Sábado, diez de la noche. Un sector de la explanada de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno se transformó en un pajonal de la pampa argentina. En la Buenos Aires de 1792, dos mujeres esperpénticas huyen en una noche virreinal, iluminadas por las llamas de un incendio. Mientras tanto los espectadores, sentados a cierta distancia unos de otros, con barbijos y fragancias varias de alcohol en gel, parecen representar una pieza distópica que se desarrolla en tiempo real. La pandemia también impone su guion en la oferta cultural. En este caso, se trata de Civilización, de Mariano Saba, con dirección de Lorena Vega. Es una de las funciones del ciclo El Cervantes en la Biblioteca, una de las tantas propuestas surgidas luego de la reapertura de instituciones culturales en la ciudad de Buenos Aires. De espaldas al Río de la Plata, las actrices se lucen; entre el escenario y el público circula la brisa de una noche de verano porteño y se oyen los caños de escape de motos, colectivos y autos que circulan por la avenida Las Heras.
Sucede que museos y otros espacios culturales, públicos y privados, tuvieron que apelar a la imaginación para retomar las actividades presenciales: con la llegada del calor, jardines, plazas y terrazas de museos y centros culturales son los nuevos escenarios donde se despliega la programación cultural veraniega. Si en las salas tradicionales de teatros o museos reina el silencio y la oscuridad, ahora los pájaros, los ecos del exterior y el rumor de los árboles es la melodía de fondo.SKIP ADAds by
Hay movimiento, hay contacto visual, hay efervescencia luego de tantos meses congelados en el golpeado campo de la cultura. ¿Acaso se está transformando la forma de vivir la experiencia artística? ¿Qué cosas debemos cambiar, de ahora en más, como espectadores de la cultura en pandemia?
Por empezar, lo básico: distanciamiento, barbijo, alcohol en gel y reserva de turnos online para ir a ver una muestra o asistir a un espectáculo teatral, un concierto o una charla pasaron a ser regla corriente. “Tuvimos que replantearnos la forma en la que podíamos disfrutar la cultura –plantea Viviana Cantoni, subsecretaria de Gestión Cultural de la ciudad de Buenos Aires–. Readaptamos espacios y, fundamentalmente, priorizamos el aire libre a los lugares cerrados”. Según la funcionaria, lo que más cambia es “la manera de vivir determinadas actividades culturales, porque la masividad hoy no es viable y el espacio vital de cada uno es importante”.
Para Cantoni, “los vecinos y los artistas se sienten seguros, contenidos, y todos necesitaban volver a vivir la presencialidad; el contacto visual mutuo que provoca ese feedback es el que define la experiencia artístico-cultural”. En la página web de Cultura del gobierno porteño se puede consultar la agenda semanal y solicitar turnos para participar de estas experiencias colectivas (con aforo).
“Había como una fantasía de que si el vínculo entre artistas y público no se mantenía la gente se iba a olvidar del arte y se iba a meter de lleno en Netflix, se iba a olvidar de que existen otras experiencias y lenguajes, pero eso no pasó. Apenas volvió a abrir todo, las salas de teatro se llenaron y así siguen hoy (con 30% de aforo); también sucede con los museos. Hay avidez por la cultura. Hoy estamos habitando propuestas culturales de lo más diversas. En el teatro a sala cerrada, hay algo que remite al tiempo prepandemia, porque entrás y el protocolo invade todo: barbijo, temperatura, asientos con distancia. Hay como una ‘normalidad ortopédica’. Pero después están las propuestas al aire libre que, por su naturaleza misma, no tienen ese tinte melancólico ni proyectan la sensación de que algo podría haber sido distinto –dice Natalia Laube, periodista y crítica de teatro–. Son algo radicalmente nuevo, muy interesante para esta época. Ahora en el FIBA, por ejemplo, va a haber muchísimas propuestas al aire libre: recorridos performáticos por el cementerio de Chacarita a partir de la lectura de textos de Mariana Enríquez (dirigido por Analía Couceyro) o Jardín Sonoro II, una propuesta donde vos paseás por el Botánico y se activan piezas sonoras escritas por dramaturgas y actrices. Son propuestas que ya nacen permeables a esta nueva normalidad. Es una oportunidad tanto para los artistas como para los espectadores” .
Nuevo público
Por otro lado, hay un nuevo público que se está gestando a partir de estas dinámicas. Mucha gente, en especial los jóvenes, que rara vez se acercaban a un museo, llegan hoy a través de propuestas alternativas, como música o teatro en los jardines, y eso a su vez funciona como puerta de entrada para ver una muestra de arte por primera vez en su vida. “Estuvo genial y además pudimos conocer el museo por dentro, nunca habíamos venido”, dice en este sentido Luisa, una estudiante de Diseño Gráfico en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, en un intervalo del set solista del músico Santiago Vázquez en el jardín del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco (Suipacha 1422). El concierto tuvo lugar la noche del viernes 23, en el marco de “Sesiones en el jardín”; el público se acomodó en pufs y sillas de madera para escuchar a Vázquez, ubicado delante del aljibe del patio-jardín. Mañana a las 20 se presentará Amanda Querales, guitarrista y cantante venezolana radicada en Buenos Aires, acompañada por Gastón Jalef y Juan Manuel Colombo. La actividad es gratuita, con inscripción online previa. Otros conciertos de jazz, música latinoamericana y folclore convocan a los espectadores en los jardines del Museo de Arte Español Enrique Larreta, el Centro Cultural Recoleta y el Museo Histórico de Buenos Aires Cornelio Saavedra.
Para los espectadores en general, volver a participar de un evento presencial representa, como dijeron algunos, un “programón”. Algo similar pasa con los artistas. Mientras en la ciudad de Buenos Aires las cifras de contagios se mantengan estables, las autoridades prevén que esta modalidad podría continuar por un tiempo, siempre y cuando se acate el protocolo de actividades al aire libre establecido por el gobierno. Por ahora, los eventos presenciales en jardines de museos y espacios abiertos de centros culturales se extenderán hasta el 16 de febrero. La única antagonista de estos eventos culturales al aire libre es la lluvia.
El ciclo Museos Abiertos al Cielo, organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación, comenzó a principios de noviembre en los espacios verdes y parques de los museos nacionales. En la ciudad de Buenos Aires, uno de los espacios elegidos fue el Patio de la Procuraduría de la Manzana de las Luces. La recepción del público, ávido por tomar un poco de distancia de las pantallas, fue muy buena. “Volver a ver un show es una caricia al alma –dijo Laura, una espectadora del recital de Bruno Arias y La Chicana, con Liliana Herrero y Teresa Parodi como invitadas especiales, que tuvo lugar el domingo 24–. Además, nos sentimos seguros y vivimos un atardecer fantástico. Hace mucho esperábamos esto”.
En Tecnópolis, de jueves a domingo, se hace el ciclo Atardeceres en Tecnópolis, que convoca a unas 1400 personas por día. Con el lema-hashtag #ReencuentrosCuidados, la programación se extenderá hasta el 16 de febrero con actividades que incluyen conciertos de música clásica y popular, proyección de películas, espectáculos infantiles y de stand up, paseos por la Tierra de Dinos y talleres de paleontología y astronomía, skatepark y una muestra de fotografía que rinde homenaje a Diego Maradona.
“Son Reencuentros Cuidados, pero también encuentros de felicidad y magia –dice María Rosenfeldt, directora de Tecnópolis–. Enero fue un mes de encuentro y acceso a la cultura, y eso nos gratifica enormemente”. Los lunes a partir de las 14 se publica la agenda de las propuestas y se puede hacer la reserva anticipada de entradas en la página web de Tecnópolis; las cantidades varían en función de las capacidades máximas validadas por protocolo oficial.
Otra experiencia cultural propiciada por el contexto es el ciclo de teatro al aire libre, con entrada gratuita, organizado por el Teatro Nacional Cervantes (TNC) en la explanada de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM, Agüero 2502) desde el jueves 21.
Las instituciones culturales privadas, por su parte, también se adaptaron al contexto actual para reabrir sus puertas. Es el caso de Fundación Proa y Proa21, en el barrio de La Boca, donde tiene lugar el ciclo Cine Poco Exhibido, curado por Tomás Guiñazú, los sábados de 18 a 22 en el jardín de Proa 21, con debate, música y cine de directores jóvenes. La particularidad de este ciclo es que el equipo del film que se presenta ese día está a cargo de la organización, musicalización y exhibición de la jornada. Hoy se presenta una serie de cortos. En la vereda de Proa, los sábados y domingos se realiza Centro Cultural Nómade, un programa dirigido a los niños del barrio. Proa está abierta de jueves a domingos, de 12 a 19. Además, de jueves a domingo se puede visitar la muestra Crear mundos, con obras de cincuenta artistas mujeres contemporáneas. Y en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) comenzó la cuenta regresiva para visitar la muestra Remedios Varo. Constelaciones, con pinturas, dibujos, bocetos y objetos de la artista española Remedios Varo.
“La experiencia del online se agota, es muy difícil generar acontecimiento en ese formato, necesitamos vernos”, concluye Natalia Laube. El campo cultural, al parecer, está totalmente de acuerdo.
Letras en la hierba, por Virginia Cosin
Al 2020 lo recordaré como el año en el que las coordenadas de tiempo y espacio se reconfiguraron. Si antes del virus y el confinamiento obligatorio el living de mi casa era el lugar en donde los participantes de los talleres y yo nos reuníamos para compartir lecturas, mate, té, galletitas y, en ocasiones, algún vino, de un día para el otro ese mismo espacio se convirtió en una burbuja solitaria. Hubo que acostumbrarse a ver solo torsos y cabezas en dos dimensiones, a veces pixeladas; a retomar la conexión cuando se cortaba o el otro se “congelaba”, a “silenciarnos” a “compartir pantalla”. Incorporamos neologismos a nuestro lenguaje habitual. Y también descubrimos que podíamos conectarnos y trabajar con mucha gente con la que antes parecía imposible, porque nos separaban distancias demasiado extensas para recorrerlas en un medio de locomoción. Cuando casi se estaba terminando el año, en noviembre del año pasado, apliqué a una convocatoria del gobierno de la ciudad de Buenos Aires que ofrecía los jardines de los museos para dar talleres y cursos. Durante un mes, un grupo de diez personas y yo nos encontramos una vez por semana al aire libre para compartir lecturas de narradores norteamericanos que escribían sobre el matrimonio, y la experiencia, después de todo ese tiempo de encierro, resultó aliviadora y, de un modo extraño, nueva. Porque no es lo mismo reunirse cuando es lo habitual que volver a reunirse cuando la cercanía de los cuerpos se vuelve algo extraordinario. Conversamos en el jardín del Museo Sívori rodeados de verde, pajaritos y cada tanto nos interrumpía el ruido del tren. Este año que empieza, hasta que no sea seguro volver a reunirnos en espacios cerrados, voy a continuar coordinando talleres en modalidad virtual.
Fuente: Daniel Gigena, La Nacion