“Esta es la muestra que me hubiera gustado visitar cuando tenía diez años”, dice Javier Villa, mientras se pasea entre astronautas, constelaciones y naves espaciales. Habla deA 18 minutos del Sol, la exposición que curó junto a Marcos Krämer con obras de cien artistas y que inaugura mañana sábado en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Desde los mapas aborígenes a las imágenes satelitales, el problema del cielo y su representación se despliega en obras de contemporáneos e históricos desde el Chaco salteño hasta la Patagonia. Busca así desandar relatos coloniales.
Podría hablar horas de historias de descubrimientos de astros, distancias en años luz de un planeta a otro, naves y misterios. Villa fue un niño que quería viajar al espacio y, de alguna forma, lo sigue siendo. “El espacio es compartido por las distintas culturas y por artistas de distintas generaciones: de Xul Solar y Torres García a Lux Lindner y Ad Minoliti. En algún momento, todos los artistas atraviesan el cielo, porque todos los humanos lo hacemos”, explica.
Luis Alberto Spinetta tuvo esa etapa y grabó un disco memorable en 1977 cuyo título toma esta muestra que integra el programa anual de exposiciones del Moderno, El arte, ese río interminable. “La luz del Sol tarda 8′30′’ en llegar a la Tierra. Esos 18 minutos del Sol, en años luz, es algún lugar entre Marte y Júpiter. Es estar flotando en el espacio exterior. Algo ambiguo: ¿se está alejando de la luz o se está escapando de algo hostil con la imaginación? Esa idea caracteriza a esta muestra, entre la utopía del Siglo XX y la distopía actual “, dice Villa.
Hay atractivos magnéticos para nerds y fantasiosos: un meteorito es el único material extraterrestre del museo (y de esta parte de la ciudad), aportado por el dúo Faivovich & Goldberg. También se puede ver de cerca un prototipo de un satélite espacial que se lanzará en 2024 para estudiar los océanos, escala 1 en 5. Toda una pared está ocupada por una imagen satelital que registra la humedad del suelo en la Argentina: en rojo se ven los incendios de los últimos años.
La ciencia, las cosmologías indígenas y la espiritualidad en el arte permiten viajar a través de las salas. En el ingreso, un mural de Pauline Fondevila recrea a El Eternauta junto a dos originales de aquella historieta de Héctor G. Oesterheld. Después, una gran sala oscura y negra de piso a techo sumerge en el universo estelar reflejado en un círculo de agua, como acostumbraban ver el mapa del cielo en pueblos originarios. “Es una obra que hicimos con Rodrigo Túnica y el museo, junto con el Observatorio Nacional de Córdoba, que fue el primero del país, fundado por Sarmiento en 1871 para mapear el territorio nacional”. En el techo, entonces, una foto de la Luna en 1876, una toma del Cometa Halley cuando cruzó el país el 25 de mayo 1910, un eclipse, nebulosas y galaxias. “Son dos tecnologías para ver el cielo que se juntan en esta obra: la indígena y la occidental”, señala.
“Las estrellas fueron un mapa para navegar los mares en el caso de los conquistadores europeos, mientras que las comunidades originarias las usaron más para guiarse en los ciclos de la naturaleza y el cultivo”, explica Villa. Hay imágenes de la cosmovisión mapuche, tehuelche, selknam, obras del Colectivo Thañí/Viene del monte, Carlos Luis García Bes, fotos del sacerdote y etnólogo Martín Gusinde, una galaxia de carbón y cenizas de Mauricio Cerbellera, y Daniel García pinta el cielo del día en que Solís fue ultimado por caníbales. “Se centra en la perspectiva indígena del cielo y la Tierra y su sistema de interrelaciones, de ascenso y descenso, de reflejos e inversiones. No sólo presenta mitos y modelos ancestrales del cosmos, sino también sus relaciones con el territorio y sus conflictos: genocidios, desmontes, incendios”, explica.
La segunda sala, de paredes blancas, presenta utopías y distopías. En un primer tramo, los lenguajes universales de la abstracción y sus conocimientos científicos y espirituales: Noemí Gerstein, Martha Boto, Raúl Lozza, Víctor Magariños D., Enio Iommi, Juan Melé.
Después, sobre un fondo plateado, se despliegan imaginarios de la conquista del espacio durante la Guerra Fría.Diego Gravinese pinta un astronauta norteamericano tamaño natural. Al alcance de la mirada infantil se ve una ciudad hidroespacial de Gyula Kosice y un par de cohetes que pueden llegar a volar un kilómetro hacia arriba (el montaje contempla especialmente al espectador menudo). “Queremos que la disfruten los niños”, dice. Las naves son obra de Axel Strachnoy, un argentino que vive en Finlandia y desde hace cinco años se aboca a este tipo de aeromodelismo. “Ya tiene más de cien. Cuando termine la muestra a uno lo vamos a hacer volar”, explica Villa entusiasmado.
Las tres naves de Colón son acosadas por un plato volador en un cuadro con brillos de Benito Laren. Al lado, extraterrestres en tonos terrosos de Alberto Heredia, un fotocollage de Grete Stern con una mujercita parada arriba de un asteroide y un Fósil de astronauta en Marte, pintado por Raquel Forner. El dibujo informativo de astronautas y naves espaciales de Adriana Bustos cautiva durante un buen rato.
Termina la muestra con un agujero negro creado por Miguel Harte, polaroids de Marte aportadas por Erica Bomm y un satélite muy extraño de Diego Bianchi. Es la amenaza del actual extractivismo. “Estamos en una nueva carrera espacial. Hoy quienes quieren dominar el espacio son las corporaciones: Elon Musk, Bezos, Tesla, Amazon. Quien domina el espacio hoy domina las comunicaciones, la geopolítica militar, la climatología. Si planeás dominar el mundo… hay que empezar por ahí”.
Para agendar
A 18 minutos del sol.Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Avenida San Juan 350. Salas E y F – Primer Piso. Inauguración: mañana, a las 15. A las 17, conversación entre Javier Villa y los artistas Silvia Gurfein, Axel Straschnoy y Andrei Fernández; modera Fernando García. A las 18.30, visita guiada del curador junto a los artistas Eduardo Molinari y Maia Gattás Vargas.
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación