Oswiecim, Polonia.-La carta dirigida al padre de Daniel Libeskind llegó poco después de terminada la guerra. Era de su hermana Rozia, para informarle que su familia había muerto y que ella era la única de los 1diez hermanos que había sobrevivido a Auschwitz. En esas tres páginas en idish escritas a mano, Rozia detallaba los horrores que habían vivido.
«Mientras escribo estas palabras, me pregunto quién va a creer lo que estoy contando», concluía Rozia en su carta.
Ahora que se acerca el 75 aniversario de la liberación de la mayor fábrica de muerte del mundo, el arquitecto y artista Daniel Libeskind regresó al sitio de aniquilación de su familia, para asegurarse de que nadie olvide ni descrea de las palabras de su tía Rozia y de tantos otros testigos.
Junto a la fotógrafa Caryl Englander y al curador Henri Lustiger Thaler, del Museo Memorial Amud Aish de Nueva York, Libeskind estuvo presente en el Museo Estatal Auschwitz-Birkenau para la inauguración de una nueva exposición temporal: «A través del lente de la fe», cerca del ingreso al campo de concentración.
«Es una experiencia extraña y significativa para mí», decía Libeskind un día antes de la apertura de la muestra.
En una larga charla que tocó todos los temas -la fe, la familia, la memoria, la política y el arte-, Libeskind habló del desafío que implica para un artista dejar su marca en un sitio donde los horrores han sido preservados sin adorno alguno, para que hablen por sí mismos. De hecho, el plan original de Libeskind para la exhibición -una enorme estructura catedralicia con asientos para los visitantes- fue rechazado por ser «demasiado artístico».
«Al principio, la verdad que no podía entenderlo», dice Libeskind. «Para comunicar una idea hace falta el arte». Pero luego entendió que nada que él hiciera debía distraer la atención del lugar en sí mismo. «Hagas lo que hagas, tiene que quedar claro en qué lugar estás». Libeskind también reflexionó sobre lo que significaba participar de un proyecto tan profundamente personal para él.
Nacido en 1946 en un refugio para los sin abrigo de la ciudad industrial de Lodz, la infancia de Libeskind transcurrió entre las ruinas de la Polonia de la Segunda Posguerra, bajo la bota del régimen comunista. Ahora regresó como uno de los arquitectos más famosos del mundo y después de haber cumplido con asignaciones sumamente complejas, como la supervisión del proyecto de reconstrucción de la Zona Cero del World Trade Center de Nueva York.
Así que Libeskind no es ajeno a las complejidades y a las conflictivas exigencias que conlleva trabajar en un lugar que también es un cementerio. Su trabajo en Auschwitz, sin embargo, llega en un momento particularmente delicado, tanto para el Museo Estatal Auschwitz-Birkenau en tanto institución como para la propia tarea de preservación de la memoria histórica.
El año pasado, cuando el gobierno de Polonia aprobó una ley que en trazos gruesos criminaliza cualquier acusación contra la nación polaca de complicidad con el Holocausto, el museo quedó en el ojo de la tormenta, en medio de una ola de indignación tanto en Estados Unidos como en Israel. Más tarde, los alcances de esa ley fueron morigerados.
Pero el director del museo, Piotr M. A. Cywinski, fue duramente atacado por las organizaciones conservadoras, que lo acusaron de «amenazar» la memoria histórica polaca, y unas 10.000 personas firmaron un petitorio para desplazarlo del cargo. Pael Sawiki, vocero del museo, dijo que la institución es capaz de resistir cualquier presión política. Sin embargo, el museo debe hacer un complicado equilibrio: conmemorar una atrocidad inenarrable sin que parezca que Polonia acepta ninguna responsabilidad al respecto.
Muchos polacos, más allá de sus convicciones políticas, temen que con el tiempo el campo de la muerte quede más asociado con Polonia que con los alemanes que lo manejaban. A diferencia de lo ocurrido en muchos países vecinos durante la guerra, en Polonia no se estableció un gobierno colaboracionista. Para abordar esas preocupaciones, el museo trabaja desde hace unos años en una nueva propuesta expositiva. Esa muestra es parte del mayor proyecto de renovación del museo desde su fundación, una iniciativa de 11 años de duración que quedará completada en 2025. Como el número de visitantes que recibe anualmente el museo no para de crecer -de 500.000 en 2000 a más de 2 millones el año pasado-, las obras se realizan sin cerrar las puertas al público.
«La nueva propuesta expositiva se basará en gran medida en la experiencia de la antigua exhibición, en particular en lo que concierne a su dignidad, su silencio, y cierta austeridad y minimalismo», manifestó Cywinski a través de un comunicado. El museo fue inaugurado en 1947, y las principales exhibiciones que ven los visitantes datan de 1955: vitrinas conteniendo montañas de cabello de las víctimas de las cámaras de gas, pilas de zapatos y de valijas que todavía ostentan los nombres de familia de sus dueños, artículos de uso personal, como anteojos y cepillos de dientes.
Libeskind dice que, cuando era niño, sus padres lo llevaron al museo, y que ver nuevamente esas exhibiciones después de siete décadas ha sido una experiencia impactante. «Los recuerdos me invadieron en oleada», dice Libeskind, de 73 años.
Cuando Englander y Thaler contactaron a Libeskind para realizar un proyecto en Auschwitz en torno al tema de la fe, el artista y arquitecto no lo dudó. Es usual que las historias de los sobrevivientes de los campos incluyan el relato de la pérdida de la fe: al fin y al cabo, ¿qué dios permitiría que pase algo semejante?
Pero la nueva propuesta expositiva, resultado de tres años de investigaciones, pone el foco en las historias de quienes de alguna manera lograron preservar su fe o recuperarla después de la guerra, e incluye entrevistas a 18 sobrevivientes judíos, dos católicos polacos, y un romaní del pueblo sinti. Englander enfocó su cámara sobre cada entrevistado con el anhelo de mostrar su vitalidad. Thaler seleccionó fragmentos de 200 palabras de las entrevistas. A Libeskind le tocó la tarea de diseñar una muestra que hiciera realidad esa idea un poco abstracta.
Para lograrlo, Libeskind diseñó una serie de paneles verticales de acero que forman un sendero que conduce hasta la entrada del museo. En su parte media, cada uno de los paneles tiene un recorte donde están exhibidos los retratos realizados por Englander. Y frente a cada retrato hay una tapa de vidrio esfumado donde están grabados los fragmentos escogidos por Thaler, cuya familia también era oriunda de Polonia y estuvo a punto de ser aniquilada en el Holocausto.
Para Thaler, la nueva exhibición «es un testimonio a la resiliencia del espíritu humano». Libeskind concuerda y va más allá: dice estar convencido de que «la manipulación de la memoria está condenada al fracaso».
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
Fuente: Marc Santora