Entre escaleras y potes de pintura, un equipo de más de veinte profesionales coloca vidrios que cierran vitrinas y textos con explicaciones en la pared, mientras artistas, curadoras, conservadores, montajistas y funcionarias ajustan detalles: no todos los días se inaugura un museo en Buenos Aires. Este miércoles el Museo Nacional de Arte Oriental estrena su sede definitiva en segundo piso del Centro Cultural Borges. Terminan así sus casi seis décadas de encierro, el vivir de “de prestado” y con sus 4000 piezas embaladas en el Palacio Errázuriz Alvear, en los dormitorios de las dos Josefinas (dueña y señora, y su hija) donde se alojó hasta hoy.
La colección ahora se despliega con artilugios en las flamantes salas a estrenar: por ejemplo, la vitrina deun Samurai de 1615 (reluciente, recién restaurado y en un maniquí en pose de ataque) tiene un pedal con el que el visitante puede encenderle luces rojas que parecen ponerlo en acción. Con escanear un QR se escucha su historia.
Fundado en 1965, el Oriental nunca tuvo casa propia y muy pocos directores desde entonces, porque duraron entre diez y veinte años. Fue siempre una visita incómoda en el Museo Nacional de Arte Decorativo (en aquellos dormitorios). Rocío Boffo, experta en restauración y conservación y académica de trayectoria, lo dirige desde hace cinco años. Estaba a cargo cuando, luego de más de 18 años cerrado al público, reabrió por seis meses en septiembre de 2019 en su sede original, con una sala de exhibiciones temporarias. En el Borges, pasó a ocupar 1000 metros cuadrados. Mucho, si se lo compara con 280 donde se abarrotaba antes.
“Este es el museo de la mitad del globo terráqueo. Abarca todo aquello que Occidente construye como no occidental, por eso incluye África y Polinesia. Nos sobran los argumentos”, explica Boffo. Sus piezas originales de China, Japón, Corea, India, Egipto, Turquía, Armenia, el antiguo Imperio persa, el Tíbet, Indonesia, Malasia y Tailandia, entre otros países, se muestran en un espacio reluciente en la órbita del Ministerio de Cultura de la Nación, con todos los atributos de un museo contemporáneo y los estándares internacionales de museología, condiciones de accesibilidad, espacios de encuentro y actividades, obras de artistas contemporáneos y salas de guarda y de restauración tan lindas que se pueden ver a través de un vidrio, e incluso, visitar. Se guardan ahí las 3800 piezas que no integran la exposición temporal, que muestra apenas un cinco por ciento del acervo. “Permite ver la trastienda y los procesos de formación, investigación y conservación”, cuenta Boffo, mientras una conservadora acomoda unas bandas de seda china bordadas, parte de un traje Manchú.
“Se invirtieron en esta mudanza 130 millones de pesos”, detalla la directora nacional de Museos, María Isabel Baldasarre. Conoce muy bien la colección, porque como interventora del Decorativo revisó todo el inventario para detectar nuevas faltantes a partir del robo que sufrió la institución en enero pasado. En los espacios que recuperó el MNAD habrá exposiciones temporarias.
Se puede tocar
En la recorrida, dan la bienvenida dos perros de Fo, animales míticos infaltables en todo barrio chino del mundo, con sus réplicas en resina para que quienes no pueden ver los puedan tocar. Después, tres pantallas muestran fragmentos deKarate Kid, luchas de Bruce Lee y proezas del Agente 007. Así se llega a la exhibición principal, Oriente Todo. “Revisamos nuestros preconceptos para reconstruir nuevas ideas a partir de objetos, sumando la mirada de artistas contemporáneos y comunidades locales”, explican Lucía de Francesco y Anush Katchadjian, curadoras que organizaron la sala en cuatro grandes ideas con las que se asocia a Oriente: lo detallista, la espiritualidad, la sensualidad y una gran conexión con la naturaleza.
Se podría decir del arte oriental que es un elogio de la delicadeza, viendo las estampas japonesas, las pequeñas joyas, las esculturas diminutas talladas en detalles que no se ven, como la planta de los pies que se disponen de manera tal que el visitante lo advierta. Conmueve ese nivel de perfección. También, el imponente resplandor áureo del butsudan, capilla con forma de armario en donde se depositan la estatua de Buda, incienso, caligrafías y ofrendas como flores y frutas. Un jarrón y una cabeza de Buda están sin vidrio de protección y también se pueden tocar. “Se trabajó mucho con el equipo de Accesibilidad de la Dirección Nacional de Museos. Todas las vitrinas son bajas, pensando tanto en el público infantil como en las personas en sillas de ruedas”, señala Baldasarre. “Hay bancos para sentarse y también unos banquitos transportables, como andadores”, dice Boffo. El museo más nuevo, pero también el más amable.
Los kimonos no podían faltar, junto con el obi (faja ancha) y las tabi (medias) y zori (sandalias de tela) o geta (de madera). Al lado hay un espacio para acariciar la suavidad de sus telas. El museo también tiene trajes para quien quiera probárselos y unas ojotas de madera para taconear a gusto. “La vestimenta pauta el comportamiento del cuerpo”, reflexiona la directora.
En la sala de muestras temporarias está Calcar Destellos de un Oriente, con curaduría de Viviana Usubiaga, directora nacional de Gestión Patrimonial. Despliega obras monumentales en papel de las artistas Aili Chen y Johanna Wilhelm. Chen envuelve objetos de la colección antes de su mudanza en papel (se ve en una videoperformance) y después en el Borges se ven solo los envoltorios: conservan la forma como fantasmas. “Trabajaron sobre la colección para crear obras especiales para este espacio. Es la impronta de nuestra gestión: dar una mirada contemporánea y repensar las colecciones, en este caso desde un lugar poético”, explica Usubiaga. Wilhelm caló un biombo, Siete vientos, que proyecta sombras: “Me inspiré en muchas piezas para pájaros, flores, crisantemos, en tallados y laqueados”.
Oriente está de moda, y el museo lo sabe. En su Instagram comparten contenidos como K-pop, grullas, haikus e historietas. “Trabajamos muy bien con el público quinceañero y veinteañero –cuenta Boffo–, que reciben muy bien las propuestas de manga, animé, coreografías y pop coreano. También tenemos público interesado en las escuelas de danza del vientre y de maquillaje. Tenemos programas públicos, encuentros. Con la nueva sede, podremos recibirlos mejor”. La invitación al encuentro con lo diverso está dada. Dice la directora: “Son otras culturas, pero hay algo que nos permite trabajar, y es reconocernos en la misma constitución humana, y ver si nos reímos y nos apenamos de las mismas cosas”.
Para agendar
Museo Nacional de Arte Oriental, en el Centro Cultural Borges. Abierto al público de miércoles a domingos de 14 a 20 en Viamonte 525, piso 2. Entrada libre y gratuita.
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación