Benito Quinquela Martín, el más emblemático pintor de La Boca, era en su tiempo una institución. Por su casa pasaban artistas, poetas, dramaturgos, músicos, periodistas, políticos, diplomáticos, presidentes y vecinos, y encontraban la puerta siempre abierta. A este ciudadano ilustre, afable y generoso, le dejaban como ofrendas poesías, dibujos y canciones. Él los guardaba como tesoros.
El poeta y periodista Rodolfo Edwards revisó aquellos papeles, ya frágiles y amarillentos, guardados en biblioratos prolijamente indizados por el pintor, y les dio forma de libro: Archivos Quinquelianos. Los poetas de Quinquela. Este sábado, a las 20, en La Noche de los Museos, se presenta en la terraza del museo de La Boca, donde el artista vivió y pintó.
Marta Sacco, poeta y comunicadora, descubrió estos tesoros hace casi diez años, cuando trabajaba en el museo. “Investigué lo que pude en el archivo y supe que ese material merecía una lectura profunda y ser publicado”, cuenta. Llevó un tiempo, pero finalmente esta semana el libro salió de imprenta. “Supo llenar de sentido la palabra comunidad”, dice Víctor Fernández, director del museo y pintor boquense, que destaca lo convocante de la figura de Quinquela y lo variopinto de quienes lo rodeaban. “Los poemas parecen inspirados en un símbolo más que en una persona. Era el espejo de los mejores sueños compartidos”, agrega.
Edwards cuenta en sus páginas que Quinquela fundó una peña en el Café Tortoni, Agrupación de Gente de Artes y Letras, que funcionó en la bodega del bar de Avenida Mayo entre 1926 y 1943. “Después llegaría el tiempo de los banquetes en el taller de La Boca, donde se otorgaba la Orden del Tornillo, galardón que distinguía a los que se salían de la norma, a los que le faltaba un tornillo”, escribe Edwards. Seguía a la ceremonia un convite de fideos de colores.
Sonetos, cuartetas, coplas, letras de tango. Cerca de mil manuscritos en pedazos de papel, en servilletas, mecanografiados o recortados de diarios, resistieron el paso del tiempo, y hoy están digitalizados. De ese montón, se rescataron unos sesenta para el libro. En todos se lee la adoración que provocaba esta figura que fue legendaria en su tiempo.
“Hay libros enteros dedicados a él”, dice Edwards. Su casa devenida museo, la escuela que funciona en planta baja, el Teatro de la Ribera que está al lado, una escuela industrial y un consultorio de dentista de la misma cuadra fueron donaciones suyas a su comunidad. “El vivía modestamente, como se puede ver todavía en el museo –conserva intactos la cocina, cuarto, baño, comedor–. Su cuarto se parece al de Van Gogh. Todo lo que ganó en la pintura lo invirtió en su barrio”, dice. En La Boca, que aún hoy se dice república y tiene su propio presidente, Quinquela es un santo. Todos los años se reparte la estampita de San Benito, que tiene en el frente al pintor empuñando pinceles y en el reverso, una oración en su honor, iniciativa del grupo Arrojas Poesía al Sur, que integran Sacco y Zulma Ducca.
“Los poemas incluidos en Los Poetas de Quinquela son piezas de un rompecabezas, nos permiten reponer fragmentos de la rica historia del barrio de La Boca; en todos ellos hay un permanente diálogo con las herramientas de Quinquela, como si el pintor fuese un testigo permanente, un ángel custodio, un comodín que subsana las carencias, siempre presto a oficiar el milagro”, se lee en el prólogo. “Incluye poemas de Celedonio Flores, Julia Prilutzky Farny o Héctor Pedro Blomberg, pero también hay versos de poetas no conocidos, personajes del barrio que le dejaban su homenaje a esa especie de santo benefactor que fue Quinquela”, continúa. Quinquela atesoraba meticulosamente esas demostraciones de cariño. En sus tertulias dejaba siempre el micrófono abierto para quien quisiera tomar la palabra.
Edwards, que es poeta y periodista, sabe de qué habla. Nació en el barrio, a cien metros del Riachuelo. Hijo de un marino mercante, cursó toda la primaria en la escuela de Quinquela, Escuela Museo don Pedro de Mendoza. En cada aula hay un mural del maestro, donde Edwards creía ver los barcos en los que viajaba su papá. Por eso, de la antología el poema que más lo conmueve es el de Roberto Cerrudo, La muerte del marino. “De chico era amigo del hijo del portero, así que los fines de semana jugaba en la escuela y subíamos al piso de arriba a espiar a Quinquela. Él aparecía en todos los actos”, recuerda. En uno de esos, Edwards se sentó al lado del pintor y quedaron retratados en el diario La Gaceta de Barracas.
Hay versos que cuentan hechos concretos como el derrumbe de la cúpula de la iglesia San Juan Evangelista, en 1951. Hubo 9 muertos y 30 heridos y Roberto Cerrudo escribió́ Triste desgracia en la iglesia.
El incendio del San Blas, de Raquel M. Gansier, se ocupa de la explosión de un tanque de combustible en el buque petrolero San Blas, en 1944, que dejó 17 muertos. Quinquela lo pintó.
También hay partituras, que ya han sido puestas en valor por la Orquesta Sciammarella Tango. La agrupación femenina se dedica a la arqueología tanguera, y rescata piezas inéditas u olvidadas. En marzo de 2020, llegaron a dar un concierto en la terraza del museo antes del cierre por cuarentena.
Entre las curiosidades hay un poema escrito en “crefundeo” (crear + fundar), un idioma creado por el poeta y pintor Adolfo Ollavaca que distorsiona las palabras. Edwards tradujo otro, escrito en francés por el embajador de Haití́ en Argentina, Jean-Fernand Brierre, en 1954. El diplomático era poeta, dramaturgo y periodista, y es considerado una de las voces más relevantes de la literatura haitiana.
Quinquela y su navío de colores / cruza el agua febril, escribe a mano la poeta chilena Stella Corvalán en 1948. Es difícil encontrar otro pintor que haya sido tan querido en su lugar y su tiempo, al punto de desencadenar toda una lírica en torno de su trabajo. En sus versos, Bartolomé Botto, poeta emblemático de La Boca, lo llama “poeta de la espátula”. En vez de pluma, haces con pinceles / versos en colores, cual si fueras Poeta, escribe Roque Sumiza. Una oda al pintor, firmada por Pedro Herreros, dice: Quinquela, has domado, / con garra y espíritu, tormentas y vientos, / por gracia del Arte, vas a ser nombrado / Señor de los Barcos y los Elementos. Pedro Juan Vignale lo despide así ante un viaje a Europa: ¡Adiós señor de los brochazos / que dan su fiebre sin piedad! / Iremos solos, con tu espíritu / surcando aguas por tu mar.
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación