La lista es pura enumeración. Son más de 100 nombres de esculturas de todo el país enunciadas, una debajo de la otra, en una declaración de protección patrimonial. A través de un decreto presidencial se las designó Monumento Histórico Nacional a fines de noviembre. En la práctica eso significa que no pueden ser destruidas, ni relocalizadas, vendidas o restauradas sin una consulta a la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos.
De toda la Argentina, la Ciudad de Buenos Aires es la que más obras protegidas reunió. Son 63 y, entre ellas, hay de todo: desde una orgía romana en el Jardín Botánico hasta una obra con la firma de Rodin. Acá, un recorrido que profundiza en la lista, con curiosidades e historias desconocidas de diez de las esculturas porteñas elegidas.
Saturnalia es una de las destacadas. La pieza tiene más de cien años y alude a la fiesta romana en honor a Saturno, dios de la agricultura. La celebración se hacía en diciembre, podía durar hasta una semana y siempre tenía el mismo desarrollo: comilonas, exceso de alcohol y orgías.
Saturnalia representa una fiesta romana que incluía comilonas, alcohol y orgías. Foto: Luciano Thieberger
Hecha en bronce y dispuesta en forma horizontal, muestra a diez figuras en tamaño real. Son un patricio de alta alcurnia, dos sacerdotes borrachos, una prostituta, un soldado, un joven, una dama patricia, un gladiador, un esclavo y un músico. Juntos y revueltos. Son la representación de un grupo en una calle de Roma en una noche de Saturnalia.
La escultura Saturnalia es una réplica de una obra del artista italiano Ernesto Biondi. Foto: Luciano Thieberger.
La estatua que está en el Jardín Botánico es una réplica de la instalada en la Galería de Arte Moderno de Roma. A la original la hizo el artista italiano Ernesto Biondi. Trabajó más de 10 años en ella. La exhibió por primera vez en 1900.
Un argentino -Hernán Cullen Ayerza- supo de la escultura siete años después, cuando era secretario de la embajada en Roma. Había estudiado con Biondi y le propuso hacer un calco de la obra con la idea de vendérsela a la Municipalidad de Buenos Aires para embellecer la ciudad.
Saturnalia está compuesta por diez figuras humanas en tamaño real. Foto: Luciano Thieberger.
Así surgió la copia que, al llegar al país en 1910, tuvo que permanecer en la aduana hasta 1912. Su temática asustaba, incluso ofendía, a los funcionarios porteños. Entonces, el diplomático decidió instalarla en el jardín de su casa. Ahí estuvo más de 40 años. Cullen Ayerza murió en 1957 y en su testamento la donó al Museo Nacional de Bellas Artes. Pero aquel bronce seguía haciendo tanto ruido que al final fue a parar a un depósito municipal.
La obra Saturnalia fue censurada y estuvo oculta durante años. Llegó al Botánico en 1988. Foto: Luciano Thieberger.
El gobierno democrático de Arturo Illia rescató la obra y la instaló en el Club Ciudad de Buenos Aires. Años después hubo otro traslado, esta vez hacia el Centro Cultural San Martín. Más tarde, durante la última dictadura militar se decidió censurarla por considerarla obscena. Dicen que en 1987, cuando la fueron a buscar, estaba enterrada en estiércol. Recién en 1988 llegó al Jardín Botánico y 31 años más tarde está protegida por decreto.
El Pensador, en la Plaza del Congreso, es una copia del original firmada por Rodin. Foto: Luciano Thieberger.
Otra copia, pero no por eso menos importante, es El Pensador de Auguste Rodin. Un hombre desnudo, sentado sobre una roca, con los pies replegados y la cabeza apoyada en el dorso de la mano. Está ahí, en el final de la Avenida de Mayo, a metros del Congreso. Es una de las dos réplicas fundidas en el molde original y firmadas por el mismo artista francés. Vino de París a Buenos Aires en 1907, gracias a la gestión del primer director del Museo Nacional de Bellas Artes, Eduardo Schiaffino.
El Pensador le da la espalda al Congreso. Foto: Luciano Thieberger.
Si bien iban a ponerla en las escalinatas del Congreso de la Nación, la demora que supuso la construcción del edificio hizo que quedara en la Plaza del Congreso, a espaldas de la fachada del Parlamento. Fue exhibida por primera vez durante el Centenario de la Revolución de Mayo. Aunque en 2018, desapareció de su puesto. Por primera vez en 108 años se la sacó para ser restaurada. Es que pese a su importancia fue un blanco repetido del vandalismo. Sufrió pintadas, inscripciones y cualquier tipo de marca, tanto en su base como en la figura de bronce. En 2013, el Gobierno porteño decidió cercarla con un blindex que después retiró. Ahora tiene una base más alta para que nadie pueda treparse.
La Pirámide de Mayo está rodeada por cuatro esculturas, que fueron repuestas recientemente, y que ahora fueron declardas Monumento Histórico Nacional. Foto: Luciano Thieberger.
En el extremo opuesto, en el inicio de Avenida de Mayo, hay otras cuatro esculturas que también fueron declaradas Monumento Histórico Nacional. Son la Astronomía, la Geografía, la Mecánica y la Navegación.
Son del 1800. Y durante más de un siglo estuvieron separadas de su lugar de origen: la base de la Pirámide de Mayo.
La Astronomía, la Geografía, la Mecánica y la Navegación son cuatro estatuas que pertenecían a la base de la Pirámide de Mayo. Foto: Luciano Thieberger.
En 1912 fueron retiradas para facilitar la mudanza del monumento desde el centro de la antigua Plaza de Mayo a su ubicación actual. Pero no volvieron y tuvieron distintos destinos hasta quedar arrumbadas en un corralón municipal en Chacarita.
Las estatuas fueron retiradas en 1912. Foto: Luciano Thieberger.
En la década del 70 el arquitecto y creador del Museo de la Ciudad, José María Peña, las rescató e instaló en la plazoleta, frente a su museo, en Alsina y Defensa.
Primero estuvieron arrumbadas en un galpón municipal, hasta que José María Peña las rescató y las instaló en Alsina y Defensa. Foto: Luciano Thieberger.
Recién en 2017, en un contexto de restauración de la Pirámide, se decidió devolverlas a su sitio. Al operativo se lo bautizó retorno. El trabajo fue muy complejo porque debió hacerse sin dañar a ninguna de las estatuas de mármol de Carrara, que ya estaban débiles por años y años de movimiento y vandalismo. Después, se las restauró una a una. Y finalmente regresaron a la Plaza.
Las estatuas fueron devueltas a su sitio en 2017. Foto: Luciano Thieberger.
La Ciudad tiene un patrimonio escultórico muy rico, que en la mayoría de los casos se vio amenazado por traslados, como ocurrió con las esculturas de la Pirámide y, más cerca en el tiempo, con la de Cristóbal Colón. El Monumento al Izamiento de la Bandera, otra de las obras seleccionadas por decreto, también tiene una historia parecida. Ocho años de reclamos les demandó a los vecinos de Barracas la vuelta de ese conjunto de esculturas a la Plaza Colombia, seis meses atrás.
El Monumento al Izamiento de la Bandera, en Plaza Colombia. Foto: Luciano Thieberger
La obra de Julio César Vergottini había sido retirada en 2010 ante la oxidación de los herrajes de las figuras y su eventual desprendimiento. En total, son cinco grandes figuras de bronce de una tonelada cada una.
En 1938, cuando la escultura era sólo un proyecto, Vergottini ganó el primer premio de un concurso. Dos años más tarde, fueron los propios vecinos quienes aportaron la plata para su concreción en la plaza de Montes de Oca y Pinzón. La inauguración fue en noviembre de 1940. Al acto concurrieron el vicepresidente de la Nación, en ejercicio de la presidencia, Ramón Castillo. Desde entonces se convirtió en uno de los emblemas de Barracas.
El Monumento al Izamiento de la Bandera es una obra de Julio César Vergottini. Foto: Luciano Thieberger
Muy cerca de ahí, aunque en San Telmo, se encuentra otra de las estatuas protegidas. Está sobre Martín García, dentro del Parque Lezama. Se trata del Monumento a la Cordialidad Argentino Uruguaya y fue creado por el arquitecto Julio Vilamajó Echaniz y el escultor Antonio Pena. Fue un regalo de Montevideo a la Ciudad de Buenos Aires en 1936.
El el Monumento a la Cordialidad Argentino Uruguaya está en el Parque Lezama. Foto: Luciano Thieberger.
La pieza está hecha en mampostería y bronce, obtenido del desguace de un viejo crucero y del fundido de monedas de 10 centavos donadas por escuelas de Montevideo. Se inauguró en 1942 en Parque Colón, pero por remodelaciones viales después fue trasladada al Parque Lezama. Su disposición es así: una columna de bronce de 15 metros de alto y cuatro de diámetro asentada sobre una proa, con una figura de una mujer completando el monumento.
El monumento fue un regalo de Montevideo a la Ciudad de Buenos Aires. Foto: Luciano Thieberger.
Si de figuras femeninas se trata, del listado de las 63 obras seleccionadas en el decreto, sólo una tiene firma de mujer: Anna Hyatt Huntington, una artista estadounidense conocida en el mundo como la escultora enamorada de El Cid.
Su obra, el Monumento al Cid Campeador, está en el límite entre Caballito y Villa Crespo, a metros del cruce de las avenidas Honorio Pueyrredón, Gaona, San Martín, Díaz Vélez y Angel Gallardo. Fue inaugurada en 1935, pero el proyecto había surgido antes, cuando la colectividad española ofreció donar la pieza que evoca a la figura de Rodrigo (o Ruy) Díaz.
El Monumento al Cid Campeador está en el límite entre Caballito y Villa Crespo.
Para los moros era “el Cid” (o señor); otros lo conocían como “Campeador”, porque a los 23 años, tras un duelo, le habían otorgado el título de “Campidoctor”. El hombre murió el 10 de julio de 1099 y ahí empezó el mito y la polémica sobre su figura, según quién escribiera la historia.
En octubre de 2018, Greenpeace intervino el Monumento al Cid Campeador para denunciar la contaminación.
La escultura porteña fue colocada sobre un pedestal hecho con piedra traída desde Burgos. La estatua no es exclusiva de Buenos Aires. Imágenes iguales pueden verse también en Nueva York, San Diego, San Francisco, Sevilla o Valencia. La de Buenos Aires está considerada por los críticos del mundo como la de mayor volumen que una mujer haya realizado en la historia del arte.
El Cid es una escultura ecuestre, como la de Alvear, que también fue declarada Monumento Histórico Nacional. Fue ideada por el francés Antoine Bourdelle, que tardó 10 años en terminarla. Muestra a un caballo relinchando y al general saludando a la Nación. Todo, sobre una base de granito rosado. Se la puede ver en Avenida del Libertador 1201, en Recoleta.
La estatua ecuestre de Alvear es una obra del francés Antoine Bourdelle. Foto: Luciano Thieberger
Años atrás fue protagonista de una polémica. Es que de un día a otro le cambiaron el color. Del bronce verde pasó al negro. La pátina oscura fue criticada por expertos y organizaciones protectoras del patrimonio. Las posturas opositoras reclamaban que las estatuas no se pintan y que hacerlo endurecía la obra y le daba un aspecto homogéneo. Mientras que desde el Gobierno porteño habían dicho que la medida era necesaria para proteger la pieza de grafitis, caca de paloma y ataques vandálicos. Al final se decidió volver al color original. De ahora en adelante, cualquier otro cambio, deberá pasar por la Comisión. Así quedó escrito en el decreto que saca del olvido a algunas de las esculturas más interesantes que hay en la Ciudad.
Fuente: Clarín