La imagen es sugestiva, apetecible. Una bocha de helado turquesa intenso funciona desde esa fotografía como las que circulan en redes agrupadas como food porn (producidas para provocar el deseo de consumirlas). Pero incluso años antes de que se popularizara Instagram, fue el registro principal de una obra de arte contemporáneo. Helado de agua de mar Caribe se trata de una acción que la artista cubano-dominicana Quisqueya Henríquez (La Habana, 1966) creó en 2002 como una invitación, más que a consumir, a pensar sobre los estereotipos y las ambigüedades de esta región. Desde su creación, la obra fue activada (o degustada por el público) en cuatro oportunidades, tres en los Estados Unidos, la última en Santo Domingo, y ahora es revisada en una exposición virtual en Malba (se puede ver aquí), como el capítulo cinco de su programa La historia como rumor de recontextualización de performances de arte latinoamericano. “Todo el mundo quiere probar helado, pero esta experiencia es como un shock cuando te das cuenta que está más cercana a cuando te hundes en el mar y tragas un poco de agua sin querer”, explica la artista en diálogo con Clarín.
-La idea proviene de un proyecto más grande en que aparece lo congelado, ¿cómo se produce esa evolución que llega al helado?
-La serie se llama Burlas y previo al helado incluye obras como la Ropa congelada o Sangre congelada, y era toda una dinámica alrededor de qué implica la temperatura, el frío y el calor en el trópico. La temperatura tiene que con esos determinismos geográficos, por ejemplo si el pensamiento es mucho más posible en climas fríos, o cómo se comporta un sujeto social en temperaturas más cálidas, y la negación que yo tenía de asumir eso como un hecho. Siempre ponía el ejemplo de Abilio Estévez, un escritor cubano que había migrado a Barcelona y cada vez que iba a una fiesta lo sacaban a bailar. Y él decía que no sabía bailar y estaba un poco triste por haber migrado… Pero en España le decían: “Un cubano triste, deprimido y que no sabe bailar, cómo es posible”. Esos imposibles que asumen los otros de la conducta del sujeto caribeño está implícito ahí en la temperatura. Y contestar y dialogar desde el Caribe con las temperaturas que son absolutamente lo opuesto me parecía muy pertinente.
Quisqueya Henríquez recolectando agua del mar Caribe. Foto: Lowell Whippel, Gianfranco Finni
-La elaboración del helado tiene una historia y un personaje. ¿Quién era Claude Douyon?
-Era el casero de mi galerista en Miami en esa época, a fines de los noventa. Pero en el 2001 Claude se viene a vivir a República Dominicana porque su mujer heredó la compañía Helados Nevada. Cuando Peter Doroshenko me confirma que iba a hacer la pieza yo regresé de España y desde el aeropuerto me voy a la inauguración en la que él estaba. Cuando lo veo no lo puedo creer: un galerista y un heladero frente de mí. Fui directo a él, sin saludar a nadie: “Oye, tienes que ayudarme en esta empresa, no me puedes fallar”. Me dijo: “Mañana empezamos”, y en 15 días ya estaba haciendo la primera prueba. Trabajamos con un ingeniero químico francés que era brillante, poético, que estudió el sabor, maceramos algas, trajimos el agua del mar. Un artista. Todas las demás recetas devienen de aquella.
-Esta exposición virtual reconstruye en detalle el contexto en que la obra se produce.
-Son los años en que regreso a vivir en República Dominicana, donde los líderes políticos tradicionales estaban a poco tiempo de morir, y surge un cambio político que la sociedad idealizó. Aunque después, como buen país latinoamericano, eso no sucedió. Me planteaba ir a la inversa de mi origen familiar, que yo le digo un entorno de amarguras, y abordar mi práctica desde el humor. Porque como participantes de las luchas políticas ya venían asimilando el fracaso de la izquierda y de los cambios en Latinoamérica. Quería burlarme de mi propia historia, y también de esa adversidad a la que yo llegué en términos de la escena de arte. Pero siempre fue muy claro que quería desdramatizar.
El sabor (y la obra), en una de sus presentaciones. Foto: Malba
-A diferencia de algunos antecedentes del arte comestible, en este caso “el alimento es vehículo para temas álgidos y poco transitados”, según dice la curadora Sara Hermann.
-Si bien la acción del helado implica la temperatura, también el agua de mar. Estos meses hablamos mucho del archipiélago y las Antillas, la diversidad en el idioma y cómo el mar es lo que nos conecta, como elementos importantes en la elaboración conceptual de la acción. Lo que nos desconecta nos conecta. Y al mismo tiempo esa fragmentación de las Antillas -zona sometida a controles imperiales de Europa y Estados Unidos-, es lo que la hace poderosa geopolíticamente. Para mí era importante que lo efímero estuviera relacionado con esa lectura del mar. Y como dice Sara Hermann, que en el momento de ingerir mar estuviéramos reflexionando desde toda esa perspectiva histórica, social, y después con los lenguajes del arte. Porque lo efímero es un coqueteo con los nuevos lenguajes del arte, del fluxus al arte comestible, que se habían explorado, pero eso es importante traerlo constantemente a las prácticas artísticas y no dejarlo como un hecho histórico en el arte.
-El color azul elegido tiene su historia, bien documentada, pero funciona como un indicio del Caribe como lugar de deseo, vinculado al turismo y lo exótico.
-El color está tomado de un lugar específico que se llama La caleta. Y lo escogí porque es lo primero y lo último que ves cuando llegas del aeropuerto. Ese azul es el que la gente siempre está referenciando para hablar del Caribe, tanto los dominicanos como los extranjeros. Se crea ese cliché en torno al color del agua pero la complejidad está, nuevamente, en lo que ves, ese azul turquesa que es atractivo y cuando lo pruebas tiene esta complejidad de sabor, profundamente salado. Estaba pendiente de remover un poco las bases de esos clichés, de un lugar que existe y a la vez es una construcción, un imaginario, que va mucho más allá del lugar en sí.
-¿Qué diferencias hubo en la reacciones del público en las distintas oportunidades en que la obra se activó, en que se dio a probar?
-La primera versión del helado fue en una feria de arte en Chicago, donde la audiencia es bastante homogénea. Los receptores más directos fueron las personas que estaban al tanto. Y la audiencia se acercaba al congelador primero con cierto temor porque se trata de algo comestible. Y mi interacción con el público era explicarles que era seguro. Ya la experiencia de la sal, ese sabor a mar que se instala en la sinus ya no podía ni controlarlo. Pero mientras menos prejuicios tenían en relación a la experiencia artística más se veían inclinados a probar el helado y a salir de ahí diciendo: probé un helado que era una obra de arte. Una manera de trascender de la experiencia como espectador.
Nueva York es un lugar un poco más complicado como audiencia, porque los prejuicios son de otra manera, pero fue el público de la comunidad del Bronx el que estuvo con más inclinación a probar el helado, sobre todo la población infantil. Y luego en Miami se pareció a una nebulosa, mientras que en República Dominicana era esperado, porque todo el mundo sabía que lo había hecho en otras partes y que aquí no lo había hecho todavía y muchísima gente lo probó. Hicieron filas.
-Además de todas estas lecturas, la imagen principal del registro se sugiere precursoras de las imágenes de food porn en Instagram, ¿cómo fue el momento en que se tomó la fotografía?
-Con la fotografía del helado me pasó como a algunos fotógrafos que no recuerdan exactamente el momento en que obturaron la foto que se hace famosa. Si bien está el azul perfecto, si miras de cerca tiene unas imperfecciones, que son algas y burbujas. Y esa profundidad cuando te adentras a las partes donde el azul ya no es tan azul, como el interior de la bola. Cuando la hice me di cuenta que la bola no era perfecta pero obturé y ya un segundo después se estaba derritiendo, ya no era la que quedó en la imagen. Es la parte mágica de la fotografía, ese momento en que ni remotamente estabas consciente.
Fuente: Clarín