«Es una alegría enorme apoyar el arte argentino a través de la obra de Chaile, artista con gran proyección internacional que reivindica la cultura y la tradición indígena de América Latina», dijo Costantini sobre esta inversión, hecha en el marco de una bienal histórica en tanto regresa con 200 artistas de 58 países tras un año de suspensión por pandemia, algo que sólo ocurrió entre guerras; justamente con la invasión de Rusia a Ucrania como situación muy concreta en su programación; y curada por Cecilia Alemani, la primera mujer italiana en organizarla y tan solo la tercera en la larga historia de este evento, meca del arte contemporáneo global.
Desde Venecia, donde se encuentra por estos días, Costantini destacó «la oportunidad de preservar unidas las cinco obras que Chaile (Tucumán, 1985) concibió para esta Bienal», cinco esculturas monumentales pensadas como un retrato familiar enfocado en sus ancestros. «un homenaje a su historia personal y una reivindicación a la cultura popular en la que se formó».
El coleccionista realizó esta compra a menos de seis meses de haberse hecho con el cuadro «Diego y yo», pintado por Frida Kahlo en 1949, uno de los últimos y más importantes autorretratos de la artista mexicana, en una subasta de Sotheby’s que los convirtió en la obra de arte más cara del mundo. Pagó 34.883.000 dólares por esa pieza.
Dos meses antes, en agosto de 2021 y a contramano de la retracción que había sufrido el mercado del arte durante la pandemia, Costantini anunciaba que había invertido 25 millones de dólares en la ampliación de su acervo coleccionista con la compra de 21 obras en el plazo de un año. Entre esas adquisiciones destacaba «Armonía (Autorretrato sugerente)», de otra mexicana, Remedios Varo, surrealista contemporánea de Carrington, comprada en 2020 por una cifra récord para la artista, 6,18 millones de dólares, y cedida por el coleccionista Costantini para esta esperada edición de la Bienal de Venecia. La obra pintada en 1956 había sido exhibida por última vez recién en 1986.
De esta manera, la obra de Chaile pasa a formar parte de uno de los acervos más prósperos, mejor valuados y actuales de la región. Fue la propia Alemani, curadora de la Bienal, quien propuso al joven tucumano, convirtiéndolo en el único argentino en participar de la muestra central que se desplegará desde el viernes en los Giardini y el Arsenale de Venecia.
Años antes habían trabajado juntos en Art Basel Cities, en Buenos Aires, y la italiana consideraba que «los temas y narrativas que Chaile evoca en su obra son muy importantes para la muestra»: «basándose en el conocimiento indígena y subvirtiendo los estereotipos colonialistas, Chaile presenta una nueva serie de esculturas monumentales, que se elevan como los ídolos de una fantasiosa cultura mesoamericana», explicaría ahora.
«Me interesa mucho la transformación como medio y, antes que eso, la potencialidad de algo digno de ser transformado por factores internos y externos. Me gustan las metáforas antiguas y obvias, como la mujer o el hombre pájaro que no necesariamente tomo del surrealismo, istmo que estudio, sino de las culturas primitivas y su forma de narrar con imágenes», explicó Chaile a Télam meses atrás sobre su obra y lo que estaba preparando para exponer en la ciudad de los canales.
En sus obras se da un encuentro crítico-poético entre la antropología, lo sagrado y sus rituales, lo político y las comunidades precolombinas de Sudamérica leídas en clave artística, con excentricidad y cierta ironía. Las esculturas miden entre seis y tres metros de alto, pesan más de 300 kilos y fueron hechas en arcilla sin cocer, curadas especialmente por Alemani, destacadas el Corderie, un espacio monumental del Arsenale.
Las piezas llevan por título los nombres de sus familiares: la abuela materna Rosario Liendro (la más grande); su madre, Irene Rosario Durán; su padre, José Pascual Chaile; la abuela paterna Sebastiana Martínez y el abuelo paterno Pedro Chaile. «El conjunto tiene que ver con el vacío, con una laguna arqueológica, la ausencia de relatos sobre nuestros antepasados. Me siento un arqueólogo intuitivo: explorar mi pasado y el de muchas otras personas que habitan las periferias, silenciadas y cargadas de situaciones asociadas a la violencia, doméstica e institucional», indicó Chaile.
«Acepto los desafíos, me llenan de energía y de miedos que disfruto superar, es como comer ají. Siempre quise ser un gran artista, no solo por un deseo personal, muchas personas que quiero mucho me han ayudado con ese deseo», había dicho en la entrevista con esta agencia.
Desde Portugal donde vive, el creador de las monumentales «Luchonas» de barro preparó las piezas que desde el viernes podrán verse en Venecia, la Bienal que en esta edición se inspira en el surrealismo de la británica Leonora Carrington e invita a pensar la mutación de los cuerpos y su relación con las tecnologías y la Tierra.
El trabajo de Chaile se conecta con la búsqueda de sus raíces, la cultura popular, con lo ancestral, comunidades marginales y las élites globales que son las que compran ese trabajo. Cuando empezó a hacer los monumentales hornos de barro y las ollas populares que ahora admira la crítica internacional, su madre, Irene, ahora retratada en Venecia, le había dicho, «hacés lo mismo que tu abuela pero en gigante».
Su producción se estructura en lo que llamó «la ingeniería de la necesidad» (objetos creados para paliar situaciones límite) y «la genealogía de la forma» (desplegar el relato que traen esos objetos en su repetición histórica). En sus hornos de adobe sintetizó esas ideas, interviniendo geografías de emergencia y ofreciendo el alimento que cocía en ellos a quien lo quisiera.
Octavo hijo de una familia obrera, Chaile adoptó ese gesto político (alimentar) de la memoria de infancia. Su padre era albañil y en su casa podía faltar cualquier revoque pero el horno de barro donde su madre hacía el pan, la principal economía familiar, era la arquitectura que había que atender.
De aquella abuela materna que hoy, en ese espacio monumental de los antiguos arsenales de una fuerza que fue imperio, estará representada por la escultura más imponente, Chaile había dicho a Télam: «Rosario Liendro, una mujer indígena artesana y peronista, fue mi único anclaje al arte, una mujer que hacía lo que sabía y quería, y eso le daba sustentabilidad y respeto».
Además de Chaile y Mónica Heller, autora del envío argentino a la Bienal, la obra de otros cuatro nacionales podrá verse por primera vez en el Pabellón de Camerún: se trata de una propuesta que incluirá obras digitales de Julio Le Parc, Gyula Kosice, Miguel Ángel Vidal y Alberto Echegaray Guevara, seleccionados entre más de 500 creadores de todo el mundo.
Fuente: Dolores Pruneda Paz, Télam.