Se vende el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Con todas sus obras dentro. Está el cartel ahí en la fachada que lo anuncia. También hay una casilla precaria en proceso de construcción, ladrillo a la vista y cemento, a la que se accede por una escalera de albañilería. Baldes, pinceles, restos de cal, justo al lado de la entrada del coqueto edificio de la Avenida Figueroa Alcorta.
Es un segundo de shock. Un sacudón. Surgen los teléfonos de quienes pasan, las fotos. Entrar a Twitter para compartir esto es un acto reflejo. Al rato llega el sentido común, propio o ajeno, y se cae a la realidad. No sería la mejor estrategia inmobiliaria poner ese cartel así, ahí. No tiene correlación con la magnitud del suceso. Tampoco nadie podría llegar a construir una casilla en esta zona porteña tan custodiada. Y cae la ficha. Son dos obras. Una disrupción en el cotidiano.
El cartel de la venta del Malba. Es una obra de Leandro Erlich.
La marca de estilo de Leandro Erlich es interrumpir lo evidente. Hacer ver lo que ya no se mira. Y así empieza Liminal, la muestra que estará en el museo de arte latinoamericano MALBA entre el viernes 5 y el 27 de octubre. El cartel fue pensado especialmente, creado para la ocasión. Y la casilla es Invisible Billboard (2019), una recreación de una obra similar que estuvo en Nueva Orleans y Japón. “Por supuesto que hay una provocación, también humor y un engaño que dura poco. Ese un micro estado de confusión plantea algo que nos puede, potencialmente, hacer ver una realidad”, explica Erlich mientras termina de revisar que todo esté donde debe, poco antes de la apertura de la exposición.
En construcción. Leandro Erlich hace unos días, en pleno montaje. / Constanza Niscovolos
El resto de la muestra sigue de ahí para arriba. “Ver una realidad que no es tal, una realidad potencial que pone en jaque la premisa de aquello que damos por cierto. Como una manera de sacudir. Porque el engaña dura poco. El ejercicio interesante es encontrarse con algo que nos ponga en cierto estado de alerta y que, desde mi punto de vista, activa el sentido crítico”, dice el artista argentino.
Arriba y abajo de la pileta. Un hit de Leandro Erlich, que representó al país en la Bienal de Venecia en 2001. / Cortesía Malba
Ya dentro del museo, entre el segundo piso y el primero, se desparraman, como cuentos que componen un libro, el resto de las 21 instalaciones y obras. Curada por el estadounidense Dan Cameron, esta es la primera exposición antológica de Leandro Erlich en todo el continente americano. El paseo es divertido, estimulante. Todo es fácil de ver. Casi parece un juego, absolutamente alejado del prejuicio de lo que se supone habría en un museo. Pero hay algo más. Algo que pica. Un escozor.
Aquel día. Cuando Erlich le «cortó» la cabeza al Obelisco./ DYN
Tal vez muchos recuerdan a Erlich por el revuelo que generó en 2015 cuando la ciudad de Buenos Aires amaneció con el Obelisco sin punta. Hubo cierto pánico colectivo. El faltante estaba en el MALBA, y entonces se develó el secreto.
Este maestro del artificio visual puso un cubo que imitaba el material para engañar al ojo y generar la ilusión de que el monumento había perdido su cabeza. La parte » perdida» que apareció más tarde era solo una réplica.
Como postre, al final del recorrido, está el hit. En 1999, a los 26 años, Leandro Erlich creó su obra La pileta, un delirio hermoso y aterrador gracias al que integró, en 2001, el envío argentino a la Bienal de Venecia. Y sorprendió al mundo. Desde hace años está instalada de manera permanente en un museo de Japón. Quien se asoma al borde puede tocar el agua, pero abajo ve gente seca, en un mundo subacuático. Y esa gente ve un cielo líquido distorsionado.
Como un fantasma. Un reflejo del público en un pupitre. / Guillermo Rodriguez Adami
Una nueva versión de la obra se exhibe en la Argentina por primera vez en Liminal. Y el truco-juego es así: la pileta, vacía por dentro, tiene cerca de la superficie una placa transparente con una capa de agua en movimiento. Abajo, al costado, hay una puerta secreta por la que se puede ingresar y ver el techo acuoso. O dejarse ver por quienes se queden afuera, que tendrán la ilusión de que hay gente bajo el agua.
“Hay infinidad de cosas que requieren de cierta tensión. Está lo social, lo político, las relaciones humanas, las ciudades. Necesitan un cuestionamiento. Me interesa crear desde el arte una contraposición a la alienación con la que transitamos la vida entre el trabajo, la casa, las vacaciones, la escuela. Se arma un formato en el cual se produce un acostumbramiento a las cosas que adormece el sentido crítico: se deja de mirar, y de pensar, lamentablemente”, reflexiona.
Que la gente pueda detenerse, que algo le llame la atención y la cuestione. Esa es la intención de Erlich. La sorpresa, un sacudón, y el llamado a mirar lo que se da por hecho. La irrupción en el sopor diario para ver una realidad. Esa es de alguna forma la propuesta de su trabajo, que no se suaviza o aplaca solo por estar dentro de un museo.
Después de la fachada y la explanada, se sigue por el segundo piso. Hay instalaciones y obras de gran formato, como La vista (1997) o Vecinos (1996), donde se puede espiar a través de una ventana y una mirilla. Un reflejo por el cual el público se proyecta a los pupitres de El Aula (2017) los hace parecer fantasmas en clase. Está elSalón de belleza (2017) para sentarse en un juego de espejos que reflejan las brochas y tijeras y la cara del espectador, con cierta nostalgia de siglo XX. Cada propuesta es única, tan divertida como incómoda, y el conjunto va armando un universo que se sostiene en el límite de lo real y la ilusión óptica fugaz.
Salón de belleza. Con cierta nostalgia del siglo XX. / Guillermo Rodriguez Adami
“Detrás del truco, que es el comienzo o la puerta de entrada, comienza la obra. La lectura empieza cuando la ilusión termina”, reflexiona Erlich. Porque su muestra no se mira. Es un lugar que se habita. “La experiencia se completa al ver interactuar a los demás. No es solo el espectador con las instalaciones, sino también con los otros que están ahí. La obra es un escenario y la gente articula su vivencia individual con la colectiva. No necesariamente interactúan con quienes fueron o conocen, se transforman en testigos de lo que les pasa a los otros”, cuenta.
Erlich no va a enojarse porque se devele la ilusión que hay en sus obras, no es mago, es un artista, y tiene un plan. Dice: “Hay un guión perdido en el espacio. Es una historia que la gente va a tener la capacidad de hallar en forma espontánea como si fuera un verdadero descubrimiento, cuando en realidad todo fue premeditado. La sorpresa es una herramienta, pero no es el fin de la obra”.
Cuándo, cómo, dónde
Dónde: Museo Malba, Avenida Figueroa Alcorta 3415.
Cuándo: Del 5 de julio al 27 de octubre de 2019. La muestra estará abierta en la vacaciones de invierno.
Horarios: Jueves a lunes: 12:00 a 20:00. Miércoles: 12:00 a 21:00. Martes: cerrado. Feriados: Abierto de 12:00 a 20:00,
Entrada: General, $200; Estudiantes, docentes y jubilados, con carnet, $100. Miércoles gratis para estudiantes, docentes y jubilados.
Fuente: Clarín