Las huellas de la inmigración hispánica se respiran en casi todos los rincones de Buenos Aires. Sin embargo, hay un edificio perteneciente a la colectividad que se destaca: el Club Español, sede de la asociación civil de españoles en el exterior más antigua del mundo. Se trata de un pequeño palacio que brilla por su cúpula y una serie de detalles originales de principios de siglo: balcones, estucos, marouflages, cerámicas y bronces, junto a una reproducción de la Alhambra, una biblioteca y una pinacoteca de valiosas obras de arte.
La construcción está ubicada en lo que era la calle Buen Orden, hoy Bernardo de Irigoyen, 172/78, a metros del cruce entre la Avenida 9 de Julio con la españolísima Avenida de Mayo, en el barrio de Monserrat. A diferencia de otros inmuebles centenarios nacidos de la mano de la inmigración europea en Buenos Aires, como el Union Operai, este edificio permanece en un buen estado general de preservación. Suele ser conocido por la gente gracias a su restaurante de comidas típicas, el Palacio Español, que funcionaba en el entrepiso hasta que comenzó la pandemia. Hoy, sigue siendo el lugar de reunión de unos 180 socios, al tiempo que abre sus puertas al público para eventos especiales, como La Noche de los Museos.
La historia de la institución se remonta a 1852, cuando nace con el nombre de Sala Española de Comercio, para pasar después a llamarse Casino Español y, luego, Club Español. “A través de los años nunca dejó de ser conocido con este último nombre. Tenemos datos fehacientes del Archivo General de la Nación”, refiere Juan Carlos Sánchez, gerente de la entidad, durante una recorrida con LA NACION por el edificio. Luego de obtener la personería jurídica, en 1908 compraron dos lotes destinados a construir un petit palais al estilo de los franceses,agregó.La obra, a cargo del holandés Enrique Folkers, duró 28 meses y fue inaugurada oficialmente en 1912. La asociación llamó a un concurso internacional para su realización y el ganador resultó Folkers; fue un caso particular, ya que por lo general eran otros arquitectos –entre ellos, Julián García Núñez– los encargados de las construcciones solicitadas por la colectividad.
“El Club Español representa una gran obra de arte para la ciudad de Buenos Aires”, remarca Jorge Beramendi, de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay. Para su construcción no se escatimaron recursos. Según explica el experto en patrimonio, el edificio posee una fachada de cuatro niveles que es asimétrica: la primera planta con arcos rebajados, floridos en oro; un segundo nivel, en contraste con el primero, con tres arcos en herradura típicos de la cultura visigódica; un tercer nivel de ventanas repartidas en rectas y un cuarto nivel que vuelve a los arcos rebajados de la planta baja.
A lo largo de su historia, el edificio no fue ajeno a los robos de bronces de las fachadas. En 2003, desapareció la balaustrada hecha con 250 kilos de ese metal. La pieza fue reemplazada por otra similar, pero de otro material.
Desde la vereda es posible observar su cúpula de cobre resplandeciente, ubicada a un costado, rematada por una escultura de un genio alado, obra de Torcuato Tasso y Nadal. ¿Pero cuál es el estilo del conjunto? Una suma de elementos del art nouveau, del modernismo catalán, con detalles de corrientes austríacas y alemanas. Toda una mezcla de conceptos, a lo que se suma el hecho de que su creador fue un holandés en Buenos Aires.
Para ingresar es necesario hacerlo por la impactante escalera de honor. “Está fabricada con mármol de Carrara, del norte de Italia y del norte de España. El balaustre, desde abajo hacia arriba, fue cincelado y montado aquí mismo”, describe Sánchez. A lo largo de la historia, por allí transitaron importantes personajes. Las placas de bronce dan cuenta de esas visitas y de los reconocimientos a su valor patrimonial: el Club Español es Monumento Histórico Nacional y la Legislatura porteño lo declaró Sitio de Interés Cultural.
En las cuatro plantas se distribuyen cinco salones, decorados con estucos, mármoles, bronces y enormes arañas. En el primer piso se encuentra una gran sala de estilo imperial y en el último, la biblioteca, con más de 20.000 volúmenes, ubicados en estanterías en roble tallado. Junto a ella hay una pinacoteca que ostenta obras tales como Marina, de Joaquín Sorolla; Los Saltimbanquis, de José Moreno Carbonero; Locura de Amor, de Francisco Pradilla, y otros cuadros de artistas del siglo XIX.
No hay que perderse el Salón Alhambra del subsuelo, que antes eran los salones de baño, una reproducción de sectores del complejo real de Granada, obra del arquitecto español Francisco Villar. Tiene 18 marouflages, la antigua técnica de pegar lienzos contra la pared. Son originales de Léonie Matthis, esposa de Villar, autora de la célebre serie Historia de la Patria a través de la Plaza de Mayo.
Los ascensores
Otro de los detalles que llaman la atención es que el edificio posee dos ascensores de época en perfecto estado. Según las crónicas, el 27 de mayo de 1910, durante el acto en homenaje al Centenario que organizó el club, asistió la infanta Doña Isabel de Borbón, quien obsequió los tres ascensores, dos de los cuales se mantienen funcionando. El tercero se donó al Poder Ejecutivo Nacional y hoy se utiliza en la Casa Rosada para acceder al despacho del Presidente.
Entre los visitantes ilustres se pueden también mencionar a los reyes de España Juan Carlos y Sofía, en 1985, y a los expresidentes Felipe González y José María Aznar. Algunos de los intelectuales y artistas que pasaron por los salones son Ramón Menéndez Pidal, Paul Groussac, Federico García Lorca, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, y Albert Einstein, entre otros.
Fuente: La Nación