Todos los días, Jorge Luis Borges se tomaba el subte hasta la estación Moreno y después caminaba cuatro cuadras hasta su lugar de trabajo en la calle México 564, la sede de la entonces Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Esto sucedió hasta 1967, año en que se mudó más cerca del edificio en el que trabajó como director entre 1955 y 1973. Ya casi no veía, apenas unas sombras, pero recorría ese edificio, aun con sus escaleras, con total seguridad.
De allí salió la referencia que aparece, entre muchas otras a lo largo de su obra, en el cuento «El libro de arena», que da título al libro de 1975: «Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder El libro de arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta».
Esta imagen es, dentro de la ficción fantástica, real. La escalera curva existe, está «a mano derecha del vestíbulo», y efectivamente «se hunde en el sótano». Son muchas las referencias a este espacio que recorrió el escritor durante 18 años. Tantas que existe un proyecto para que este lugar, que forma parte del patrimonio nacional, sea un centro cultural dedicado a Borges, moderno y de proyección internacional.
«Si en algún lugar habita Borges en la Argentina, es aquí, dentro de este edificio que fue la Biblioteca Nacional antes de su traspaso a la calle Agüero», dice Germán Álvarez, que tiene un conocimiento casi tan infinito como «El libro de arena» sobre el universo del escritor, considerado a nivel mundial uno de los más brillantes del siglo XX.
Por dentro
Hoy desmantelado como biblioteca, pero en pie, el edificio de la calle México contiene a institutos de danza y de música. Inaugurado en 1901, de estilo neoclásico, es imponente no solo por su techo de triple altura. En lo que fue la sala de lectura está intacta su boiserie donde ya no hay libros, que clama por volver a sostenerlos. En ella se hace referencia a la ciencia, el derecho, las letras y la filosofía como bases del conocimiento universal. Su cúpula espera volver a encontrarse con el vitraux que representa la constelación del sur, hoy celosamente guardado. También están las estatuas alegóricas, los bronces y los símbolos.
«Se trata de un edificio ecléctico. Por fuera es neoclásico y por dentro, barroco, recargado», explica Álvarez. En el hall de recepción, la gran escalera de bronce lleva al escritorio que ocupó Borges. Antes fue del escritor francés nacido en Toulouse Paul Groussac, director de la Biblioteca durante 45 años, a partir de 1885, quien por esas cosas del destino también era ciego.
Luce prácticamente intacto el lugar donde Borges pasó tantas horas de su vida. Allí ocupaba su escritorio semicircular, que hoy está en la actual Biblioteca Nacional pero sería «repatriado».
Sus paredes tienen el mismo empapelado decorativo verde seco de 1930, aquel que intuyó el escritor durante 18 años, y la misma chimenea donde, según relataron sus amigos, solía estrellar los vasos tras el brindis durante el festejo de sus cumpleaños, todos los 24 de agosto. La centenaria chimenea es testigo del buen humor de Borges, una cualidad ponderada por su entorno más cercano, pero también por quienes trabajaban con él.
«Cada vez que muere alguien uno piensa, no me hubiera costado nada ser más bueno. Y sin embargo no lo he sido. He insistido en tener razón, lo cual es una mezquindad. Discutir… uno debe tratar de no tener razón en las discusiones, es una descortesía y una crueldad además, tener razón», dijo el escritor en una entrevista con Joaquín Soler Serrano para la televisión española en 1980. No puede evitarse una sonrisa, algo que Borges sabía provocar.
En manos de la nación, hoy, en el primer piso funciona el Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges, pero el proyecto que está en marcha contempla que todo el edificio esté consagrado a la difusión de la obra del autor, y contenga un centro cultural de vanguardia con proyección internacional.
Con un presupuesto previsto de 90 millones de pesos para 2020, que aún debe ser aprobado por el Congreso, las licitaciones están programadas para el primer trimestre del año que viene. «La restauración y puesta en valor del edificio incluye la instalación de una sala de referencia especializada, una sala de consulta y lo que se ha denominado espacio del escritor, donde se recreará el despacho histórico de Jorge Luis Borges. Además, se pondrá en valor la sala principal de lectura, hoy Sala Williams», explica un vocero de la Secretaría de Cultura de la Nación.
«Está listo el proyecto arquitectónico y licitatorio de la primera etapa, en conjunto con el Ministerio del Interior. Esta primera fase comprende refacciones estructurales como cubiertas (techos), fachadas y solución de ingreso de humedad ascendente y descendente. En una segunda etapa se avanzará sobre el interior. Esto permitirá el desarrollo de todo el proyecto del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges, incluyendo una biblioteca con los volúmenes de la Biblioteca Nacional anotados por Borges, así como la bibliografía completa de y acerca de Borges», informan en la Secretaría.
La asociación de Amigos de la Biblioteca Nacional (ABN), por su parte, se conformó para dar apoyo al proyecto. «El país tiene una deuda con nuestro más grande escritor. Este edificio es el único lugar en la Argentina que conserva la impronta y la memoria de Borges, que lo frecuentó innumerables veces durante su vida como lector, hasta ser nombrado director», dice María Noel, integrante de la Asociación.
«Nuestro anhelo es apoyar el proyecto de renovar el edificio para establecer allí un moderno centro cultural que evoque la figura de Borges, sin por eso limitarse a él. La idea es hacer un espacio dinámico, que ponga en relación diferentes campos de la cultura», agrega. Se refiere también a la necesidad de «la adquisición, conservación y exhibición de materiales relativos a su vida y obra», y a la posibilidad de que tanto empresas y donantes nacionales como internacionales también colaboren con este proyecto. Por su parte, propone que exista una «semana de Borges» con múltiples actividades.
La sala principal, que era la antigua sala de lectura, con sus ornamentos, alegorías, sus referencias a los directores de la biblioteca y también a los grandes escritores y pensadores nacionales e internacionales, tiene hoy sus estantes vacíos. Sus volúmenes, claro, se mudaron a la biblioteca actual, proyectada por Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga.
Poblar los estantes
Sin embargo, no permanecerán vacíos por mucho tiempo. En septiembre de 2017, un grupo de donantes invirtió 400.000 dólares para rescatar la biblioteca de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Se trata de 17.000 ejemplares que permanecieron ocultos durante casi dos décadas, en 10 lotes de 33 cajas cada uno. Las bibliotecas personales cuentan, a través de sus libros, las historias de sus dueños, sus gustos, su ADN cultural, y mucho más cuando son libros leídos y releídos, subrayados y guardados celosamente. Si somos lo que leemos, esta biblioteca habla de quiénes eran Bioy y Ocampo, pero también de quién era Borges, ya que algunos ejemplares le pertenecían.
El destino de esta donación es, precisamente, este espacio de la calle México. Con este fin, los especialistas de la Biblioteca -dirigidos por Laura Rosato y Germán Álvarez- están limpiando los ejemplares y haciendo un catálogo. Ellos también hicieron un minucioso trabajo con libros en los que las anotaciones de Borges son «marquitas imperceptibles dejadas en un mar de páginas de textos muy heterogéneos», como dijo Beatriz Sarlo en el prólogo de una recopilación de estos textos, curados por Rosato y Álvarez.
La Biblioteca Pública de Buenos Aires fue creada en 1810 por Mariano Moreno y funcionaba en el Cabildo. Hasta entonces, no había acceso público a los libros, que eran privados o de la Iglesia. La Primera Junta se propuso ampliar el acceso a los libros, la educación y la cultura, para fundar los cimientos de una Argentina ilustrada.
En 1823, la Biblioteca pasó a la Manzana de las Luces y en 1901 se trasladó al edificio de la calle México, después de un tironeo entre el presidente, Julio Argentino Roca, y Groussac, su entonces director.
Roca le había encargado al arquitecto italiano Carlos Morra un edificio para la Lotería Nacional, pero Groussac, cuenta la leyenda, le envió una carta en la que le decía que si la Argentina tenía un espacio reducido para su biblioteca y un edificio monumental para la lotería, no tenía destino. Así fue como este edificio pasó a ser la Biblioteca Nacional, con toda su ornamentación ad hoc, aunque conserva todavía algunos detalles que hacen referencia al azar.
Fue inaugurada como Biblioteca Nacional Mariano Moreno en 1901 con tecnología de punta para ese momento: iluminación eléctrica, teléfono, calefacción y el segundo ascensor del país, marca Otis.
«El período de Borges frente a la Biblioteca coincidió con la proyección internacional de su figura. Su fama personal legó a la Biblioteca un aura mística que continúa hasta nuestros días», señala Álvarez.
Fuente: Paula Urien, La Nación.