales. Foto: Fernando de la Orden.
La impronta francesa también es visible en las paredes de piedra símil París, los jardines inspirados en los del Palacio de Versalles, la iluminación natural y los detalles en dorado a la hoja, más fino que un papel aluminio. Daniel Daverio (64), un visitante amante de la arquitectura, encuentra una palabra para resumir eso:“Majestuoso”. Motivado por esa promesa, manejó desde San Andrés de Giles para ver el palacio. Y la vio cumplida.
Las visitas se hacen en grupos de 40 personas. Foto: Fernando de la Orden
13 grupos de 40 personas visitaron este fin de semana la residencia, ubicada en Avenida del Libertador 3502. Lo hicieron en recorridas de una hora que salieron cada 30 minutos.
La recorrida dura una hora. Foto: Fernando de la Orden
En el marco del programa Embajadas Abiertas ya hubo recorridos guiados en las de Brasil, Gran Bretaña, Francia, Polonia y los Estados Unidos, gracias a la colaboración de las embajadas de esos países.
Fuente: Karina Niebla, Clarín.