Presenta un recorrido emotivo a través de cientos de obras que buscan «dar una voz diferente a Frida, revisar su figura desde otra mirada y no desde la narrativa popular del dolor y el sufrimiento», dice la directora creativa de la muestra, la española Carla Prat, a Télam, durante una recorrida por el espacio.
«Creemos que siempre se habla de Frida desde la narrativa del dolor o de la tragedia y nos gusta pensar que le podemos dar una voz diferente, otra mirada que tiene más que ver con reforzar su inteligencia, su trayectoria artística, su éxito en vida, el rol que ocupó en su época. Además, es la única muestra inmersiva en el mundo dedicada a una mujer pintora», enfatiza Prat durante una visita a la exposición.
Al costado de la Facultad de Derecho, sobre la Avenida Figueroa Alcorta, y justo enfrente de la salida del subte H, se encuentra la puerta de acceso al inmenso CEC, antiguo «Centro de Exposiciones», que alguna vez supo albergar, por ejemplo, a la Feria del Libro y que ahora ostenta en el subsuelo, bajando por unas escaleras, la sala de 1.600 metros cuadrados que invita a adentrarse en el universo de la mexicana más icónica.
Todo es azul apenas cruzar los portones de acceso a la exhibición, en el ingreso de la muestra, en homenaje a la casa homónima de Coyoacán donde la artista nació, vivió, pintó y murió, la misma vivienda donde estuvieron durante más de 40 años encerrados -por indicación de Diego Rivera- sus diarios personales, entre otros objetos. Son justamente esos diarios los que han sido utilizados por Prat para hilar lo más destacado de su vida y obra: «Ella no lo usa como un diario personal como lo entendemos, es más un sketchbook, donde de repente se describe, o dedica un poema a Diego, o se dibuja a sí misma con la pierna rota. No es un lugar donde ensaya las obras que va a pintar, ni nada del estilo ‘querido diario’; es más bien un ejercicio casi de pensamiento automático», describe la directora artística.
Durante los últimos diez años de su vida, y sin sospechar que alguna vez se convertiría en un documento accesible al público, Frida escribió un diario personal, de su puño y letra, un documento que puede pensarse como poemario, cuaderno de caligrafía y libreta de dibujo al mismo tiempo.
Algunos murales que remiten a la historia de Frida dan la bienvenida en la exposición que propone un itinerario por diferentes salas que van acercando, desarmando, la figura de la pintora: en la primera, algunos cuadros enmarcados muestran reproducciones de las páginas del diario de Frida, por ejemplo, con muchos colores se puede ver a diversos animalitos que bailan en ronda, en la página 39 de su diario bajo la leyenda «Danza al sol». Luego, en la sala siguiente se puede ver un espejo de cuerpo completo se ubica debajo de dos hileras de palabras, con letras plateadas, con las que la pintora se identificaba a sí misma: Frida, Frieda, Freón, mujer, comunista, bailarina, revolucionaria, inteligente, caminante, libre, esposa. «Aquí jugamos un poco con estos adjetivos, la idea es que tu te reflejes en ella. Evocar estas palabras que ella misma se daba y que le daban, que la contextualizan», señala Prat.
Hay algunas salas muy angostas, como una suerte de separadores, que están completamente pintadas e iluminadas con colores que Frida destacaba en sus diarios, «umbrales» han sido denominadas, como por ejemplo el amarillo que ella relacionaba con la locura, la enfermedad, el miedo; o el azul, de la electricidad, la pureza, el amor.
Hay además otra sala que alberga una serie de pinturas de gran tamaño, impresas sobre grandes telas que penden del cielo raso, y que buscan mostrar la variedad de temáticas abordadas por Frida en sus pinturas, un puñado que busca ser representativo desde la primera hasta la última de sus producciones, «Autorretrato con traje de terciopelo», «Mis abuelos, mis padres y yo», «Las dos Fridas», «Autorretrato con pelo cortado» o «El venado herido», entre otras.
Junto a esta serie, se ubica una curiosa «photo opportunity»: una cama, reproducción del lecho donde Frida comenzó a pintar a raíz del accidente de autobús que le destruyó el cuerpo y la dejó postrada durante meses; un espejo en el dosel de la misma, un caballete especial que le mandó a hacer su madre, «el momento en que nació la pintora», se lee en la sala que invita de este modo al momento «selfie».
«La Casa Azul» se titula la anteúltima sala antes de ingresar a la inmersiva, homenaje al sitio que Frida consideraba una extensión de sí misma, el hogar familiar, estudio y espacio de descanso final, entre un jardín único poblado de monos, pájaros, buganvillas y cactus, en Coyoacán. Sore una de las paredes se puede apreciar un video que la muestra a Kahlo despreocupada caminando por el patio interno de la morada, imágenes en blanco y negro que la traen de vuelta al presente. «Actualmente es un museo donde se resguardan las cenizas de la artista y se conserva e investiga su legado. En 2004 se abrieron varias zonas de la casa que habían permanecido cerradas durante casi cinco décadas, encontrando libros, fotografías y numerosos objetos personales de Frida», se puede leer allí.
Llega entonces el momento más esperado de la visita, el corazón del recorrido en la sala más grande del pabellón; un espectáculo de videomapping 360º sobre paredes y suelo, que fusiona arte, tecnología y una narrativa emotiva que enhebra las voces de dos actrices mexicanas, quienes susurran algunas de las frases más reconocidas de la pintora (al día de hoy no se conoce el tono de voz de Frida): «Aquí me pinté yo, Frida Kahlo», se escucha en el inicio mientras sus autorretratos comienzan a aparecer en distintos puntos alrededor, se deslizan, se acrecientan, mientras la música acompaña la danza de imágenes. «Pies para qué los quiero si tengo alas para volar», se oye luego mientras pequeños ejemplares de mariposas empiezan a volar y a ser cada vez más y más, mientras se apoderan del espacio circundante.
Se trata de una narración audiovisual de 40 minutos de duración, proyectada a través de todo el espacio, de manera envolvente, con un guion basado en los textos del diario, cuyo espacio destaca en el centro una suerte de altar, «un tótem», en palabras de Prat, repleto de velas y arreglos florales, «que remite un poco a la pirámide que hay dentro de la Casa Azul donde Frida y Diego coleccionaban objetos prehispánicos».
«Es meterse dentro de la cabeza de Frida», sugiere Prat sobre esta narración estructurada en tres grandes momentos: la artista en todo su esplendor y su relevancia en el ambiente intelectual y artístico de la época; su faceta más íntima, la familia Kahlo, las raíces y también el traumático accidente que la hizo renacer como pintora; y la tercera, una recreación de la icónica Casa Azul, el hogar donde nació, vivió y murió.
El final del recorrido está ligado a la última obra que pintó, «Viva la vida» (así lo escribió sobre el lienzo), que muestra los gajos de una sandía fresca y tentadora, lista para ser devorada, casi como un manifiesto de su actitud pese a todo. «Esa obra marca un poco la línea de esa exposición que es de resiliencia, de seguir adelante y de valorar la vida», concluye la directora artística.
Creada por Acciona Cultura bajo la dirección curatorial de Roxana Velásquez y Deidré Guevara, la exposición inmersiva «Vida y obra de Frida Kahlo» abre al público el próximo 20 de enero en el Centro Convenciones de Buenos Aires (CEC), Avenida Figueroa Alcorta 2099, al lado de la Facultad de Derecho. Entradas a la venta en la web www.fridaexpoar.com.
Fuente: Mercedes Ezquiaga, Télam.