En el medio, Alvear dejó la presidencia, Hipólito Yrigoyen comenzó su segundo mandato y poco tiempo después se producía el primer golpe de Estado de la era democrática, el 6 de septiembre de 1930. Así de paradójico fue el comienzo de la historia de este emblema porteño: el Concejo abría sus puertas como un cascarón vacío y sombrío, ya que la actividad legislativa estaba clausurada.
Seis meses después de su inauguración, en marzo de 1932, los concejales electos por la Ciudad pudieron visitar por primera vez los salones y el recinto con su pasillo semicircular, las suntuosas escaleras, la torre con el reloj y el exótico carrillón, único en Latinoamérica, que reproducía melodías con el tintinear sincronizado de las campanas. El proyecto para el edificio del ex Concejo Deliberante había sido concursado en 1925 y oficialmente el ganador fue el arquitecto Héctor Ayerza. Sin embargo, los investigadores de la historia de la arquitectura porteña encontraron que el verdadero creador de la obra había sido Edouard Le Monnier, un arquitecto francés de renombre, que había diseñado el Yacht Club de Puerto Madero y la Nunciatura de la Av. Alvear, entre muchas otras obras.
«Cuando Le Monnier gana, era muy reconocido como arquitecto, pero ya estaba grande. Ayerza era muy joven en ese momento, se asocian y él termina el proyecto», dice Juan Pablo Vacas, subsecretario de Paisaje Urbano de la Ciudad de Buenos Aires. El seudónimo del proyecto era «Rivadavia» y sobre ese plano, Le Monnier encaró una obra de singulares características. «Es un terreno muy atípico por la diagonal (Pte. Roca), no es muy común en Buenos Aires la planta triangular, pero a pesar de eso es un proyecto muy particular por cómo están armadas las plantas, el salón semicircular. Hay mucha mano, se nota que está la mirada de un arquitecto importante atrás», agrega Vacas.
El Concejo tenía un rol clave en el funcionamiento de la Capital, ya que en esa época -y sería así hasta 1996-, el Intendente era designado por el presidente de la República. Entonces, el órgano legislativo era lo único que podían elegir los porteños. A pesar de ello, el edificio seguía estando «lejos» de la Plaza de Mayo, el centro del poder simbólico de la patria, hacia donde apuntan todos los simbolismos.»Esa es la explicación de la proyección de la torre», advierte Vacas. Sin estar sobre la plaza, el edificio legislativo se convirtió en parte de su paisaje.
Como el edificio estaba «lejos» de la Plaza de Mayo, el centro del poder simbólico de la patria hacia donde apuntan todos los simbolismos, se resalta hacia ahí la proyección de la torre.
«En lugar de estar ubicada en el centro del lote como era lo usual, la torre -que alcanza 95 metros- fue ubicada prácticamente sobre la fachada y es un elemento que brinda jerarquía e identidad dentro de la lectura urbana, y también ofrece un juego de perspectiva interesante cuando se mira el conjunto desde la diagonal», explica Flavia Rinaldi, arquitecta y especialista en conservación patrimonial.
El denominado proyecto Rivadavia fue uno de los últimos edificios de estilo francés que se inauguraron en Buenos Aires,justo antes de que comenzara a expandirse el racionalismo con sus edificios despojados y monumentales. Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, fue la época de oro del academicismo francés y su sistema de espacios, la escala pública, la suma de lo simbólico, los escudos, las representaciones de la República. El ex Correo Argentino (hoy CCK) y el Palacio de Tribunales son dos muestras de esa época. Vacas dice que Le Monnier supo resolver lo programático y simbólico a pesar de las limitaciones de espacio y que ese es su «gran mérito». «Le Monnier tenía mucha mano y además era desprejuiciado», añade.
«Desde el punto de vista arquitectónico, es un edificio simple fuertemente vinculado al neoclasicismo Luis XVI, marcado por una línea de columnas que toman tres niveles cargando de monumentalidad la pieza y un remate», explica Rinaldi. Este remate, que se ve desde la calle, consiste en una importante cornisa sencillamente ornamentada, pero que sostiene 26 estatuas que representan la vida ciudadana. «Esto carga de simbolismo al edificio», dice.
Cuando se inauguró, en 1931, la actividad legislativa estaba suspendida porque el gobierno nacional era dictatorial. Luego, el edificio llegó a ser sede de la Fundación Eva Perón.
Adentro -en tiempos normales-, el traqueteo cotidiano de asesores, legisladores, periodistas pasilleros y empleados transcurre en salones cargados de «masculinidad», describe Vacas. Madera, muebles robustos, cuero: ambientes que en otras épocas aparecían cubiertos de humo y regados de whisky. «Tecnológicamente, era bastante moderno; la escalera doble tiene una claraboya, que es la representación del sol. Era una claraboya móvil y podía dejar la escalera al descubierto», cuenta Vacas.
En 1984, el edificio se completó con la anexión de un inmueble lindero, que originalmente había sido concebido para uso residencial, pero que «armoniza lingüísticamente con el principal, permitiendo una lectura integrada de ambos en una misma unidad», dice Rinaldi. Con la manzana completa, se sumó el «otro gran ambiente que tiene la Legislatura», a decir de Vacas: la biblioteca Esteban Echeverría, que aporta su toque inglés. Entre el pesado mobiliario de roble oscuro, la biblioteca alberga documentos históricos de la fundación de la Ciudad y conserva información clave para investigadores del devenir porteño.
Vacas elige como los toques principales la escalera imperial, el salón dorado con palco de orquesta y la triple altura del recinto, estructuralmente resuelto con columnas que conviven en armonía con el resto del complejo. «Es un edificio con mucha luz, muy bien ventilado. En la terraza hay una pérgola, que es la base de la cúpula, donde se arma una situación urbana muy linda», agrega. En la base hay un ascensor que llega hasta el reloj de la torre, donde se tiene una vista de 360 grados de la Ciudad. «La relación paisajística con la referencia cívica. Le Monnier lo resuelve con un único elemento, y es algo muy destacable», dice Vacas.
La Legislatura de Buenos Aires brilla como una de las últimas joyas de la arquitectura de estilo francés de la ciudad.
La actividad legislativa se mantuvo al ritmo de arranque y freno que determinaba el sinuoso camino democrático de la Argentina. El edificio fue testigo irreductible de esos vaivenes. En 1941, luego de que se destapara el escándalo por las coimas de la Compañía Hispano Americana de Electricidad (CHADE), que buscaba extender sus concesiones hasta el año 2000, el presidente Roberto Marcelino Ortiz resolvió disolver el Concejo Deliberante y el edificio, 10 años después de inaugurado, quedó vacío otra vez. Una «Comisión Interventora de Vecinos» designada por el presidente reemplazó al disuelto órgano deliberativo. Se abría un nuevo período de inestabilidad y disputa sobre el rol de los representantes porteños.
En 1943, un nuevo golpe encabezado por las Fuerzas Armadas depuso al presidente y cerró el Congreso nacional. En la Ciudad, el gobierno de facto disolvió la comisión interventora y directamente asignó las funciones del Concejo Deliberante al Intendente. El Palacio Legislativo quedaba entonces resumido a oficinas del Ejecutivo, que fueron ocupadas por la secretaría de Trabajo y Previsión Social, a cargo de Juan Domingo Perón. La Legislatura municipal fue eliminada y, en 1949, el edificio fue ocupado finalmente por la Fundación Eva Perón. Recién 17 años después, en 1958, el Concejo Deliberante volvía a abrir sus puertas como tal, pero no por mucho tiempo. Los sucesivos golpes significaron la clausura de sus actividades. Los militares trataron de reconvertir sus funciones en una Sala de Representantes y en diversos Consejos Vecinales, pero la dictadura de 1976 prohibió las actividades legislativas a todo nivel. En la Ciudad, se delegaba todo el poder al inefable brigadier Osvaldo Cacciatore.
Con la restitución democrática, en 1983, llegaron buenas nuevas para la política porteña. El Concejo retomó sus funciones y desde allí surgieron los debates por la autonomía de la Ciudad, estatus que consiguió en 1994 con la reforma constitucional. Un año después, al fin, los salones diseñados por Le Monnier siete décadas atrás cobijaban una discusión fundacional para la capital argentina: la primera Constitución propia, 100% porteña. Desde entonces, el Concejo pasó a ser la Legislatura, una transformación que para concretarse necesitó de un paseo a todo vapor por las profundidades del sistema político argentino, las ideas progresistas, las corruptelas, los debates constructivos, las botas militares y la epopeya democrática en un país que siempre depara nuevas sorpresas en el camino.
Fuente: Franco Spinetta y Claudio Larrea , La Nación