En el Departamento de Protección del Patrimonio Cultural hay olor a nuevo y no proviene solo de la pintura fresca de los pasillos. En esta división, que depende de la Dirección de Coordinación Internacional de la Policía Federal (Interpol), un depósito conserva 850 obras de arte falsas que pronto se verán en una muestra o en un museo al mismo ritmo que se forma un equipo de especialistas en el rescate de obras en catástrofes y lanzan una app para detectar si un cuadro o escultura tiene pedido de captura internacional porque es robada. También hay un centro de control de película, donde una exposición es la más custodiada del país.
En una sala de guarda digna de un museo hay 850 objetos de arte secuestrados, estrictamente custodiadas, con humedad y temperatura controladas, cámaras y alarmas. Lo que la diferencia de un museo real es que, en su mayoría, son obras falsas. En las atiborradas estanterías se guardan también originales recuperados de robos, como varias piezas arqueológicas egipcias, y cuadros bien envueltos y sellados de pintores reconocidos.
Más de la mitad de esas obras están recién ingresadas tras el secuestro realizado en el taller del falsificador de San Isidro. Hace siete años lo habían allanado por el mismo motivo y le confiscaron 230 obras. Las pistas que volvieron a llevar a la policía hasta ahí se siguen por ciberpatrullaje: rastreos exhaustivos en la web y redes. El “artista de la copia” aportó, entonces, 450 nuevos falsos cuadros a la colección de Interpol, como los Quinquela Martín en la pantalla de una lámpara o en el frente de una valija de madera, un raro Picasso, varios Antonio Berni, un ombú de Nicolás García Uriburu, otro retrato melancólico de Soldi, varias esculturas en metal de Carlos Regazzoni. El estafador, además, tenía en marcha una buena producción de platillos de Carlos Páez Vilaró. Todo esto se despliega ahora sobre caballetes en la sala de reuniones de la sede de Interpol, como en una pequeña exposición.
Virtuoso, sí, y nada improvisado: secuestraron también una máquina ingletadora (para el corte y ensamblado de marcos) y materiales para la certificación apócrifa, como diez certificados de autenticidad en blanco de diversas galerías de renombre, cinco máquinas de escribir de distintas marcas y tipos de letras, y diarios antiguos para pegar en la parte de atrás del cuadro. “Están documentados en transacciones online movimientos por más de tres millones de pesos”, señala el comisario inspector Fernando Gómez Benigno. “El problema es que esto no tiene mayores consecuencias. Tenés más cuando vas a 100 km por hora en una avenida. Al menos te cobran una multa”, lamenta el director de Coordinación Internacional Marcelo El Haibe. Hay cosas que le quitan el sueño: quiere recuperar el reloj de Belgrano, robado en 2007 del Museo Histórico Nacional.
Los especialistas del Departamento de Protección del Patrimonio Cultural querían hacer un museo con todo este material, pero no están los fondos para tamaña inversión. Por lo pronto, en febrero de 2023 las mejores piezas falsas integrarán una exposición en el CCK. “Vamos a contar con un curador y nos gustaría mostrar algunos originales junto con los falsos, para que se entienda la diferencia. La intensión es generar conciencia y clarificar el mercado, para que la gente pueda invertir su dinero sin temor a ser estafada. Siempre, siempre, hay que conocer la procedencia de lo que se compra”, cuenta El Haibe.
Catástrofes y aplicaciones
En la oficina del comisario mayor El Haibe suena música clásica, hay dos paredes empapeladas con diplomas y medallas, y algunas piezas de arte como un reloj dorado del Siglo XIX que le regaló su tía y un Deira que le obsequió la familia del artista después de la restitución de siete piezas desaparecidas hace cincuenta años y encontradas en Chile. Policía por vocación, abogado y magíster en historia del arte por formación, El Haibe es un apasionado por su trabajo: recuperar arte robado y desenmascarar a falsificadores. Durante más de veinte años en esta división que él mismo creó tuvo logros como hacer pública la base de “arte buscado” que hasta hace poco era solo para fuerzas de seguridad, y consiguió capturas de leyenda, como la de la banda que robó monedas y medallas antiguas del Museo Numismático e Histórico del Banco Naciónen 2008 o la restitución en 2005 de tres de las dieciséis obras robadas al Museo Nacional de Bellas Artes en 1980. “Ya encontramos las demás. Están en Taiwán. Pero por un problema diplomático no las devuelven”, cuenta El Haibe, con el legajo del caso en mano. El intercambio con su par asiático es indescifrable, incluso para él.
“En 2002 publicamos la primera base de datos con 60 objetos con pedido de secuestro; hoy tiene 6000. Fue la primera base pública en el mundo. La Secretaría General de Interpol tenía una base solo accesible para policías y judiciales. Y había una agencia privada, Art Lost Register,que ofrecía la información a un costo muy alto: por ejemplo, para decir dónde estaban los cuadros del Bellas Artes pedían 600.000 euros. Di un discurso encendido en 2009 diciendo que esa información debía estar a disposición de todos los países que brindamos los datos, y no de un solo señor que cobra por ella… y se hizo pública ″, dice El Haibe.
Desde 2021, es posible bajar la aplicación ID-Art para comprobar si una obra está en buscada por Interpol, tan solo con sacarle una foto. En caso de resultar positivo, automáticamente da aviso a la policía. De esta manera recuperaron, por ejemplo, dos tablas renacentistas que llevaban 40 años robadas en España y una cruz del siglo XIII en Rumania.
En el Centro de Datos inaugurado hace dos meses se cruza información en varias pantallas: lecturas de pasaportes y DNI, patentes de autos, peajes y tráfico aéreo. No pueden faltar en el lugar varios relojes de pared con los horarios en distintas partes del mundo. “Estudiamos las compras anticipadas de pasajes. Quizá llega uno con pedido de captura y lo estamos esperando en la manga”, se ríe El Haibe.
Una exposición en el Centro Cultural Borges está monitoreada desde aquí con varias cámaras. Se trata de la muestra El Caso Breccia: durante un juicio sucesorio, las obras que estaban en la casa del reconocido dibujante Alberto Breccia, en Haedo, se guardaron en la caja fuerte de una empresa de seguridad que quebró en 2005. Después, las piezas fueron robadas y vendidas ilegalmente por el mundo. Los originales que se exponen con autorización judicial fueron recuperados por Interpol y están bajo su custodia hasta que terminen las causas en trámite. “No queremos que nos roben, justo a nosotros. Tenemos cámaras y un policía en la puerta las 24 horas”, comenta.
Mientras tanto, un cuerpo de Cascos Azules de la Cultura se encuentra en formación. “Se especializan en el rescate de obras de arte en catástrofes”, retoma Gómez Benigno. “Seremos el segundo país en el mundo en tenerlo, después de Italia. Es un grupo interdisciplinario, listo para viajar a zonas de desastre donde se lo necesite. Lo integran arqueólogos, paleontólogos, bomberos, especialistas en libros, conservacionistas, restauradores”, detalla El Haibe. El arte, parece, tiene quien lo cuide.
Fuente: María Paula Zacharías, La Nacion.