Lejos de las cámaras y la pantalla del cine, quedan historias por contar que se asemejan y hasta superan al guión del premiado cineasta James Cameron, director de la película Titanic.
Nacido en la provincia de Córdoba, Edgar Andrew fue uno de los dos argentinos que estuvo a bordo del barco y murió en el naufragio.
“Somos las personas más afortunadas del mundo”, dice Jack, el personaje interpretado por Leonardo DiCaprio en el filme, mientras corre emocionado junto a su amigo por los pasillos del lujoso buque, luego de ganar los boletos en una partida de cartas.
Edgar Andrew nació en Córdoba el 28 de marzo de 1895. Foto Museo virtual Edgar Andrew
De casualidad y 5 minutos antes de que el gigante de acero partiera, lograron embarcar y mezclarse entre las altas esferas de las sociedad.
Al igual que en la ficción, fue el destino -o más precisamente una huelga de trabajadores- lo que puso al cordobés en el Titanic, ya que él tenía planeado viajar en otro barco.
Como si fuera un presagio, días antes de que zarpara, el muchacho que por aquel entonces acababa de cumplir 17 años le escribió una carta a su amiga Josefina Cowan. Estaba enojado por el cambio de planes.
“Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano”.
La carta de Edgar para Josey Cowan y su hija y una frase que se convirtió en terrible realidad. Foto Museo virtual Edgar Andrew
Estas líneas las escribió en Bournemouth, al sur de Inglaterra, el 8 de abril de 1912. Una semana más tarde su triste deseo se hizo realidad.
Sus primeros años
Edgar -como se puede leer en la partida de nacimiento- o Edgardo -nombre que él utilizaba para firmar cartas-, nació el 28 de marzo de 1895 en Río Cuarto. Vivió en la estancia El Durazno, que pertenecía a Ambrosio Olmos, gobernador de Córdoba entre 1886 y 1888.
Era uno de los ocho hijos de Samuel Andrew, el mayordomo del campo y su esposa, Annie Robson. Ellos llegaron desde Whitby, Inglaterra en septiembre de 1883 y se instalaron en lo que actualmente es la Escuela Agrotécnica Salesiana.
Así se ve hoy la casa natal de Edgar Andrew en la ex estancia El Durazno. Actualmente funciona la Escuela Agrotécnica Salesiana Ambrosio Olmos. Foto Museo virtual Edgar Andrew
En 1904, el menor de los hermanos comenzó a estudiar en la Escuela Normal Superior Justo José de Urquiza. Edgar llegaba a caballo los lunes, acompañado por un peón de El Durazno, y se quedaba en una pensión hasta el viernes.
“A él no le gustaban los libros y no le gustaba estudiar. La mamá en una carta dice que no sabe qué hacer porque él quiere quedarse en el campo”, cuenta Analía Gozzarino, profesora de inglés y aficionada de esta historia.
Hace meses que viene reconstruyéndo la vida de Edgar gracias a importantes hallazgos que hizo en Facebook.
Tanto material logró reunir, tanto investigó el tema y habló con tanta gente que hace pocas semanas decidió compartir todo lo que tenía y creó un museo virtual como homenaje.
En la valija de Edgar se encontraron fotos de Río Cuarto (Córdoba) de comienzos del siglo XX. Foto Museo virtual Edgar Andrew
El viaje fatal
Cuando Edgar tenía 16 años y contra su voluntad, su mamá, que había enviudado, lo envió a Inglaterra para conocer a sus familiares, con la intención de que allí siguiera formándose.
Aunque él prefería la vida tranquila y rural de Argentina, estuvo viviendo desde 1911 en Bournemouth.
Una cadena de casualidades– o desgracias- lo llevaron a ser parte de esta trágica historia.
Su hermano Alfredo, el mayor de los 8, era maquinista naval de la Armada Argentina y fue a Estados Unidos para recibir los buques Moreno y Rivadavia. Durante su estadía, comenzó una relación con Harriet Fisher, viuda y dueña de la compañía Fisher & Norris Anvil Works.
Alfredo invitó a Edgar a participar de su boda y después establecerse en ese país donde le conseguiría un trabajo en la empresa de su esposa.
Las enormes hélices de bronce del Titanic pesaban 28 toneladas. Foto Museo virtual Edgar Andrew
Edgar tenía planeado viajar en el barco Oceanic el 17 de abril, pero una huelga de carboneros lo obligó a cambiar ese boleto por otro en el Titanic, que salía de Southampton varios días antes, el 10 de abril de 1912.
Ya se dijo que la idea de adelantar el viaje no lo emocionaba: uno de los motivos de su enojo era que él tenía ganas de ver a su amiga Josey Cowan, quien llegaba desde Buenos Aires a Inglaterra después de la partida del Titanic.
Durante años se especuló que ella podría haber sido su novia, pero la carta que le dejó antes de zarpar comienza con «Mrs», una expresión en inglés utilizada para dirigirse a mujeres casadas.
Además, en las últimas líneas se lee: «Reciba usted mi más puro afecto para usted y Josefinita y familiares», lo que indica que Josey, como él le decía tenía una hija de su mismo nombre.
“La carta original la tiene Enrique Dick, un sobrino nieto de él, pero hay réplicas en inglés -porque él la escribió en español- en todos los museos de la empresa del Titanic.
La escribió el 8 de abril diciendo que quería que el barco esté en el fondo del mar y el 15 se hundió”, explica Gozzarino.
Durante los primeros días de navegación, Edgar mandó dos postales. Una a su hermano mayor, para avisarle que iba en camino. «Desde este colosal barco tengo el placer de saludarte. Hoy llegaré a Irlanda, donde pasaré unas pocas horas”, escribió con pluma.
Edgar escribió a su hermano Wilfred durante la escala que hizo en Belfast, antes de cruzar el Atlántico. Foto Museo virtual Edgar Andrew
La otra, que también tenía en la portada una foto del buque, fue dirigida a su amigo Rómulo “Pancho” Despósito.
«Desde el barco más grande del mundo te escribe tu amigo que va en viaje a Estados Unidos. Ayer salí de Inglaterra, así que no nos veremos en Londres. Su amigo E. Andrew».
Ambos mensajes, que parecieran reflejar que el enojo del muchacho había quedado atrás y que la nave lo había conquistado con sus lujos, fueron enviados desde Belfast, Irlanda.
En esta postal se lee: «Desde el barco más grande del mundo le escribe su amigo que va en viaje a Estados Unidos. Ayer salí de Inglaterra, así que no nos veremos en Londres. Su amigo E. Andrew». Foto Museo virtual Edgar Andrew
¿Morir como un héroe?
Cuando faltaban 20 minutos para la medianoche, el 14 de abril de 1912, el Titanic golpeó un iceberg.
Aunque desde la tripulación aseguraban que era un incidente menor, y luego mandaron a los pasajeros o colocarse chalecos como medida preventiva, el hundimiento era inevitable.
Las personas gritaban y corrían, las habitaciones empezaban a inundarse y las parejas se despedían. Mientras todo era caos, la orquesta tocaba en cubierta.
Hay quienes dicen que cuando el miedo y la incertidumbre empezaban a pesar sobre los pasajeros, Edgar estaba tranquilo, convencido de que nada podía sucederle a la joya de acero.
Si bien no hay datos certeros, algunas versiones sostienen que Edgar le salvó la vida a Edwina Celia Troutt conocida como Winnie, una maestra británica de 27 años, con quien compartía una mesa de ocho personas en el comedor de segunda clase.
La historia de Edgar en los medios. El primer artículo se publicó en la revista Caras y Caretas de 1912. Foto Museo virtual Edgar Andrew
Un relato- que no pudo ser comprobado por las fuentes- asegura que años más tarde Winnie escribió una carta a la familia Andrew confesando que el chico le cedió el chaleco salvavidas con el que ella pudo sobrevivir y luego se tiró al mar.
La mujer, que murió a los 100 años en 1984, fue entrevistada numerosas veces y no hizo mención a esto. Sí recordó en varias ocasiones que un hombre con un bebé en brazos gritaba y buscaba que alguien quisiera salvar a la criatura.
Troutt se ofreció y eso le permitió subirse a uno de los botes, ya que la segunda clase no tenía prioridad para escapar del desastre.
“Es una cadena de casualidades, porque si su hermano no hubiera conocido a la viuda, no se hubiera casado y él no tendría que haber viajado. Y si nadie hubiera hecho una huelga, podría haberse subido al Oceanic”, opina Gozzarino sobre esta muerte prematura.
Parte del barco se descubrió en septiembre de 1985, en el fondo del Atlántico Norte. Foto Museo virtual Edgar Andrew
En un documento de la empresa en el que se hizo un seguimiento de cada una de las personas a bordo se puede ver que su cuerpo figuraba como desaparecido.
El gran hallazgo
Hace 21 años -cuando se cumplieron 88 del hundimiento-, el abogado y también explorador David Concannon fue parte de la expedición llamada «El primer descenso del nuevo siglo al Titanic».
En esa búsqueda, el hombre encontró una valija de cuero que pertenecía a Edgar.
En el 2000, el explorador estadounidense David Concannon recuperó la valija de Edgar Andrew. Foto Museo virtual Edgar Andrew
Fue uno de los descubrimientos más importantes que se hicieron, ya que los objetos del interior estaban en perfectas condiciones pese a haber estado más de ocho décadas bajo agua.
“La conservación es excelente porque el proceso de curtido del cuero de principio de siglo hizo que las bacterias del fondo del mar no pudieran entrar. El Titanic quedó destruido, sufrió un proceso de deterioro natural, pero la valija no”, expone Gozzarino.
Abrirla significó retomar un capítulo cerrado para los descendientes de Edgar.
“Se sabía. Me acuerdo que en la casa de mi abuela, que vivía en Córdoba, había un cuadrito que tenía la foto de él, un Titanic medio dibujado porque en la imagen largaba humo por las cuatro chimeneas, pero en realidad funcionaban tres, y tenía la letra de la pieza que tocaron los músicos el día del hundimiento”, memoriza Enrique Dick, sobrino nieto de la víctima del naufragio.
De la valija de Edgar se rescataron más de 50 objetos, entre ellos, su diario personal. Foto Museo virtual Edgar Andrew
Lo primero que se identificó fueron libros, que según ha relatado Concannon, al momento de sacarlos del agua, algunos todavía eran legibles.
Había textos de aritmética, de geografía americana, de poesías, de ortografía y un cuadernillo en el que había hecho anotaciones. Una de las páginas decía “diario” y la otra “gastos”.
“La valija tenía 52 objetos. Se recuperó un par de zapatos talle 42 con la etiqueta puesta, que él llevaba al casamiento del hermano y no llegó a usarlos. Hay fotos de Río Cuarto, una carta que la mamá le había enviado, pantuflas de cuero de foca, zapatos ceremoniales con moño, toallas con sus iniciales bordadas, un tintero, aunque ya existía la lapicera él seguía escribiendo con pluma”, detalla Gozzarino.
También apareció un diario personal de Edgar, el objeto más preciado tal vez, ya que permitiría saber cómo fueron los últimos días del cordobés. Según Dick, las hojas pasaron por un proceso de restauración y se realizó un informe en el que hay transcritas frases del texto original, pero no se permitió el acceso a Clarín.
Las pantuflas de Edgar halladas dentro de la valija. Foto Museo virtual Edgar Andrew
Todos los hallazgos están desperdigados por el mundo y pertenecen a la firma RMS-Titanic. Actualmente los zapatos ceremoniales están en el museo Cité de la Mer en Cherburgo, Francia.
El diario personal está en «Titanic: The Artifact Exhibition», una muestra ubicada en Orlando, Estados Unidos.
La familia no inició ningún tipo de proceso para tratar de recuperarlos. “Nunca lo hablamos, sería interesante, pero son trámites complejos con abogados y la compañía que los rescató”, dice Dick.
Consultado por Clarín, el sobrino nieto cuenta que en una exhibición que se llevó a cabo en La Rural de Buenos Aires, pudo ver algunos.
“En marzo de 2001 se hizo una exposición del Titanic. Se expusieron 5 postales, un gorrito, un tintero, una carta envuelta en plástico y una parte del diario de él. Los vi en una vitrina. Pude sacar algunas fotos, que hoy son bastante pobres de calidad”, cuenta.
La historia plasmada en un museo virtual
Si bien National Geographic realizó un documental sobre este pasajero, que según las fuentes consultadas cuenta con numerosos datos equivocados, en Argentina no se ha hablado mucho de esta historia.
Es más, son pocos los ciudadanos de Río Cuarto que sabían que una persona de su misma localidad fue parte de la historia del Titanic.
Analía Gozzarino algo había escuchado de Edgar “pero muy por arriba” porque trabaja en lo que era la estancia El Durazno, hoy la Escuela Salesiana Ambrosio Olmos.
Edgar Andrew nació en Córdoba el 28 de marzo de 1895.
Un día leyó un artículo del periodista local Nicolás Cheetham y se enteró de que Edgar tenía descendientes.
“La cuarta generación vive en Argentina, ya con otro apellido. Por Facebook me comuniqué con la sobrina nieta que aparecía en la nota. Se llama Marianne Dick y le pregunté si le podía dar una charla a mis alumnos. Ella aceptó, le encantó la idea”, recuerda.
Esto fue en julio del año pasado, en plena pandemia: “Pensaba en una actividad para motivar a los chicos porque era muy difícil dar clases a distancia. Quería salir del libro y que pudieran aprender de otra manera”.
Gozzarino se unió a diferentes grupos de esa red social para buscar fotos y así poder ilustrar la historia.
“Vi una publicación que decía que ese día se cumpliría el aniversario de Edgar Andrew el pasajero de argentina… y un señor de nombre David Concannon abajo había escrito que él fue quien sacó la valija a la superficie”.
Y cuenta: “Le mandé un mensaje por Facebook. El comentario era de 2012, pero a los 5 minutos me contestó. Aceptó darle una charla a los alumnos y hasta me pasó fotos”.
El evento virtual tuvo gran convocatoria. Otras escuelas se sumaron y Marianne también fue parte. Hubo que contratar a un intérprete para que todos pudieran comprender a Concannon, que vive en Idaho, Estados Unidos.
Por primera vez, la familia se encontró con quien sacó a la superficie las últimas pertenencias de Edgar.
El Titanic tenía 270 metros de longitud y 53 de altura.
Gracias a Facebook, Gozzarino pudo ponerse en contacto con otros fanáticos de la historia y conseguir más información.
“Encontré el diario, que era algo desaparecido para la familia. Ellos creían que estaba en Atlanta (Estados Unidos) y en un grupo de Facebook encuentro que está en Orlando”, explica la docente.
Analía se dio cuenta de que poseía material sumamente valioso y consideró que no tenía sentido que ella y la familia de Edgar se estuvieran guardando estos hallazgos.
Con el permiso de los descendientes, decidió recopilar toda esta investigación y nuclearla en una página web, convertida en museo virtual edgarandrewtitanic.wixsite.com/museovirtual, que ya recibió más de 5 mil visitas.
“Un señor desde Belfast, me mandó un documento que fue el puntapié inicial para hacerlo. Era una foto de un libro de la empresa del Titanic donde estaba el nombre de Edgar y al lado escrito a mano decía missing, causa supuesta de muerte: ahogamiento. Todo de 1912”.
Junto con ella, Nicolás Cheetham y Marianne, se sumaron al proyecto de plasmar la vida de Edgar Andrew en la web. Toda la historia está expuesta con material fotográfico de él, la estancia El Durazno, las cartas, y los objetos recuperados.
La idea de hacer este proyecto en un lugar físico se desvanece ya que las pertenencias de Edgar no las tiene la familia.
Sin embargo, con las fotos conseguidas, se realizaron cuadros para exhibir en muestras itinerantes visitadas por instituciones educativas. Las escuelas interesadas pueden pedirlos y tenerlos por unas semanas. El objetivo es ofrecer la misma propuesta a museos en un futuro.
“A veces siento que Edgar me manda señales”, dice entre risas Gozzarino y revela que Marianne la llama Sherlock Holmes porque siempre encuentra algo nuevo para rearmar la vida del joven cordobés.
“No creo que sea una historia cerrada”, dice la gran “detective” de este relato, que tranquilamente podría haber sido parte de alguna de las producciones de Hollywood.
Fuente: Clarín