Frente al lago Nahuel Huapi, la casa está rodeada por un enorme cipresal y un jardín con rosales que fueron plantados por Rosa Frey y sus [email protected]
Desde 1916, Los Cipreses es una propiedad emblemática que se define junto al lago Nahuel Huapi, un hito de la arquitectura barilochense con su distinguida silueta de dos pisos. Cerrada por años, acaba de reabrir –el 16 de noviembre– sin que, en apariencia, nada parecería haber cambiado en su estructura original. Tal como se la construyó y se la identifica a simple vista, toda ella de madera de ciprés, así perdura, ahora renacida tras un largo sueño de décadas, apenas interrumpido por la respetuosa presencia de cierto naturalista y su familia.
La casa abarca 250 m2, una superficie repartida en diferentes ámbitos que capturan los paisajes de lago, montañas y bosques patagónicos. En este escénico enclave habitó un personaje respetadísimo por la comunidad barilochense, junto con su mujer y dos hijas: fue nada menos que el hogar de Emilio Frey –primer intendente del Parque Nacional Nahuel Huapi– y que hoy se muestra al mundo como flamante espacio a la medida de Patagonia, marca internacional de indumentaria de outdoor.
El trabajo de restauración llevado a cabo muestra el respeto que se tuvo por cada detalle. Toda la carpintería es idéntica a la que alguna vez signó los días de sus primeros habitantes. Los pisos se repararon con la madera original. Para ello, se encaró un trabajo realizado por virtuosos artesanos que se dedicaron a reeditar puntillosamente cada rincón del pasado.
“Todo lo que se pudo recuperar, se preservó con las mismas técnicas de esa época; excepto los baños, que volaron porque databan de los 80, ya habían sido modificados y no rimaban con el resto de la casa”, explica María Noguera, manager de Retail Marketing de Patagonia. Con gran trayectoria en diseño de locales en Latinoamérica, asegura sin dudar que éste es “el proyecto más lindo” de su vida. Al frente de esta ambiciosa recomposición estuvo también Lucía Coronel, líder del proyecto Casa Frey, quien coordinó cada detalle e hizo posible la reapertura.
Los demás espacios, antes segmentados, ahora se vinculan en continuado de manera que local, museo y showroom conforman una unidad donde los objetos del pasado que la casa resguardaba se exponen como piezas de museo. El objetivo fue lograr un equilibrado mix entre los muebles originales y los de la actual empresa propietaria. Buena parte de la historia del lugar se aprecia en la galería de imágenes de época, producto de una búsqueda compartida por el fotógrafo Florian von Der Fecht y el historiador y cronista Juan Pablo Baliña, con material que la familia donó al museo.
MÁS ALLÁ DE LA CASA
Alineados con la misma filosofía integradora, están los cambios que trascienden los límites de la casa original, donde los exteriores pasaron por una revitalizadora puesta al día. El tanque australiano, por ejemplo, es hoy reservorio. Una jardinera paisajista (María Gangler) se focalizó en la recuperación del jardín, donde se lucen rododendros y peonías.
Capítulo aparte merece el vasto reino de las rosas, del que se hizo un detallado relevamiento según consta en un catálogo del que es responsable Rafael Maino, una eminencia barilochense en la materia. Este inventario se basó en el grandioso rosedal que supo cuidar y engrandecer Rosa Schumacher –la mujer de Frey– únicamente con especies antiguas; de los viajes que hizo, siempre volvía con las semillas de alguna variedad pretérita, hábito que su hija Hedy perpetuó. Con el paso de los años, hubo especies que hibridaron y ya son barilochenses. Un entusiasta Pablo Collm –Anca para los íntimos– es quien atiende los aspectos exteriores de la propiedad. “La etapa 1 implicó ordenar el rosedal; ahora, en plena etapa 2, se aborda la identificación de las especies nativas: arrayán, coihue, radal, maitén, maqui, michay, etcétera”, puntualiza Anca.
Queda para abordar la puesta a punto del cipresal, de 13.000 m2, que se extiende más allá de las áreas ajardinadas en esta magnífica propiedad de 18.000 m2. Cuando esto suceda, las visitas podrán recorrer los espacios al aire libre que concluyen en el monte de los cipreses centenarios.
Con todos los cambios, la refundada Casa Frey ya está lista para recibir un nuevo público. De todas maneras, su apertura no implica un final de obra. Además del local, el otro hito es el taller de reparación conocido como Worn Wear, donde se repararán prendas de la marca Patagonia sin costo. El mismo se montó sobre un viejo puesto que se encontraba al lado de la casa y fue restaurado por los hermanos Joaquín y Javier Delfino, utilizando troncos de árboles caídos. El nuevo proyecto contará con el primer taller del país dedicado en exclusiva a waders, indumentaria fundamental para cualquier cultor del fly fishing y estará equipado con una máquina específica traída de Japón.
GARRA DE PIONERO
Emilio Frey nació en febrero de 1872, en Baradero, provincia de Buenos Aires. Hijo de un suizo inmigrante y de una madre criolla, Bernabela Borda, el pequeño Frey creció a orillas del poderoso río Paraná, que tanto admiraba; hasta que le llegó la hora de abordar una carrera terciaria y, a instancias de su padre, partió hacia Suiza, a la casa del abuelo Rudolph. Allí se recibió de ingeniero y luego volvió al pago que lo vio nacer. Frey trabajó en el Museo de La Plata; asistió al gobierno nacional en la disputa limítrofe argentino-chilena e, incansable, fue de un lado a otro en las incursiones fronterizas; en ese entonces lideraba un equipo chico de exploradores en un territorio todavía virgen, y puso toda su energía en el trabajo compartido con el perito Moreno quien, a su vez, sentía mucho respeto por él.
Este ingeniero resultó ser una figura clave en la consolidación de los dominios protegidos del futuro PN Nahuel Huapi y sus alrededores. Desde la Dirección de Tierras y Colonias (1917-1924), con jurisdicción sobre el Territorio del Río Negro y la región adyacente al lago Nahuel Huapi en el Territorio del Neuquén, Frey se permitió participar en numerosas iniciativas en pro del desarrollo de Bariloche. Fue el primer intendente del PN Nahuel Huapi, cargo que desempeñó durante 23 años. Y como cofundador del Club Andino Bariloche –13 de agosto de 1931–, se convirtió en un referente esencial en lo que a montañismo concierne, con el valor agregado del conocimiento de la región desde su importancia geopolítica (en tanto que frontera internacional) hasta su alto potencial turístico. Así también supo verlo Francisco Pascasio Moreno, otro visionario que no dudó en ceder las tierras de lo que hoy es el mencionado parque nacional.
LA VIE EN ROSE
En 1913, don Emilio se casó con Rosa Schumacher, una suiza oriunda de Illnau, de la región de Winterthur, que había llegado a Bariloche pocos años antes. Los había presentado el pionero Primo Capraro, un constructor de reconocida trayectoria que supo tomar buenas ideas de sus viajes por Suiza y Alemania; en él recayó, justamente, la construcción del nido soñado por los Frey-Schumacher: una casa de dos plantas a orillas del Nahuel Huapi. Luego de varios años que demandó la obra, la casa se hizo realidad en 1916 sobre un terreno de 18.000 m2 y se la bautizó Los Cipreses. Los cimientos que van alrededor de la construcción se hicieron de piedra; el resto, es pura madera.
Cuando el matrimonio se instaló en su flamante propiedad, en Bariloche había 200 casas. Emilio y Rosa compartieron una vida plena, muy fructífera. Ella fue una compañera inseparable de su marido; hicieron muchos viajes de trabajo, dormían en carpa y tan felices, en sintonía con el medio ambiente y siempre unidos por el mismo espíritu de libertad. De esta armónica unión nacieron las niñas Hedy y Dolly, y la “Casa Frey” se convirtió en un punto de encuentro de numerosos amigos.
Rosa era una apasionada de la flor homónima. Se entregó a su perfección suprema, la cuidó y multiplicó, y fue tan impactante su rosedal que en Bariloche la llamaban “la rosa del Nahuel Huapi”. Su marido, por su parte, también hurgaba en la tierra para cultivar un frutillar ubérrimo que sólo prodigó alegrías a la familia cada verano.
RADIOGRAFÍA DE LA CASA ORIGINAL
El naturalista Edward Shaw y su familia fueron los afortunados inquilinos de Los Cipreses durante tres largas décadas, a partir de mayo de 1992; Ed todavía recuerda, conmovido, el pedido de Hedy Neumeyer, una de las hijas del matrimonio Frey-Schumacher: “por favor, les pido que cuiden la casa”.
La casa tenía una entrada con dos puertas a las que se accedía por un porche, donde había un banco de madera verde y una caja fuerte que, según el naturalista, fue de las primeras en llegar a San Carlos de Bariloche. Una vez traspasado el umbral, se abría un hall con una parte angosta que vinculaba con la cocina, el baño de la planta baja y un cuarto pequeño que la familia Shaw utilizaba para guardar botas, herramientas de jardinería y artículos de limpieza, además de un perchero grande para colgar las camperas, etcétera. Ese pasillo estaba sobre el lado derecho; en el lado opuesto, había una “exquisita escalera de madera con riel” (ilustra Shaw), con escalones antiguos y de escala perfecta que permitían subir con confianza.
Desde la puerta de la derecha se accedía al living comedor; un bello espacio con un mueble en el fondo, construido por Runge, renombrado ebanista. Al lado, se destacaba la presencia de una “fabulosa salamandra” de hierro fundido, muy ornamentada; en la parte superior tenía un lugar para poder poner líquidos con sustancias aromáticas. Pero, lamentablemente, los Shaw nunca la usaron ya que la chimenea no estaba en condiciones. “Durante todos los años que vivimos allí, tuvimos un piano –que era nuestro– con el que nuestros hijos aprendieron a tocarlo. Era un espacio inspirador, con mucha luz y con vista al lago y al magnífico coihue al fondo del jardín”.
El living comedor tenía calefactor; este conectaba con la amplia cocina, desde donde se abrían tres puertas más: una iba al hall, otra a una alacena grande donde la familia Shaw guardaba todo lo relacionado a la comida y equipos para cocinar. La última puerta daba al jardín de atrás, con su alero y la vieja pileta.
En el piso de arriba había dos cuartos amplios que daban al oeste, y entre estos dos, un baño con calefactor. “Nuestro cuarto –aclara Ed– que también miraba hacia el lago, tenía el último calefactor y también un amplio balcón. Enfrente a estos cuartos se accedía a un tercero que fue, sobre todo, el de nuestra hija; había muchos muebles hechos por Runge; a cada lado del cuarto de nuestra hija se abrían dos cuartitos pequeños, uno con kitchenette y otro como una pequeña oficina. Hedy nos había pedido no entrar ni utilizar estos espacios, algo que siempre respetamos. El cuarto de nuestra hija también tenía balcón. Todos los cuartos estaban empapelados con viejos mapas de la National Geographic, algunos del año 1936.”
Y COLORÍN COLORADO…
Ed Shaw asegura que “fue muy fácil sentirse a gusto en esa casa”. Allí vivió y disfrutó de una morada llena de recovecos fantásticos, con Audrey, la madre de sus cuatro descendientes –Julie, Paul, Michael y Samuel– y jardinera sensible, dedicada ella también a embellecer ese espacio exterior que alberga un nutrido rosedal de especies antiguas. “La parte de atrás de la casa es empinada y predominantemente de arbustos y árboles autóctonos. En todos los años que vivimos ahí, nunca nos cansamos de las vistas desde el frente de la casa hacia el lago. Fue uno de los grandes privilegios que tuvimos.”
Hedy (Nelly) y Dolly (Dora) eran las dos hijas del matrimonio Frey-Schumacher. Hedy la tuvo a Beatriz, madre a su vez de Isabel, Pascal y André, últimos descendientes de la estirpe Frey. “Hedy y Dolly, como siempre las conocimos, fueron dos mujeres increíbles y pioneras en varios aspectos de Bariloche y Río Negro”, subraya Ed Shaw. Y añade que: “cuando Beatriz e Isabel vinieron a ordenar todo, su sueño era que el futuro comprador entendiera la joya que pasaría a sus manos. No todos supieron verla, o no se interesaron. Por eso, al enterarme de que Patagonia le había echado el ojo, bailaba en una pata de contento: el legado estaba asegurado. Audrey, mi querida mujer, que se ocupó muchísimo del jardín, y nuestra hija Julie (ahora directora general del Colegio Primo Capraro) y nuestros hijos Paul, Michael y Samuel, también sumaron su alegría.”
La casa fue codiciada por muchos, pero sólo la empresa Patagonia supo ver el valor intrínseco de esa propiedad única. Por fin, sus herederos aceptaron venderla con la condición de que no se alterara su fisonomía. Y Patagonia se comprometió a mantenerla tal cual y preservar lo que para ellos era parte de su vida y su historia. El espíritu de quien supo ser “un ejemplar funcionario público y lírico precursor del conocimiento del suelo patrio”, agradece el gesto desde su morada en el reino celeste.
DATOS ÚTILES
Los Cipresales, Km 1,300 de la Av. Bustillo, San Carlos de Bariloche.
T: 114325-3067.
Horarios de visitas: lunes a domingos de 10 a 21.
Fuente: La Nación