Se trata de una exposición de Catalina León, «Pintora de fin de semana», que se apodera de la sala principal con un despliegue lúdico y colorido, que a su vez marca un contrapunto con el clima intimista, sobrio y surrealista de las muestras «La monarca», de Mildred Burton y «La gracia extrañada» de Aída Carballo, en la sala 2.
Una hamaca en la que es posible columpiarse, con hojitas adosadas a las cadenas que se mecen con la brisa, obras que contienen caramelos ½ hora que se pueden tomar y saborear, una especie de pérgola cubierta de pinturas de donde se pueden elegir hojas que una vez abierta revelan frases para el que lee, una suerte de I Ching: estas son algunas de las obras que se exhiben en la muestra de la artista Catalina León, una invitación al disfrute con el que busca transmitir su proceso creativo a la hora de sentarse frente al caballete.
«Mi acercamiento a la hora de pintar se volvió cada vez más lúdico, más de celebración, de dejarme llevar por la pintura y sorprenderme. Es sobre todo una muestra sobre el deseo, el amor por la pintura y el goce de esa experiencia. Y de habitar el tiempo, no de una manera productivista como propone la sociedad neoliberal. Por eso se llama ‘pintora de fin de semana’, por la calidad de tiempo desde la cual se gestaron las piezas sin dejar de lado que para mi es muy importante que cada vez haya más profesionalización en el mundo del arte», explica a Télam la artista Catalina León, con una trayectoria acostumbrada a armar instalaciones, a partir de sus pinturas y otros elementos, para ser habitados por el público.
De este modo, la sala principal de la galería porteña despliega un ecosistema artístico lúdico y visual, como un refugio, totalmente plagado de pinturas que León realizó a lo largo de los últimos nueve años: hay obras en las paredes, algunas cuelgan del cielo raso, otras están extendidas sobre largas mesas y un círculo en su interior invita a adentrarse o fotografiarse en esta particular manera, otras forman parte de una instalación que hace las veces de fuente con flores y manchas dibujadas y algunas otras están apiladas unas sobre otras contra la pared, como en un laborioso taller.
«Creo que la muestra se fue gestando de a poco, simplemente las pinturas fueron acompañando procesos de mi vida, de mi cotidianidad, no las hice con una particular intención. Yo hago muchas cosas aparte de dedicarme a ser artista visual y creo que ese transitar por distintos mundos hace que mi acercamiento a la hora de pintar sea cada vez más lúdico, más de celebración», añade León, quien asegura que su trabajo está cada vez más atravesado por la música latinoamericana, «especialmente la salsa y la cumbia».
Muy cerca de la hamaca amarilla, que se ubica en el corazón de la sala, se encuentra esta pérgola -con una estética que se debate entre la jardinería y lo selvático, hay romero y otros yuyos en el ingreso- de donde cuelgan 64 frases, subrayados que León hizo en el I Ching – un libro sapiencial de la antigua china- y que, aguardan a ser llevados cual galletas de la fortuna.
En lo estrictamente descriptivo, la muestra reúne entonces pinturas y bordados, pero también invita a «mecernos entre el pasado y el futuro, entre criaturas, agujeros, cantos, sudores, flores, líneas, plumas, fuentes, sombras, velos, tierra, belleza, soles, miedos, tristezas, amor, alegría, temblores, órbitas, aburrimiento, dolor: fuerza. En este presente nada, nada, nada queda afuera. Nos habilita el derecho a perdernos, a dejarnos llevar por la pintura que muchas veces parece emanarse a sí misma», escribió su colega, la artista Juliana Iriart en el texto que da la bienvenida a la sala.
Junto a este escrito se ubican las palabras en primera persona que la artista escribió de puño y letra sobre la pared del espacio: «Pertenezco al grupo de personas que gustan de los oráculos y las sincronicidades. No les atribuyo la capacidad de predecir el futuro. Lo que me gusta es cuando azarosamente entran en escena y cuelan sobre mis planes alguna pregunta. Lo que me gusta es andar por ahí con la sensación de que súbitamente podría entrar en complicidad con un árbol, una canción que suena desde un taxi o una baldosa floja. La pintura sabe de esto», enuncia.
León (Buenos Aires, 1981) participó en los inicios de su carrera de la Beca Kuitca, ganó el desaparecido premio arteBA-Petrobras en 2007 con su trabajo «Patio o Pintura para Piso y Plantas» y en 2010 fue una de las fundadoras de Vergel, la ONG que dirige dedicada a entrelazar arte, salud y educación. «Pintando en el Hospital» es el principal programa de la asociación, funciona desde el 2010 en el Hospital de niños Dr. R. Gutiérrez, donde ofrece clases de arte personalizadas a los niños y adolescentes internados.
Al parecer, nadie se quiso perder la inauguración para prensa e invitados de la muestra, a la que asistieron las escritoras Mariana Enriquez y Maria Gainza, Diana Wechsler y Marlise Jozami (de Bienalsur), el ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro, la directora de Proa, Adriana Rosenberg y el vicepresidente de arteBA Eduardo Mallea, entre muchos otros.
«Pintora de fin de semana» marca la inauguración de la temporada 2023 de la galería Ruth Benzacar, que se despliega en la sala 1 y constituye además un inesperado diálogo, un absoluto contrapunto, con el contexto de intimidad, histórico, de paredes oscuras, de predominio del blanco y negro que sucede en la sala 2, donde se pueden ver las breves pero potentes muestras «La monarca», de Mildred Burton (1942-2008) y «La gracia extrañada» de Aída Carballo (1916-1985).
«Las dos bombas que me acompañan», exclamó sonriente Catalina León, al dar comienzo formal al recorrido por la muestra, junto a la directora de la galería Orly Benzacar, quien contó la génesis de cómo, de manera intuitiva, decidió unir en un mismo espacio a las dos artistas surrealistas, con la idea de buscar los puntos de contacto entre ambas, algo que no había sucedido antes.
Y durante la producción de la muestra de la sala 2, que incluye doce obras de Mildred Burton y 14 de Aída Carballo -acervos que han sido prestados ya que no pertenecen a la galería- apareció la confirmación, una frase escrita por Burton haciendo referencia a su colega: «Mi mundo tiene contactos tangenciales con el de Aída Carballo, que fue una de las artistas que me apuntaló cuando yo empezaba. Ella me largó al ruedo. Con Aída tuve una relación muy especial; me protegió y yo tenía la sensación de que me quería salvar de algo», dijo alguna vez Burton, nacida en Paraná.
«El despampanante paisaje entrerriano con sus leyendas macabras -las iguanas y el Curupí, los escarabajos y la luz mala -escribe Maria Gainza en el magistral texto que acompaña la muestra- reptaron y germinaron en la fértil imaginación de Mildred». Se incluye en el recorrido una entrevista a la artista de principios de los 2000, filmada por Analía Couceyro y Albertina Carri, donde la entrevistada cuenta por ejemplo que su padre quería volar atado a pollos, o que su hijo domaba yacarés con la mirada. «Los hechos que ella relata lindan lo increíble», añade Gainza y reflexiona: «No era una exagerada ni una mentirosa, era una artista que había perfeccionado un método de evasión que funcionaba las 24 horas del día».
Ese mismo cuadernillo, disponible en el ingreso a la sala, alberga en el final otra vez la literatura de Gainza, autora de «El nervio óptico», donde se refiere en clave personal a la obra de Aída Carballo, la grabadora, dibujante, pintora surrealista, ilustradora y creadora de escenarios que se debaten entre el ensueño y la realidad.
Las muestras se pueden visitar hasta el 6 de mayo, en Ruth Benzacar Galería de Arte, Juan Ramírez de Velasco 1287, en el barrio porteño de Villa Crespo, de martes a sábados de 14 a 19, con entrada gratuita.
Fuente: Mercedes Ezquiaga, Télam.