Algo de la inmensidad, los colores, los olores y sonidos de la Cordillera de los Andes se disfruta en La Boca, gracias a la instalación Intemperiedel artista sanjuanino Carlos Gómez Centurión. “Esto es un cerro estampado”, dice. Tierra, carbón mineral, ceniza, escama de pescado, piedritas, pequeños restos de basura, hojas, vísceras de animales disecadas, partículas minerales, pigmentos, hollín… vestigios de su asenso al cerro Mercedario que se adhieren a los cincuenta metros de tela donde pintó. Ahora caen en cascada desde doce metros de alto, como parte deBienalsur 2023, hasta el domingo en La Usina del Arte (Caffarena 1).
Hijo de un geólogo, montañista desde pequeño, pintor au plein air, aventurero, obsesionado con su paisaje, el Valle de Zonda, melómano apasionado… todo eso entra en su obra. Con baqueanos y contingentes de cuarenta mulas trepó incontables veces el cerro Mercedario, pero también las Salinas Grandes de la Puna, las Yungas de Calilegua, el Valle Alto del Río Colorado, los cerros Tres Cruces y las Señoritas en Jujuy, o los cerros Torre y Cerro Fitz Roy en Santa Cruz. Practica el registro multidisciplinario de los Andes desde Jujuy hasta la Patagonia, y sus obras se vieron en el Palais de Glace y los museos provinciales Franklin Rawson, Castagnino y Caraffa, entre otros. Y llegará en 2024 a la galería Kreëmart de Nueva York.
Este sábado, a las 16.30, en el Museo del Cine vecino a la Usina del Arte (Caffarena 51, con entrada libre y gratuita), se podrá ver cómo el artista hace sus obras en la película Digo la Cordillera, dirigida por Ciro Néstor Novelli. Se trata de una expedición al Aconcagua que realizó con el pintor holandés Pat Andrea, siguiendo la huella del Ejército de los Andes, que comandó San Martín.
Asciende en grandes expediciones en mula, que transportan sus telas y colores. Pinta en el cerro la silueta de los propios cerros. Suele quedarse largas temporadas y vivaquea (duerme bajo las estrellas). La última expedición al Mercedario fue corta, solo diez días, porque llegó la nieve. Pero pudo ir un poco más allá y, directamente, imprimió los cerros. Extendió el lienzo sobre la ladera, lo empapó con fijador y una mula lo prensó a su paso. Frottage a mula. Otras veces, para calcar paredes verticales, fue su brazo derecho el que grabó a fuerza de rodillo. La tela que envuelve la exposición es la misma que copió colores y accidentes de la montaña. No representa la montaña: la presenta, la trae a Buenos Aires.
Este último viaje también fue de película. El corto, que se vio sólo el día de la inauguración, se llama Digo el Mercedario, y lo dirigieron Raphael Castoriano y Gustavo Travieso. El montaje de la exposición en la ciudad incluye una vieja tienda de campaña, donde se ven pinturas del dibujo de las cimas en el horizonte y unas siluetas de piedras calcadas en el papel duro de las cartas de póker. La curaduría es de Charly Herrera, y contempló una gran estructura desde donde colgar las inmensas telas del artista, cinco piezas de diez metros de altura y tres de ancho. Ondean desde una plataforma suspendida a doce metros del suelo con la forma de un poliedro que el artista encontró en el grabado Melancolía de Alberto Durero.
“El drama humano, cuando miras hacia el cosmos, no tiene sentido”, dice Gómez Centurión. Suena en la sala la obertura de la Walkiria con arreglos contemporáneos. Lo inspiraron tanto la expedición como la reclusión de pandemia: “No había ni siquiera ruidos. La sensación de desamparo se hizo más fuerte”. Frente a la montaña, se hace muy clara la pequeñez de lo humano ante la inmensidad. También, el hecho de ser una parte de la Tierra. Entonces, Gómez Centurión a través de su pintura “propone considerar el abismo existencial y la angustia como modo de conocimiento y lugar propicio para la creación artística” y reflexiona “sobre la codicia del hombre por poseer bienes materiales que se relativizan de manera turbadora en relación con el cosmos y a la certeza de su finitud”. Su marco teórico son el concepto de desamparo del hombre ante el Universo desarrollado por Martin Heidegger en Ser y tiempo y los conceptos sobre la codicia expuestos por Richard Wagner en su Tetralogía.
En la primera tela, está el fresno donde Wotán le dejará la espada a Sigfrido. En otra, el hombre desamparado. Hay medusas y raíces. Aparecen dos monedas, para pagar al barquero que cruzará al difunto al más allá. La última tela es noche cerrada, oscura, y los dientes de oro son lo último que quedará: ¿Para qué? Dice el texto que acompaña la muestra, de Alberto Sánchez Maratta: “…estas pinturas nos recuerdan que han tenido ya su propio modo de circulación: la montaña y su aire incandescente; el agua de los ríos helada e incesante; la perspectiva dislocada de las quebradas, las cuestas, las cumbres; el viaje anti heroico a lomo de mula; la enceguecedora luz del cielo nocturno”.
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación