“Una aventura entre goteras, oscuridad, suciedad y ratas”, son las palabras que usa la arquitecta Nazarena Aparicio para describir su primera visita al edificio abandonado del Molino, en 2018. Sus recorridas por los laberintos que fueron dejando las sucesivas remodelaciones continuaron y ahora, a cinco años de aquel primer día, la escena grabada en la memoria de la responsable de la restauración no se parece en nada al edificio actual, que este 9 de julio cumple 107 años y está muy cerca de reabrir.
Si bien el interior del café de Rivadavia y Callao se ha dejado ver en algunas ocasiones especiales, desde este mes julio de 2023 ofrece la «Experiencia Molino«, un recorrido guiado por la confitería, el salón de fiestas, la azotea y el subsuelo del edificio por el que pasaron desde Eva Perón hasta Madonna. La visita es gratuita, tiene cupos limitados y requiere inscripción previa en delmolino.gob.ar. Los lugares para julio ya están agotados, pero la última semana de cada mes se habilita la inscripción para el mes siguiente.
Como el edificio estuvo más de 20 años cerrado, cuando Nazarena entró junto a sus compañeros para emprender la restauración había pasillos anulados con cadenas, candados y espacios de circulación tapeados. «Los primeros relevamientos los hacíamos con linternas, lo hice con mucho entusiasmo, era una aventura, en ningún momento se sintió como un trabajo, era como estar en una película», relata a Página|12.
Inicialmente, el edificio inaugurado en 1916 estuvo en manos privadas, pero en 2014 el Congreso de la Nación aprobó su expropiación y quedó a cargo del Estado. Así, cuatro años después, comenzó la tarea de restauración tanto del patrimonio tangible como del intangible.
El arquitecto y especialista en gestión de patrimonio cultural Guillermo García detalló que el objetivo del equipo es, además de la preservación del edificio, la reconstrucción de las historias de quienes alguna vez pasaron por sus mesas y se tomaron un café frente al Congreso de la Nación.»Recuperar la memoria a través de lo que acerca la gente. De eso se trata», agrega.
El relojero que se sumó
En una de las esquinas del salón principal, al nivel de la vereda frente al Congreso, un gran reloj de madera marcaba la hora a los comensales desde la inauguración de la confitería, y fue uno de los primeros objetos restaurados. «Lo retiramos y descubrimos el sello de la relojería original, que ya le había hecho un mantenimiento. Buscamos el lugar, dimos con el relojero y llevamos el reloj a Haedo para que lo restaure», cuenta Aparicio.
El hombre —que ya se había retirado del oficio— tomó el trabajo por la emoción que le generó la historia. Se comprometió tanto que no solo restauró el reloj, sino que fue él mismo a reinstalarlo. «Entonces nos quedaron los tres sellos: el de la fabricación, el del primer mantenimiento y la restauración final de ahora», completa la arquitecta.
Otro ejemplo del trabajo junto a la comunidad fue la elaboración de las cuatro esculturas de leones alados de la cúpula. Todas fueron recreadas desde cero, porque habían sido demolidas años atrás por cuestiones de seguridad. Los restauradores se inspiraron en fotos de la época que aportaron antiguos clientes de la confitería. Cada león pesa cerca de 1000 kilos, así que tuvieron que ser elevados hasta la cúpula en partes, para luego ensamblarlos en altura.
El equipo de restauradores —el mismo que hizo la puesta en valor del Congreso, dedicados a la madera, los, vitrales, los metales— encontró más de 30.000 objetosdesde que entró por primera vez al edificio. En un trabajo colaborativo con el equipo de arqueología, analizaron cada una de las piezas, recuperaron los objetos con valor histórico, y rotularon y clasificaron todo el material. Lo que se consideró basura —como una pila de videocaseteras y televisores de tubo encontrados en uno de los departamentos de los pisos superiores del edificio— fue descartado en más de 20 volquetes.
La recuperación de los más de 1200 metros cuadrados de vitrales también fue un trabajo minucioso. Los paños están compuestos por cientos de pequeñas piezas de vidrio unidas por sutiles soldaduras. De todas maneras, esto no fue un impedimento para recuperar la totalidad de los vitrales superiores del salón de la confitería, que exhiben una representación de la famosa obra de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, y las aventuras del protagonista con los molinos de viento.
Las construcciones que se fueron levantando en los lotes linderos al Molino hicieron que algunos vitrales perdieran su iluminación natural. Pero ahora, con los avances de la obra de restauración, todos fueron retroiluminados con luces led para recuperar el brillo.
Construcción en tiempo récord
Inaugurado en 1916, el Edificio del Molino fue disruptivo para su época. La obra estuvo a cargo del arquitecto italiano Francisco Gianotti, representante del estilo del art nouveau en Argentina, y la construcción se hizo en tiempo récord. Desde que Gianotti se puso al frente del proyecto y hasta la inauguración —el 9 de julio de 1916— pasaron apenas cuatro años.
Según cuenta Aparicio, El Molino «es uno de los primeros edificios de Latinoamérica en usar hormigón premoldeado, que se usó en la torre cúpula y en la escalera para acceder al último nivel; y uno de los primeros de Argentina en usar hormigón armado. Además, parte de su estructura es metálica», precisó.
En un comienzo el inmueble estaba compuesto por tres edificios, que fueron luego modificados por Gianotti. Los subsuelos, la planta baja, el primer piso y la azotea se unificaron, y así se mantienen hasta la actualidad. Los demás pisos —donde hay departamentos que en su época fueron de lujo— pasaron de ser tres, a dos.
El resultado de este trabajo colectivo, así como los rincones y secretos de esta esquina que es patrimonio cultural de la Ciudad de Buenos Aires, pueden descubrirse en las visitas de la Experiencia Molino, mientras la Confitería espera por la reapertura definitiva —que todavía no tiene fecha— y que volverá a llenarla de visitas, charlas, y aroma a café.
Fuente: Página 12