Durante siete meses, el artista Marcos Acosta no hizo otra cosa que pintar retratos en acuarelas. Así, cada día, emprendió la tarea titánica de traer a la vida con su pincel la imagen de cada una de las 85 víctimas del atentado a la AMIA . El 18 de este mes serán ya 26 años de aquel día. Y a través de su mano, la memoria toma cuerpo en la materia del color. Jessica Trosman también compuso obra especialmente para este nuevo aniversario: vistió una de sus esculturas textiles con ropa de una víctima. Las dos muestras se pueden ver por ahora en exposición virtual.
Andrea Judith Guterman «era como un cascabel» y trabajaba de maestra jardinera, recuerda su madre. Todavía conservaba los guardapolvos de egresada del colegio y el primero de maestra, y decidió cederlos para que se convirtieran en obra de arte. Ahora visten las esculturas textiles que realiza Trosman desde hace un año, cuando dejó de diseñar ropa para su marca para hacer figuras 3D en el taller del artista Emiliano Miliyo, con su ayuda. Realiza abstracciones de cuerpos con experimentos textiles que incluyen capas de plástico inyectado, telas, PVC y foil, que son láminas de color. «Estuve en diálogo con su mamá. Fue muy fuerte el encuentro. Andrea nació y murió un lunes en la calle Pasteur. Busqué algo de tela donde la vida hubiera quedado en pausa, la memoria congelada. Están los dibujos y firmas de su egreso, su nombre bordado, alguien escribió no me olvides. Están las ilusiones y proyectos que se fueron con ella».
En el Espacio de Arte AMIA, que dirige Elio Kapszuk, desde hace tiempo se invita a artistas visuales a trabajar en la memoria. Gerardo Feldstein y el Grupo Escombros trabajaron en instalaciones, Emiliano Miliyo creó una gran columna para trabajar el binomio ausencia/presencia, Jorge Caterbetti usó copias de la causa judicial para realizar las ruedas de su Carro de la Memoria, y Tomás Espina creó un abecedario con letras stencil a partir de los restos de una Trafic similar a la usada en el atentado.
Nombres y rostros
La obra de Trosman todavía no está montada en el espacio virtual, pero pronto estará online. En cambio, la de Acosta tiene museo virtual propio, en el sitio rememoria.amiamemoria.org, donde la muestra se recorre por salas. Quedará alojada por un año. De una conversación entre el artista y el curador surgió el proyecto de hacer por primera vez esta serie de retratos. «La idea, en este caso, era generar un ejercicio de la memoria desde la pintura», explica Kapszuk. Las obras están en Amia a la espera de su reapertura. La entidad costeó materiales y gastos, pero el artista donó su trabajo y toda la obra a la entidad. «Me parecía que este encargo había llegado a mí como una especie de misión, y que no era ético cobrarlo como artista ni desde el punto de vista humano».
No fue poco trabajo. Durante siete meses, pintó un retrato tras otro. Había calculado que tenía que hacer tres por semana para llegar a tiempo al aniversario, y la cuarentena lo ayudó quitando distracciones y clases, recluido en el hogar. «Ha sido un proceso muy fuerte, y he transitado por todas las emociones en este período», dice el pintor desde Córdoba. «Como artista estoy fascinado con lo bien que se ven los trabajos. Podés frenarte en cada obra, hacer zoom, llegar hasta los detalles, alejarte, recorrer, ir y venir».
Para recrear cada retrato el área de producción de Amia lo ayudó a conseguir fotografías de las víctimas en situaciones cotidianas. Algunas están en blanco y negro, otras son color. Hay abrazos, chicos, cumpleaños, decoraciones hogareñas que se adivinan (cortinas, espejos, cuadros adentro del cuadro). La única obra que no es retrato es la manifestación donde se lee en primer plano una pancarta con el nombre de Erwin García Tenorio, un obrero boliviano de 19 años que estaba en AMIA terminando refacciones, del que no consiguieron fotos. «Las imágenes que llegaban a mis manos estaban ya atravesadas por el paso del tiempo. Muestran la cotidianidad de cada uno, lo que le han robado a cada persona. Muchas eran de muy mala calidad, estaban fuera de foco, incluso hay una fotocopia color de una foto. Las traté como si fueran una especie de joya que llegaba a mis manos y yo la tenía que recrear nuevamente, pero también desde la técnica de la acuarela tratar de imitar los efectos de desgaste que muchas veces había sufrido esa imagen, que además llegaba por mail», dice el artista.
Acosta, justamente, venía trabajando en una serie de pinturas pixeladas: «Estoy interesado en el proceso del tiempo sobre las imágenes y cómo su paso las destruye, rompe los recuerdos». Para recomponer las figuras se basó también en la lectura del libro Sus nombres y sus rostros , que atesora historias sobre cada uno. Es la primera vez que la pintura los trae de nuevo al presente. «Es una nueva operación, distinta de la fotografía, y está atravesada por el alma de quien pinta, como que es inevitable. Me quedó bastante claro eso, cuando hice hace muchos años un cuadro pixelado en el que estaba mi hermana que había fallecido. Ahí entendí ese poder que tenía la pintura». Fueron meses intensos: «He crecido un montón en este proceso. En cierto modo, me ha reparado. En el video que hizo Amia para incluir en la muestra hago un furcio. En un momento, en vez de retrato casi digo autorretrato… Y un poco sí, somos una misma cosa. Esas personas soy yo también. No somos individuos. Esta cuarentena pone eso en primer plano».
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación