Hoy Martín Ron es referente del street art argentino y sus murales se lucen en medianeras de todo el mundo
La nena le da la espalda a la ciudad mientras termina de llenar con sus legos la medianera de 65 metros de alto. El mural está en el centro de Banfield, partido Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires. Desde ahí irradia sus colores, que pueden verse desde manzanas de distancia.
En los márgenes del conurbano, Martín Ron –40 años, muralista top en el mundo– fue construyendo su obra. También, la fue expandiendo. La llevó de Caseros a Fuerte Apache, de la ciudad de Buenos Aires –donde intentará batir su récord al pintar en el edificio Lex Tower, de 98 metos de alto–, a Londres, Moscú, Doha, Tumby Bay, Malasia.
Ahora está en Bernal, Quilmes. La pared, acá también, es gigante. Y la pintura tiene otra vez a una niña. Ahora en versión adolescente. Hay un globo rojo metalizado donde ella se refleja. Y detrás de esa imagen en el globo, la ciudad proyectada. Todo en el mural.
¿De qué hablan tus paredes?
Busco que los vecinos se sientan orgullosos de la obra que tienen en el barrio. Que les dispare cierta inquietud para interpretarla en varios sentidos. El mensaje por arriba, lo que quiero hacer con mi obra, es lograr un momento de paz en quien la vea. La calle es un lugar peligroso, lleno de mensajes, y trato que mis obras sean para respirar.
¿Qué tiene de especial pintar en la calle a diferencia de los cuadros en un taller?
Pintar en casa es pintar sin presión, sin tiempo ni ojos que te observen. No hay frío, no hay ruido, no hay miedo a las alturas. En la calle siempre tenés a la gente de testigo, las obras no te las llevás, tenés un tiempo limitado de realización. Se vive con otra adrenalina. Y eso es lo que me gusta. Ese desafío de que cada obra va a ser irrepetible, va a tener sus problemas, sus partes divertidas y también de angustia. Siempre es incertidumbre, porque nada te garantiza que va a salir bien.
Como no hay certezas, Martín intenta llevar el control de todo. De todo lo que puede, al menos. Cuando le llega una propuesta, lo primero que quiere hacer es ver la pared. Propone la reunión presentación en el lugar. Escucha al oferente –que puede ser un vecino, una desarrolladora, una inmobiliaria, algún organismo público–, recorre el barrio, toca la pared, la mira desde diferentes ubicaciones: analiza el contexto y el lienzo de cemento. “Trato de dejar clara mi idea, o elegir esas propuestas donde me dan libertad de hacer una obra. Acepto sugerencias, consignas. Pero es raro que pinte la reproducción de algo que me digan. No hago eso”, aclara Martín. “Si es como consiga, como reinterpretación, sí. Y, claro, si la propuesta es interesante”.
El siguiente paso es saber cuánto mide la pared. Para eso toma medidas, pide planos. Sabiendo qué espacio tiene, dibuja a escala menor lo que llevará a la pared. Dibuja pensando en diferentes puntos de vista, en si existen obstáculos en la pared o en el barrio: la idea es que se vea desde todas partes. “Sé que en esas zonas invisibles no voy a pintar lo más complejo del dibujo”, dice. Ese trabajo previo puede tomarle desde un par de semanas hasta meses. “Hago muchas devoluciones, con los dueños del edificio o con quien te contrata y con mi entorno. Veo cuáles son las impresiones hasta que digo: es por acá. Ahí siento que la obra puede llegar a ser un hit desde la técnica o el tema a representar”.
De nuevo a la pared. Empieza con una cuadrícula de guía y algunas marcas extras para referenciarse si la pared es muy blanca. Luego, dibuja. Un día entero tirando líneas que serán el esqueleto fundacional sobre el que va a trabajar el siguiente mes. Después viene lo que Martín dice es “la verdadera historia”. Pintar, llenar de colores esas líneas. Darle vida y voz a la pared. “El dibujo te ordena, te estructura la composición, pero la pintura es muy intuitiva”, explica. Entonces, pinta y pinta y pinta. Crea capas de colores y texturas. Es un ejercicio plástico. Como si pintara al óleo, pero con más de 50 rodillos y pinceles y sobre una grúa.
Una vez que aplicó los colores sobre la pared, cuando la pintura va tomando forma, arranca el proceso más minucioso. Los detalles, las capas de nuevos colores –tonalidades diferentes– que van dando la definición que Martín tiene en su cabeza. Cuando esa etapa termina, la obra queda en stand by unos tres días. Luego vuelve a buscar los errores, los agujeros en la pintura, y así dar los movimientos finales.
¿Cada pintura tiene nuevos pinceles, rodillos y demás materiales?
No siempre son nuevos. No desecho nada. Hay pinceles viejos que son más útiles para ciertos efectos. Voy probando y experimentando. Soy de llevarme todo lo que tengo a la obra y después uso la mitad, pero cargo cajas y cajas en la camioneta. Estoy tres días juntando las cosas que voy a llevar. Después dejo todo en la base de operaciones que nos dan cerca de la pared. Eso es algo que pedimos siempre, un lugar para dejar nuestras cosas, para ver cuestiones de diseño y escala, hacer oficina y demás.
Antes de empezar a pintar vas varias veces a ver la pared. ¿Qué buscás en ese proceso?
Es fundamental, porque si bien uno diseña a escala chiquita, si no hacés el ejercicio de ir no podés visualizar el resultado. Mínimo tenés que subir la cabeza y recorrer un poco la zona. Para abordar la obra lo más completa posible. Nunca se ve de frente como un cuadro en una pared, acá siempre lo mirás desde otros puntos de vista. Y considerás así los efectos que querés que tenga. Eso se consigue con ese ejercicio.
¿Vos te ocupás de encargar la pintura, la grúa y todos los materiales?
Sí, con el tiempo me acostumbré a proponer todo, para llevar una facilidad. Porque son tantas cosas, tan específicas y por ahí el otro no las comprende. Entonces intento moverme con llave en mano. Tengo mis asistentes, mis proveedores. Me manejo así porque es una facilidad para mí y para quien te está invitando a pintar. Si no es muy desgastante. Son quince colores, este pincel, esto otro. Es complejo para quien no le interesa.
Martín Ron nació en Caseros, partido de Tres de Febrero. Hace al menos 30 años que dibuja. Dice que de chico era como se divertía. Mientras los demás niños y niñas estaban con juguetes y corriendo por ahí, él dibujaba. “Pintar es una forma de vida que empezó a los diez años como un juego”, comienza la biografía en su web, www.ronmuralist.com.ar. Ahora agrega: “Estaba más dibujando que con juguetes. Y cuando fui más grande era el que dibujaba en el colegio. Dibujaba de todo: calaveras, superhéroes. Cosas de chicos”.
Su primer hit fue el mural de Carlos Tevez en Fuerte Apache, en la medianera del edificio donde creció el jugador de Boca. Era 2010, tiempos del Mundial de Sudáfrica y Carlitos estaba en el pico de su carrera tras convertir el gol a México que valió el pase a la siguiente etapa. Martín se enfrentaba a su primera pintada en altura: tres pisos para inmortalizar el rostro del delantero: el pelo largo, leonino y renegrido, el gesto serio con la mirada en el objetivo y la camiseta argentina.
En 2014, comenzaron las invitaciones a festivales internacionales de muralismo. La primera fue Street Art London, donde pintó una especie de castor con estilo surrealista. Su trabajo en Buenos Aires se estaba viralizando y así fue como lo contactaron. “Ese año el street art se oficializa de alguna forma, a partir de la plataforma Street Art View de Google. Podías acceder a los murales de todas partes del mundo desde la computadora”, cuenta Martín sobre el año en comenzó a edificar un perfil internacional que lo llevó a pintar en España, Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Turquía, Catar, Rusia, Bélgica y otros países. En 2015, la revista neoyorkina Art Democracy lo ubicó en el Top Ten del street art mundial. “La verdad es que me disocio de los rankings –dice Ron–. Es la mirada de una revista especializada en ese caso. El arte no tiene que ver con rankings, es la apreciación de cada uno, porque el arte es público. Me disocio pero no reniego, porque también es un reconocimiento de gente a la que le gusta mi trabajo”.
¿Cómo es pintar afuera, en el marco de un festival de muralismo?
Son 15 días donde hay que estar de las 7 de la mañana a las 10 de la noche, todo el tiempo que dé. El tiempo es el parámetro más importante a la hora de hacer un mural. Porque depende de cuánto tiempo uno dispone para saber qué proponer. En Argentina lo hago dentro de un mes. En ese tiempo avanzo con la obra y puedo seguir elaborando otros proyectos en paralelo. Estoy de lunes a jueves en la pintura y el resto de los días avanzo con otras cosas. En un festival es súper intenso. Igual, aún así, nunca se resigna calidad. Pero las propuestas pueden ser un poco más simples, de realización más rápida.
¿El muralismo está más legitimado dentro del mundo del arte?
No. Creo que no se terminan de encontrar del todo. Porque son dos circuitos diferentes. En el arte tradicional de cuadros en galerías, la obra es un bien que se vende y responde a ese circuito. El mural está lejos de eso. No se puede despegar de la pared, es un proceso en vivo, en contacto con la gente. Son caminos separados. No se terminan de encontrar. Sí hay muchos artistas que se mueven en los dos circuitos. Pero lo único que tienen en común es que son pinturas.
¿Un mural sin su contexto, sin el paisaje que lo rodea, funciona?
Sí, pero más como un cuadro. El mural siempre está en contexto, porque te inspiraste en el contexto para hacerlo. Por eso siempre recorro el barrio antes. Y es muy probable que haya retratado a alguien del barrio o alguien que funciona ahí, que esté contando un pedacito de ese lugar. La foto del mural es la postal, no la foto de la pared sola.
¿Qué valor tiene la altura de la pared dentro del muralismo?
El que pinta murales se ve en el desafío de superarse en altura. Un mural es mejor cuando tiene la mejor ubicación, porque lo ve mucha gente, y cuanto más alto, más extraordinario. Más grande, mejor; en un contexto difícil, mejor aún.
De los siete a los 17 años, Ron fue a talleres de dibujo y pintura, donde desarrolló diferentes técnicas. Arrancó pintando paisajes y frutas al óleo y con los años fue profundizando en retratos. Empezó a trabajar con personas en sus obras. El realismo saliendo de su muñeca. “En 2001 terminé la secundaria y arrugué en anotarme en Bellas Artes. Fui a lo seguro: Ciencias Económicas”, dice. Siguió dos o tres años la carrera y trabajó en un estudio contable hasta que se aburrió. “Siempre seguí dibujando. Esa fue la clave. Después de terminar la secundaria empecé a pintar murales y descubrí una pasión. Estaba más enfocado en pintar murales que en el estudio y cuando me quise acordar era lo único que hacía y en lo que pensaba”.
Tras esos años donde se definió como muralista, en 2007 asumió como director del programa de Embellecimiento Urbano de Tres de Febrero. “En ese tiempo fui ocupando todos mis espacios con murales. Fue el proceso de mutación. Entre 2008 y 2010 me di cuenta de que era muralista. Pero no estaba convencido en ese momento, porque iba haciendo camino”.
Desde ese rol público fomentó la conexión entre vecinos, arte urbano y muralistas emergentes. Dice que fusionó las ganas de los vecinos de adornar su barrio con la necesidad de artistas de hacer obra.
¿Cómo ves hoy la relación Estado-espacio público-arte urbano?
Toda la carga negativa que tuvo el arte urbano fue desapareciendo. Se ganó su lugar de respeto porque entendieron que está todo bien con las desarrolladoras y se fue comprendiendo a los artistas urbanos. Dándoles proyectos grandes, recursos y tiempos de trabajo. Y las obras fueron adquiriendo un desarrollo estético mucho más interesante que pintar en la clandestinidad, dos horas de noche y salir corriendo. Eso es muy interesante, porque tanto las desarrolladoras como las municipalidades tienen todo positivo. Generan espacios de encuentro entre artistas contribuyendo a la actividad con obras mejores, que generan valor agregado en la ciudad y transforman los barrios.
El edificio en Bernal de su nueva obra está en la intersección entre dos vías de comunicación muy importantes para la zona: las vías del ferrocarril Roca y la avenida San Martín. “Por su ubicación tiene un alto impacto en el entorno y siempre tuvimos en mente hacer algo con eso. Con el mural de Martín vamos a darle un agregado de valor”, dice Gustavo Bruzzo, de la desarrolladora Geo Bullid, que se encarga del proyecto.
¿Cómo definirías tu estilo?
Podría ser surrealismo urbano, porque genero situaciones algo fantasiosas que más allá del mural pueden ser percibidas reales. El mural puede ser percibido como una situación que está pasando en la calle como tantas otras. Por eso utilizo fotos. Podría ser hiperrealismo también, pero es más un recurso para mí, porque el objetivo final no es lograr una foto. Son referencias para lograr la ilusión de que ese nene es gigante y está ahí de verdad.
¿Te imaginás mucho tiempo más haciendo murales?
Mientras me de el cuerpo voy a pintar murales. Me gusta tanto. No me motiva tanto pintar cuadros. Mi pasión está en los murales. No sé qué es lo que hace que tenga ganas de ir a colgarme a un edificio sin importar nada.
Fuente: Gonzalo Bustos, La Nación