Después de Claude Monet y Pablo Picasso , comienza el reinado de Zao Wou-Ki .
Los dos primeros son nombres universales, pero llama la atención el lugar privilegiado que ocupa el pintor francochino, por encima de clásicos como Van Gogh o contemporáneos como Warhol , pese a ser un desconocido para el gran público. Su cotización, sin embargo, se ha disparado en los últimos años. En gran medida porque la fusión de Oriente y Occidente que encarna tanto su obra como su biografía despierta el apetito de un mercado cada vez más global .
Zao, nacido en 1921 en una China republicana, parecía destinado a la creación por su nombre de pila, Wou-Ki, que puede traducirse como «sin ataduras», y por su temprana destreza con el pincel de caligrafía, habilidad que llevó a su padre, banquero, a matricularle en la Escuela de Bellas Artes de Hangzhou. Allí se formó en los estándares del arte chino clásico, pero el joven Zao pronto quedó fascinando ante las obras de Matisse y Cézanne , las cuales descubrió en postales y revistas extranjeras. Todo esto sucedió en la década de los treinta, antes de que Mao Zedong tachara tales intereses de «tribulaciones burguesas». Zao escapó por los pelos: en 1948, un año antes de que el Gran Timonel se impusiera en la guerra civil y añadiera el adjetivo de «Popular» a la República, el pintor se mudó a París.
Tras 36 días de travesía, se instaló en un apartamento en Montparnasse y ahí retomó su trabajo. Pronto tuvo lista una primera exposición, que suscitaría los halagos de Picasso y Miró. Los cuadros de aquellos días reflejan un intento de imitar a clásicos occidentales como Rembrandt. Zao todavía mantenía una marcada vena figurativa fruto de su academicismo chino, hasta que acabó por abandonarse a la abstracción. Fue entonces cuando su pintura tomó las formas que le harían famoso. Sus obras se convirtieron en masas de color y formas confusas, aunque con destellos orientales como la inspiración caligráfica.
Con los años, Zao adoptaría tonos más enérgicos, influenciado por el expresionismo abstracto después de una visita a Nueva York a mediados de siglo. En 1972 regresó por primera vez a China, casi 30 años después de su partida. Allí reconectó con sus raíces, lo que dio comienzo a una última etapa de naturaleza más reflexiva. Pero solo fue una visita. Zao acabó sus días como un pintor plenamente francés, nacionalizado en 1964 y miembro de la Academia de Bellas Artes francesa desde 2002. En 2006 recibió la Legión de Honor de manos de su amigo, el presidente Jacques Chirac, que como obsequio de despedida de su gabinete recibió una obra del pintor francochino.
Grande en Hong Kong
Zao dejó de pintar en los últimos años de su vida tras ser diagnosticado con Alzheimer y falleció en la ciudad suiza de Nyon en 2013. Por aquel entonces sus creaciones ya alcanzaban importes de seis cifras, pero la explosión todavía estaba por llegar. Entre 2009 y 2014 las ventas de su obra se triplicaron, lo que desembocó en una escasez que disparó su precio. Solo en la primera mitad de 2019 Zao generó 143 millones de euros, según datos de ArtPrice. Es, además, de los pocos artistas internacionales que recauda la mayoría de sus ingresos en Hong Kong: hasta un 76% de sus operaciones se producen allí. Estos días, coleccionistas chinos husmean cada esquina de la excolonia británica en busca de su firma mientras los galeristas franceses se frotan las manos. No en vano fue allí donde en 2018 se vendió su pieza más cara hasta la fecha, Juin-Octobre 1985, subastada por 60 millones de euros. Este mural de más de 10 metros de largo se convirtió en la obra asiática mejor pagada de la historia.
El quid de su éxito reside en la capacidad de amalgamar formas creativas de todo el mundo. Su paleta reconcilia la experimentación del Avant-garde con la inmutable tradición oriental. Todos encuentran en él algo familiar. «Zao aspira a recrear con óleos las veladuras de la tinta», destaca Cristóbal Ortega, artista español afincado en Pekín. «En ese sentido, tiene paralelismos con Turner, quien siendo figurativo está muy cerca de la abstracción». El pintor chino Lin Mo, en cambio, encuadra su estilo «en el yixiang, la abstracción de nuestro país, por eso su mirada es distinta de la de sus coetáneos europeos». El propio Zao aseguró que «todo el mundo está atado a una tradición», antes de añadir: «Yo, en cambio, a dos».
Fuente: La Nación